OPINIÓN
Reviviendo al enemigo
Un enemigo será siempre una manera de definir la identidad y los “sistemas de valores” de la sociedad. En Colombia, 54 años de guerra, 8.300.000 víctimas y más de 300.000 muertos no han sido suficientes para bajarle la temperatura a la egolatría bélica.
Las ideologías son fronteras que dividen. El árbol que se alza entre dos predios siempre será un límite. Los prejuicios son, en el fondo, fronteras morales. Un hombre que mantiene diferencias políticas con su vecino siempre le parecerá un amoral, o un sospechoso de romper las normas sociales.
Un leñador pierde su hacha nueva y al día siguiente ve a su vecino, también leñador, con una idéntica a la que perdió. Cada mañana que sale al patio siente que su vecino se burla de él: lo saluda de manera diferente y descubre en su sonrisa un asomo de sarcasmo. Está seguro de que esa es su hacha, pero nunca se lo dice. El día en que se dispone a enfrentar al ladrón, observa entre un montón de leños el brillo de una hoja. Se acerca y descubre su herramienta perdida. Cuando el vecino sale al patio, con su hacha terciada al hombro, lo saluda con la misma sonrisa de siempre.
Inventar enemigos y mirar por encima del hombro parecen ser las políticas externas de algunas naciones, pero también las de algunos líderes mundiales. Colindar con un vecino problemático es como caminar sobre cáscaras de huevo. El árbol que sirve de límite entre los predios puede ser el origen de un problema mayúsculo porque el viento desprenderá siempre las hojas secas que llegarán a la propiedad del otro. El nazismo convirtió en enemigos a los comunistas y judíos y el mundo perdió a más de 70 millones de personas en una guerra que solo sirvió para engordar los libros de historia.
Los Estados Unidos de América han sido el ejemplo más claro en la historia social moderna de cómo crear enemigos. El comunismo, el terrorismo islámico, el narcotráfico y ahora los inmigrantes que cruzan sus fronteras le han servido al país del norte para mantenerse en pie de lucha contra los violadores de los derechos humanos. Un país sin enemigos es como una casa sin ventanas: no entra la luz del día y tampoco puede espiarse al vecino. Lo peor que le puede pasar a un imperio como los Estados Unidos es quedarse sin enemigos. Es, como aseguró el gran Umberto Eco, perder su identidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Gran Imperio se inventó la Guerra Fría, una confrontación de espías que no dejó tantos muertos como los propiciados por el Tercer Reich, pero que mantuvo al mundo entero en zozobras, a la espera de una revuelta nuclear, con la isla de los Castro como playa de desembarque.
Ronald Reagan creyó necesario apoyar a los “contras” nicaragüenses para evitar otra posible Cuba y el posicionamiento ruso en América Latina. George W. Bush justificó la guerra de Irak con el argumento de que el régimen de Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva, y el actual comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo quiere borrar a Corea del Norte del globo terráqueo con el pretexto de que es un peligro inminente para las naciones civilizadas.
Tener un enemigo será siempre una justificación para armarse. Pero también para quebrantar la ley bajo el pretexto de la seguridad nacional. Reagan lo entendió así, de la misma manera como Bush justificó la invasión a Irak y el megalómano de Trump quiere borrar del mapa a la Corea comunista. Para estos señores lo verdaderamente importante no es el enemigo, real o imaginario, sino la forma de justificar la paranoia de grandeza.
Un enemigo será siempre una manera de definir la identidad y los “sistemas de valores” de la sociedad. En Colombia, 54 años de guerra, 8.300.000 víctimas y más de 300.000 muertos no han sido suficientes para bajarle la temperatura a la egolatría bélica, pues saben muy bien que un conflicto bélico es un motor para canalizar odios y exacerbar la desconfianza y definir quiénes están de nuestro lado y quienes contra nosotros.
Según un informe del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), desde que se firmó la paz entre el Gobierno y las Farc “no se registraba en el país un número tan bajo de víctimas, combatientes muertos o heridos y de acciones militares por parte de la guerrilla como de la fuerza pública”. Este hecho tiene desesperados a los beneficiarios de la guerra, ya que “hacer trizas los acuerdos de paz” si alguno de sus candidatos llega a la Casa de Nariño es otra forma de argumentación, o, si se quiere, una estrategia que busca ya no exacerbar a los colombianos para que salgan a votar “berracos”, sino crear un nuevo enemigo.
Lo alcanzamos a ver la semana pasada en las declaraciones del precandidato presidencial Rafael Nieto a la periodista alemana Karen Naundorf, a quien le aseguró que echar atrás los acuerdos de paz es un imperativo “aunque se tenga que correr con el riesgo de los muertos”. Es decir, las responsabilidades políticas que conlleva hacer la guerra cuando el país empieza a dejar atrás los ríos de sangre, las masacres de campesinos, las interceptaciones ilegales y la persecución a los enemigos ideológicos.
“Emboscar personas en la calle, insultarlas y grabarlas es la nueva forma de heroísmo político (y patanería) del uribismo”, trinó hace pocos días el columnista de SEMANA, Daniel Coronell. La estrategia está en marcha, y consiste en irse lanza en ristre contra todos aquellos candidatos presidenciales, periodistas y funcionarios que apoyan el regreso de las Farc al debate público. Lo hicieron con Claudia López, a quien han acusado de estar de acuerdo con Santos de entregarle el país al “narcoterrorismo”, sin pesar que López es una parte importante de la estructura que defiende los intereses de la derecha colombiana. A Humberto de la Calle lo ha señalado la “eminente” María de Rosario Guerra de ser el candidato de las Farc. A Coronell se le acusa de haber hecho negocios con narcotraficantes y el matoneo por las redes sociales no cesa. Hasta el rector de la Universidad Externado de Colombia fue insultado desde la trinchera del Twitter por permitir que un exguerrillero participara en un evento estrictamente académico.
Crear enemigos políticos no solo busca tergiversar los hechos y darle al matoneador un aire de liberal y espontáneo que no tiene, sino que busca también que el matoneado se salga de sus casillas y reaccione violentamente. De esta manera demostrarían, con video en las redes, que los violentos son otros y que ellos son solo colombianos de bien que buscan “impedir que la plaga del socialismo” se tome a Colombia y la convierta en otra Venezuela.
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