OPINIÓN ON-LINE

A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César

Kennedy buscaba un discurso que diera tranquilidad que su convicción católica no pesaría en sus decisiones públicas; Barack Obama se ocupó de rescatar la relevancia de la religión en la política.

Nancy Patricia Gutiérrez, Nancy Patricia Gutiérrez
12 de octubre de 2016

Una de las grandes sorpresas del pueblo colombiano fue el discurso radical de imposición de una visión de paz que ignoraba las convicciones morales y religiosas de las mayorías, que con representación o sin ella, creían y creen que en la política cuentan los valores porque son estos la base de una sociedad, en la que debe primar el bien común.

Es así que en la Constitución de 1991, luego de una larga discusión, los representantes de la guerrilla del M-19, recién incorporada al estado democrático aceptaron invocar la protección de Dios, previo reconocimiento del poder soberano del pueblo colombiano, marcando así la diferencia con la constitución de 1886, la que partía de definir a Dios como fuente suprema de toda autoridad.

Si se observa antaño, desde hace más de cincuenta años, en Estados Unidos Jhon F. Kennedy buscaba un discurso que diera tranquilidad a los Pastores Protestantes diciéndoles que su convicción católica no pesaría en sus decisiones públicas; ahora y después de tantos años, el también demócrata Barack Obama se ocupó de rescatar la relevancia de la religión en la política, al afirmar, entre otros discursos lo siguiente: “El miedo a que parezca que hablamos como un cura puede… llevarnos a olvidar el papel que los valores y la cultura desempeñan en algunos de nuestros problemas sociales más urgentes”.

Este argumento parecía un debate superado pero también tomó fuerza en Colombia; no era falta de creer en la paz ni en la necesidad de reconciliación más allá del perdón. La Iglesia Católica y diferentes Iglesias Cristianas unieron sus voces para hacer ver que el país requiere de una dimensión moral y espiritual que permita la unión de la gente buena; de la fuerza de la oración, de la invocación de la protección divina; del rescate de los valores de todos los que buscan el buen vivir.

Precisamente en estos momentos en que la evolución de la ciencia y la tecnología tratan de imponer costumbres y relaciones individuales alejadas de todo sentimentalismo, las convicciones morales y religiosas hacen gala y surgen de nuevo como el polo necesario, para mantenerse conectado con la familia y con los pares que comparten las necesidades de respeto, solidaridad, afecto y convivencia en paz.

Es ahora y más que nunca que la mayoría del país quiere que haya tolerancia, dignidad, libertad, justicia, solidaridad, mutua responsabilidad, civismo, igualdad y sentimiento patriótico; por eso las voces del Sí y del No al Acuerdo de La Habana terminaron identificadas para exigir un nuevo contrato social en el que debe haber límites morales sobre los cuales sobresalga el sentimiento comunitario que busca y quiere una sociedad justa. Últimamente hemos visto como ejemplo la generosidad de la gente, como ocurrió con los pobladores de Bojayá, quienes no quieren nada distinto de poder vivir tranquilos a pesar de su pobreza.

Entonces no puede haber vacilación, ni estrategia para huir de la responsabilidad del momento histórico. La democracia exige grandeza a sus líderes; por eso con el esfuerzo de todos se puede llegar a ser el gran país de América Latina que cierra el capítulo de los conflictos, para adentrarse en el futuro, como una sociedad optimista y de valores que busca el desarrollo y el bienestar de sus habitantes con moral y religiosidad como garantes de tal propósito.

* Expresidente del Congreso de la República - http://www.nancypatricia.com/

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