Uribe y la guerra contra Irak

El apoyo de Colombia nos otorga margen de maniobra en el manejo de nuestra política contra el terrorismo

Semana
24 de marzo de 2003

Hace unos años habria sido impensable que Colombia apoyara una intervención militar de Estados Unidos en algún país del mundo, sin que aquí se quemaran banderas norteamericanas, se incendiaran estatuas del tío Sam, se quemaran buses, o se dispararan bombas lacrimógenas en la Universidad Nacional.

Contrasta con los millones de manifestantes en el resto del mundo, en países mucho menos emproblemados políticamente que Colombia: aquí -al momento de escribir esta columna- con excepción de las protestas de unos estudiantes en Ibagué, y de unos sindicalistas en Bogotá, los colombianos hemos asumido la controvertida decisión del presidente Alvaro Uribe de apoyar abiertamente a Estados Unidos en la invasión a Irak como algo inevitable.

Primero por la realidad del enemigo que es Saddam Hussein. El hecho de que los inspectores de la ONU no encontraran pruebas concluyentes del armamentismo iraquí demuestra que un régimen de inspecciones que no utilice la fuerza no sirve. De ahí que Hussein lleve 'mamándole gallo' 12 años al planeta. La cacareada resolución 1441 da para interpretaciones que desde luego no son unánimes. Haber encontrado en Irak lo que en ese lenguaje se llama "material bridge" permite pensar que la guerra cabe perfectamente entre las "serias consecuencias" que implica el incumplimiento de dicha resolución. Pero además, sobre Hussein pesa un imborrable capítulo de la historia: el horror que fue el ataque con armas químicas contra su propio pueblo.

La facilidad con la que Hussein cambia de doble, y las discusiones en las que se meten los servicios de inteligencia para saber si es o no es, que nos podrían tener muertos de la risa, sólo nos llenan de escalofríos.

Pero ser Colombia el único país latinoamericano que apoyó a Estados Unidos, Gran Bretaña y España contra Irak tiene otra explicación que casi se cae de su peso: que son esos tres los únicos países del planeta realmente comprometidos con Colombia en la lucha contra la guerrilla y el terrorismo.

De Francia hemos percibido unos incontinentes esfuerzos por rescatar sana y salva a Ingrid Betancourt, que es por lo que clama toda Colombia, pero sin dejar de lado a todos los demás secuestrados. Distinto de eso, no se percibe de dicho país un compromiso mayor con nuestras penurias.

Guardadas las proporciones, una queja semejante distancia ahora a Estados Unidos de Francia frente a la guerra contra el terrorismo. Ambos países han quedado sentimental y políticamente en extremos contrarios. Y a manera de represalia, se ha llegado a la ridiculez de que en Estados Unidos ya no podamos pedir unas "papas a la francesa" (french fries) sino unas "papas a la libertad", o unas "tostadas francesas" (french toasts) sino unas "tostadas americanas".

¿Que estamos colaborando en el derrumbe de la ONU? Ahí lleva Alvaro Uribe meses rogándole a la organización más burocratizada del planeta que se comporte como un organismo eficaz frente a nuestro conflicto interno.

¿Dónde están los resultados?

Por el contrario, la situación de desprotección de Colombia frente a vecinos como Venezuela se ha vuelto escandalosa. Y aunque el presidente Uribe ha luchado por mantener el conflicto con Venezuela ajustado a los cauces diplomáticos, es hora de que la forma como la guerrilla colombiana viene escudándose de sus fechorías en territorio venezolano produzca un escándalo internacional.

Estados Unidos y sus aliados se cansaron de que la ONU se les hubiera convertido en una talanquera en la guerra contra el terrorismo. El apoyo de Colombia a esta guerra nos otorga a la vez margen de maniobra en el manejo de nuestra política interna frente al terrorismo.

Aunque desde luego este apoyo de Colombia tiene su costo, era de todos los males, el menor. Recuperamos músculo y muñeca para que el ala liberal de la política estadounidense deje de darnos palo con la supervisión y monitoría a las fórmulas de combatir nuestro propio problema terrorista.

Este apoyo de Colombia a Estados Unidos y sus aliados nos libera igualmente de tenernos que acoger al pie de la letra a las instrucciones de los organismos internacionales para adelantar una política de seguridad democrática en nuestro país.

¿Por qué no nos quedamos callados?, preguntan unos. Habría sido, francamente, un acto solapado de Colombia contra sus tres principales aliados en la lucha antiterrorista. En contraste, por ejemplo, por ahí está Panamá que también les dice a los gringos que está con ellos, pero que no cuenten?

De este controvertido episodio quedan dos lecciones: Alvaro Uribe no es el típico dirigente latinoamericano que hace las cosas a medias tintas.

La segunda: es tal el hastío de los colombianos hacia la guerrilla y el terrorismo que permite que Colombia pueda salir en apoyo de Estados Unidos con dignidad y con legitimidad.

ENTRETANTO? ¿Habrá algo más hipócrita que los actores de Hollywood en esta tónica antibélica, cuando precisamente sus películas saturan al mundo de escenas violentas, crímenes sin nombre, asesinatos, drogas, torturas?

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