OPINIÓN
Populismo y democracia
¿Son las redes sociales una amenaza para la democracia? Algunos afirman que en los próximos años la tecnología destruirá la democracia y el orden social tal cual los conocemos.
Pero no es la primera vez que los apocalípticos se asustan con la revolución en las comunicaciones. La imprenta, la radio y la televisión, cada una en su momento, plantearon también desafíos a los sistemas políticos.
Internet y las redes sociales han cambiado la manera de entender el mundo porque han permitido la democratización de la información. Hoy las noticias se conocen al segundo siguiente de haber ocurrido los hechos y cualquiera puede tener acceso a ellas. Hay incluso todo tipo de opinadores que encontraron un espacio que antes no tenían (aunque muchos de ellos alardean de su ignorancia). Esto supone un “desborde” de la democracia y la idea de que la opinión es la nueva pornografía (Savater habla de la “absolutización de la opinión”).
Las redes son herramientas válidas para la discusión y la consolidación de la libertad y la democracia siempre y cuando los debates estén desprovistos de autoritarismo y agresividad. Sirven también para dar una voz de alerta y cohesionar la sociedad en torno a principios y derechos universales. Que en ocasiones sucede lo contrario, es cierto. Pero esto podría asimilarse con la eterna lucha entre el bien y el mal: los malos a veces ganan, pero los buenos han aprendido a meterles goles.
Afirmar, por tanto, que son una amenaza para la democracia es buscar la fiebre en las sabanas. Las redes son más bien el síntoma del problema, que es otro y muy grave: la crisis de la democracia. Crisis que, sin duda, está emparentada con el populismo, de izquierda o de derecha, y con todo aquello de lo que se vale el populismo para sostenerse en el poder: el odio, las noticias falsas, el fanatismo, el mesianismo, la polarización.
Javier Cercas habló hace poco en su columna de “democracias iliberales”: aquellas que dicen respetar las leyes pero en realidad las desprecian, así como desprecian la igualdad de derechos y los procedimientos e instituciones independientes que controlan el poder. Cercas pone de ejemplo Polonia, Hungría y Turquía (le faltó extenderse a nuestros países), “donde unos gobernantes que alardean de demócratas y se consideran la encarnación del pueblo persiguen a sus rivales, ignoran a las minorías y controlan la justicia, los procesos electorales y los medios de comunicación”.
El debate está caliente en el mundo desarrollado tras la publicación reciente de El pueblo contra la democracia, de Yascha Mounk, un eminente científico político que ha analizado lo que piensa la gente sobre la democracia. Mounk adelantó una investigación para su libro en la que encontró algo sorprendente: la gente se está rebelando contra la democracia.
Su test tiene tres preguntas: 1. ¿La gente apoya la democracia? “Para los nacidos entre 1930 y 1950 vivir en una democracia es muy importante pero, entre más jóvenes, más inoperante ven este sistema de gobierno y la calidad de vida que ofrece”. 2. ¿Apoyaría un gobierno militar? El 60 por ciento de los consultados dijo sí. 3. ¿Quienes están en el poder respetan las reglas básicas de la democracia? “Cada vez menos. Y no solo en EEUU”.
¿A qué se debe esta desconsolidación de la democracia? Básicamente a que quienes nacimos después de 1950 no hemos vivido la devastación de una guerra mundial. “Es mucho menos probable que una persona rechace la democracia si ya conoce lo que es vivir bajo una dictadura o un sistema comunista o fascista”, afirma Mounk.
Es irónico, pero la esperanza de que la democracia vuelva a ser valorada depende justamente del juicio a todos estos populistas que irrespetan las reglas de juego y se atornillan al poder. El riesgo es que, por estar jugando con tanta candela, primero no nos lleve por delante una gran guerra.
@sanchezbaute