P E R F I L

De pie, como vivió su vida...

Consuelo Araújo Noguera, ‘La Cacica’, dejó un legado imborrable a Colombia y a su querida Valledupar. Su recuerdo nunca morirá.

5 de noviembre de 2001

En 1940 Valledupar era un villorrio liberal de estirpe española rodeado de cimarroneras de ganado, era también una estación obligada y grata para los viajeros trashumantes que llevaban novillos a Venezuela o traían mercancía desde la alta Guajira hacia el interior. Un punto en el mapa del Magdalena Grande. Allí nació Consuelo, la menor de los nueve hijos de Santander Araújo y Blanca Noguera. Su juventud transcurrió en medio del amor de sus hermanos en un ambiente de lecturas y poesía. No fue a la universidad pues, tras la muerte del padre, las mujeres de la casa debieron trabajar para ayudar a costear la vida y el estudio de los varones. Sin embargo Consuelo fue autodidacta y su voracidad literaria la hizo dueña de una cultura envidiable.

A mediados de los años 60 un puñado de jóvenes vallenatos, entre los que se encontraba Consuelo, se empeñó en crear el departamento del Cesar. Su mito comenzó a la par con la historia de su departamento. Fundó el Festival de la Leyenda Vallenata con el maestro Rafael Escalona y el ex presidente Alfonso López, y se dedicó con un empeño inusitado a estructurar alrededor de Valledupar y el Festival lo que hoy se conoce como el folclor vallenato. En su libro Vallenatología codifica aires y ritmos que hasta entonces eran manifestaciones musicales instintivas de juglares errantes y de la bohemia épica de la ‘provincia de Padilla’. Escritora, católica fervorosa, poeta, líder cívica, columnista aguerrida de El Espectador desde su columna ‘Carta Vallenata’ y guardiana infatigable del Valledupar de su heredad desde Radio Guatapurí, Consuelo fue defensora feroz de su pueblo y de su gente y se erigió en alma de la Vallenatía, como ella misma definió la esencia pura y esa particular forma de ser y concebir la vida desde el punto de vista de su ciudad.

Un día, en medio de una entrevista, en un arranque, escribió en un papel: “Aquí yace Consuelo Araújo, de pie, como vivió su vida” —ese quiero que sea mi epitafio— ¡acuérdense! El primero de septiembre 50.000 personas acompañaron indignadas a su Cacica hasta la última morada. Acordeones y flores de trinitaria fueron el emblema de su despedida como símbolo de su vida. En el entierro el maestro Escalona dijo conmovido: “Si llorar por dentro cuenta, yo me estoy ahogando”. En la memoria vallenata Consuelo Araújo Noguera, la mujer que nació con el poder de concretar sus sueños, nunca morirá, al contrario, vivirá para siempre entre la realidad y la fantasía, vestida de pilonera, elegante, sencilla, distinguida, autóctona, perenne en la memoria de su gente, eterna entre el mito y las nostalgias de la Leyenda Vallenata.