OPINIÓN
Llegó el Comandante y mandó a callar
Al próximo Presidente de Colombia le correspondería designar en el Ministerio de la Defensa Nacional a alguien con la autoridad requerida para ponerle el cascabel al gato.
Hubo una declaración reciente del Comandante de las Fuerzas Militares que podría entenderse como una insubordinación contra el Presidente de la República, pero que misteriosamente no tuvo ninguna repercusión en los medios. Se dio el pasado viernes 11 de junio en horas de la mañana, cuando el general Freddy Padilla de León consideró –en realidad sentenció- "muy peligroso pretender abrir procesos y revertir decisiones judiciales del pasado", en respuesta a la alocución presidencial de la noche anterior, que comenzó así: “el Gobierno y las Fuerzas Armadas recuerdan que el Holocausto de la Justicia, ocurrido hace 25 años, fue un delito de lesa humanidad cometido por la alianza perversa entre el narcotráfico y una de las guerrillas de la época”.
En contravía al presidente Uribe, Padilla de León manifestó que la sentencia de la jueza María Stella Jara (contra el coronel Alfonso Plazas, por la salvaje retoma del Palacio) “debe ser acatada”. A continuación recordó que "al M-19 se le indultó y ello ha resultado benéfico, porque se incorporó a la sociedad colombiana", y remató con que el proceso de paz con esa guerrilla "es un ejemplo de lo que tienen que hacer los grupos armados".
Cuando el Presidente calificó lo ocurrido en el Palacio de Justicia como “delito de lesa humanidad”, se entendió como una invitación a revisar el indulto que se le dio al M-19, pues los crímenes de lesa humanidad no prescriben. De modo que las palabras de Padilla de León entraban en abierta contradicción con las de su jefe, y es lo que nos permite hablar de insubordinación.
Lo sorprendente de la jornada fue que en lugar de producirse la fulminante destitución del Comandante de las Fuerzas Militares, el Comandante en Jefe agachó la cerviz y esa misma tarde reconoció que "el proceso de paz con el M-19 fue un paso muy importante para Colombia. Ese proceso lo tenemos que proteger". Ello indicaría entonces que en menos de 24 horas el presidente Uribe le dio un reversazo de 180 grados a su apreciación sobre un mismo tema, como resultado del ‘tatequieto’ impuesto por un subordinado suyo…
En este contexto, adquiere especial significado la renuncia a su cargo del general Padilla. Una renuncia si se quiere simbólica o para sentar un precedente, en la medida en que fue presentada para hacerse efectiva desde el 7 de agosto, o sea a partir del día en que Álvaro Uribe deja de ser su superior jerárquico. Se dirá que es hilar delgado, pero es aquí donde cogen fuerza las versiones que indican que el destape de los ‘falsos positivos’ –con la consecuente destitución de 27 oficiales del Ejército, entre ellos tres generales- lo pudo llevar a cabo Juan Manuel Santos como ministro de Defensa porque contó con el apoyo firme del general Freddy Padilla, contrariando los designios tanto del presidente Uribe como de su protegido el general Mario Montoya, hasta ese día comandante del Ejército.
Pese a que en la noche de la alocución citada (“el Gobierno y las Fuerzas Armadas recuerdan que el Holocausto de la Justicia…”, etc.) al Presidente lo rodeaba toda la cúpula, quedó demostrado que no había el tal monolítico consenso, en la medida en que al día siguiente, ya mediando respetuosa distancia física, llegó el Comandante de las Fuerzas Militares y mandó a callar. Hablando de monolitos, diríase entonces que en la actual jerarquía de mando se advierte una fisura (por no decir grieta) en torno al tratamiento jurídico que vienen recibiendo los militares, donde por un lado está el presidente Uribe con sus incendiarias declaraciones contra los jueces y su vertical respaldo a los acusados, y por otro el general Freddy Padilla de León con su perentorio llamado a respetar –y acatar- las decisiones de la justicia.
En estas condiciones, al próximo Presidente de Colombia (o sea Juan Manuel Santos, si esta vez no se equivocan las encuestas) le correspondería designar en el Ministerio de la Defensa Nacional a alguien con la autoridad requerida para ponerle el cascabel al gato de ese malestar ‘general’. Considerando que Santos sabe apreciar a quienes ya en momentos de crisis le han aportado soluciones, juzgamos pertinente formularle esta inquietud:
¿Si no es Padilla, quién?
Podría pensarse incluso que la precoz renuncia a la comandancia hubiese sido concertada entre ambos (Santos y Padilla), con un doble propósito: que el general no se inhabilite para pasar a ocupar el ministerio, y que el nuevo Presidente no tenga que nombrar en el cargo a un militar en ejercicio, sino ya vestido de civil. Pero eso sí es hilar demasiado finito…
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