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Posverdad

A la posverdad le achacan el triunfo del nuevo presidente de los Estados Unidos y el inusitado resurgimiento del populismo en Europa. A esa posverdad también le podemos endosar el triunfo del No en el plebiscito en Colombia.

Javier Gómez, Javier Gómez
17 de enero de 2017

Un neologismo irrumpió con fuerza en la realidad política y mediática de la nube europea como dispositivo para mover opiniones con argumentos falaces, que por su impacto moldean a su antojo el criterio de los incautos ciudadanos. Su papel protagónico llegó a tal punto que en el viejo continente decidieron elegirlo como la palabra del año: posverdad.

Tan famoso se volvió que ya es protagonista en foros, de análisis sesudos en los principales centros académicos, en los espacios de reflexión de los medios de comunicación y, por supuesto, en las redes sociales, sus principales aliados.

La nueva acepción tiene su origen en el inglés post-truth y fue declarada palabra del año 2016 por el prestigioso diccionario Oxford. Denota “la situación sociológica, muy frecuente en la actualidad, en la que el recurso a los sentimientos o creencias es más efectivo para conformar la opinión pública y los votos electorales que los hechos objetivos y críticas racionales”.

Dice el periodista español Cebrián que “la posverdad, que es una manera políticamente correcta de llamar mentiras a los infundios, se ha enseñoreado de la situación”, de la realidad aquí y allá.

A la posverdad le achacan el triunfo del nuevo presidente de los Estados Unidos y el inusitado resurgimiento del populismo en Europa. A esa posverdad también le podemos endosar el triunfo del No en el plebiscito en Colombia. Si nos ceñimos al estricto significado de la palabra no hay duda de que los sectores opuestos a la paz, se colgaron de falaces argumentos para mover sentimientos o creencias contrarios a los acuerdos de La Habana.

Ese fenómeno de la posverdad ya habita en la política colombiana y es estrategia inexorable para devastar con mentiras y falsedades, por ejemplo, los alcances del proceso de paz con las FARC. En el sentimiento del incauto ciudadano aún prevalece la idea de que la negociación será un fracaso y que los guerrilleros le pondrán conejo al país. La dañina campaña es efectiva cuando perversamente se utiliza para cautivar votos como lo hicieron y seguramente lo harán en el próximo debate electoral.

Quienes encajan en esta estrategia le apuestan a la confusión y a la desorientación de la realidad. Su arma favorita, la posverdad (mentiras y falsedades), desvirtúa el debate serio y profundo de los temas. Consecuencia de ello es el empobrecimiento intelectual del discurso público de muchos políticos, ya de por sí bastante precario.

También se conjuga la posverdad con la premeditada acción del impostor que oculta procedencias y efectos de actos corrompidos que en muchos casos pasan de agache en la justicia dependiendo del protagonista y, en muchos casos, en connivencia con los medios de comunicación.

En fin, la posverdad hoy es tema de preocupación en el mundo a tal punto que el multimillonario y súper influyente dueño de Facebook (1800 millones de usuarios) y la enorme compañía Google decidieron hacer alianzas con importantes medios de comunicación para articular un filtro a las “noticias que son mentiras”, que abundan en las redes sociales.

El debate está servido y el país está en mora de adoptar decisiones similares para controlar la difusión de contenidos falsos que servirán de estrategia a algunas campañas políticas codiciosas, y ávidas de poder a cualquier precio.

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