-Si una persona entra a un restaurante en Barcelona o a un café en Madrid a preguntar si le pueden “regalar” un café, téngalo por seguro que esa persona es colombiana. No sé de dónde nos viene esa costumbre de pedir que nos regalen lo que está a la venta, pero lo cierto es que esa muletilla nos deja muy mal parados con los meseros españoles. “¡Aquí no se le regala nada a nadie!”, le suelen decir a uno.
- Somos los únicos que le preguntamos a la gente si nos “provoca” un café, sin darnos cuenta que a nadie le “provoca” un café por bueno que sea. Puede que le provoque besar a su novio, mirar a una mujer bella a un hombre musculoso pero un café no incita a mayores provocaciones por más cuerpo que tenga.
- Si una persona lo reconoce en una acera y lo saluda efusivamente y le hace estas preguntas en seguidilla: ¿cómo está? ¿cómo le va? y ¿qué más ha hecho?, téngalo por seguro que es colombiano. De antemano los prevengo: no hay que contestar ninguna de esas preguntas porque en realidad no se hacen para que sean contestadas. A los colombianos no nos interesa saber ni cómo está usted ni cómo le va. Eso se lo aseguro.
- A pesar de que los peruanos también lo hacen, el uso excesivo y empalagoso de diminutivos nos delata y de qué manera. ¿Me podría regalar “un cafecito”? ¿“un vasito de agua”? ¿“una frutica”? ¿“un panecito”? ¿“unas carnitas y unos huesitos”? En ese mundo del diminutivo los uribistas son los reyes del mambo. Los antiuribistas como yo, hemos ido generando una saludable aversión a los diminutivos por temor a llegar a parecernos. Por eso los diminutivos los tengo prohibidos en mi vocabulario.
- Sin duda la mejor manera de saber cuántos colombianos hay en un avión, no es por la forma en que hablan, ni por sus diminutivos, ni por que a todo rato anden pidiendo que les regalen todo, sino por que son los únicos que aplauden cuando aterriza. No sé de dónde viene esa tradición, pero me parece que tiene que ver con el hecho de que a los colombianos nos gusta aplaudir por todo. Incluso cuando no hay ninguna razón para hacerlo.
- Colombiano que se respete atraviesa el charco y aprende a hacer todo lo que no hace en Colombia. Deja de botar papeles al piso, empieza a reciclar, deja de fumar, decide no pasarse más los semáforos en rojo después de las diez de la noche, respeta las cebras, aprende a hacer la cola y hasta termina votando en las elecciones. Hasta Pablo Escobar se ufanaba de que cuando llegó a los Estados Unidos manejaba su carro respetando todas las señales de tránsito. Por lo menos vamos sabiendo que ese tema de que los colombianos no tenemos mucho apego por el cumplimiento de la ley es en el fondo un problema geográfico.
- Sin duda un rasgo fundamental para distinguir a un colombiano en el exterior es que no le da pena pedir rebaja en los almacenes. Son capaces de hacerlo en Tiffany’s y en la plaza de mercado sin ruborizarse. Muchos logran su cometido y cuando obtienen su descuento…¡piden la ñapa!
- Los encargos también son un rasgo peculiar de los colombianos que viven en el exterior. Cada vez que uno va a viajar le piden a uno bocadillo con queso, arepas congeladas, harina de maíz cruda, dulces Coffee Delight, obleas con arequipe y desde luego café colombiano. Todos esos productos se consiguen ya en cualquier ciudad del mundo, pero a ellos ese detalle los tiene sin cuidado.
La colombianidad es un terreno etéreo todavía difícil de descifrar. Cómo somos y cómo nos desciframos es todavía una empresa que no hemos podido concluir. Y probablemente esa falta de definición se deba a que todavía estamos construyendo nuestra identidad.
CODA: Creo que al general Naranjo le ha llegado la hora de hablarle claro al país. Tiene que salir de ese tono diplomático con que escribe sus columnas y da declaraciones y comunicarle a Colombia dónde es que se ubica en el espectro político.