OPINIÓN
¿Qué pasa en 'Medallo'?
Yo no soy paisa. Pero si lo fuera, estaría aplaudiendo a Alonso Salazar por valiente, y cuestionando seriamente el modelo de reinserción de Sergio Fajardo.
Los últimos fines de semana en Medellín el número de muertes violentas ha llegado a sobrepasar los 20. La Policía ha registrado con preocupación un incremento en el número de homicidios por día, entre dos y tres veces más que en 2008 -¡cerca de 90 muertes violentas más por mes!-. Historias de "ajustes de cuentas", como la de la joven abogada asesinada con ocho meses de embarazo por unos sicarios en pleno centro de la ciudad, se repiten con frecuencia, así como las vendettas entre bandas para-mafiosas. "Hay temor de que estemos reviviendo las épocas de Pablo Escobar", me confesó hace poco Fernando Vallejo, quien pasó recientemente una temporada larga en la capital antioqueña. ¿Qué está pasando en Medellín?
Para responder esta pregunta habría que poner los reflectores sobre el modelo de reinserción impuesto por el ex alcalde Sergio Fajardo, así a él este tipo de reflexiones le parezcan malintencionadas y hasta injuriosas. Fajardo logró lo que ningún alcalde ha conseguido en la historia colombiana: rebajar en 50 por ciento el índice de muertes violentas en Medellín, en un espacio de seis meses, a la par que implementó un modelo que permitió la reinserción de los desmovilizados del paramilitarismo, pactado en 2004 con el gobierno Uribe. Este modelo pronto se convirtió en el mayor éxito obtenido por la seguridad democrática, catapultó a Fajardo al Olimpo de la gloria y lo convirtió en uno de los precandidatos más opcionados para llegar a la Presidencia (eso, si Uribe, su coterráneo, desiste de perpetuarse en el poder).
Ese es el cuento de hadas que hasta ahora nos han contado. Sin embargo, a la luz de lo que está sucediendo hoy, en Medellín, evidentemente el modelo fue equivocado. Su principal error consistió en haber cimentado el proceso en asociaciones de desmovilizados que siempre tuvieron un pie en la ilegalidad y que nunca jugaron limpio. Ese fue el caso de la Corporación Democracia, cuyo máximo dirigente era 'Job', un mando medio desmovilizado del paramilitarismo que llegó a tener una inmerecida interlocución no sólo con la Alcaldía de Fajardo, sino con los asesores de la 'Casa de Nari'. ('Job' terminó implicado en uno de los tantos montajes que la mafia paramilitar ha intentado hacer contra la Corte Suprema).
Al fortalecer esos vasos comunicantes con esas asociaciones de desmovilizados en lugar de haberlas denunciado, la administración de Fajardo terminó incursa en un pacto tácito, nunca explícito, con unas asociaciones que en realidad eran una fachada de la mafia que manejó 'Berna' desde la cárcel hasta su extradición. Por las investigaciones de la Fiscalía, se puede establecer que la esencia de ese pacto que, repito, nunca fue explícito, residía en que a cambio de que la oficina de Envigado siguiera manteniendo la capital sin muertos, las autoridades, incluso las regionales, no los perseguirían.
Las cifras confirman esta 'donbernabilidad': durante la administración Fajardo, la oficina de Envigado no sólo creció, sino que se fortaleció al conseguir neutralizar a la Policía (a través del general Pedreros) y a la Fiscalía (a través del fiscal Guillermo Valencia Cossio); tampoco se registraron mayores capturas que pudieran afectar los negocios de la mafia. Hasta cuando 'Berna' fue extraditado y mantuvo su poder intimidatorio sobre el 'Alemán' y compañía, los índices de violencia en Medellín -según la oficina del Comisionado de Paz- fueron los más bajos en su historia, en tanto que los homicidios crecían en toda Antioquia, especialmente en regiones como el Bajo Cauca. El encargado de establecer los vasos comunicantes con estas asociaciones de desmovilizados por parte de la Alcaldía de Fajardo fue Jorge Gaviria -hermano de José Obdulio Gaviria- y quien hasta principios de marzo de este año estuvo al frente de la oficina de desmovilización en Medellín.
La prueba contundente de que el modelo de reinserción de Fajardo fue equivocado es que el actual alcalde de Medellín y pupilo suyo, Alonso Salazar, ha tratado de enmendar los errores cometidos. Se dio el lapo de denunciar el doble juego de esas asociaciones y decidió pedir la ayuda de la Policía para combatir la mafia. Bajo su administración se capturó al fiscal Valencia Cossio y se descubrió que importantes generales de la Policía le respondían a la oficina de Envigado. Y por último, la salida de Jorge Gaviria de la Alcaldía es una aceptación implícita de que el manejo hecho por el hermano de José Obdulio traspasó límites no deseables. Lo paradójico es que los paisas no están contentos con Salazar porque los índices de violencia se dispararon de manera preocupante. Roto el pacto tácito, la mafia ha vuelto a inundar de muertos las calles de Medellín en un intento por forzar a las autoridades a volver a suscribir pactos por debajo de cuerda. Yo no soy paisa. Pero si lo fuera, estaría aplaudiendo a Alonso Salazar por valiente, y cuestionando seriamente el modelo de reinserción de Sergio Fajardo, aquel que tanto lustro le ha dado a la seguridad democrática.