Hace un par de semanas Rachel Bair, una quinceañera de Boston, le propuso a su padre desactivar su cuenta en Facebook y dedicarse con más juicio a las tareas escolares a cambio de 200 dólares. Y lo hizo realidad firmando un simpático contrato que fue noticia mundial. No es una anécdota aislada. Una encuesta de la consultora Pew Research –publicada en enero– encontró que el 61 por ciento de los usuarios de Facebook se ha tomado un descanso, a veces de muchas semanas, en la utilización de la red social, y que el 27 por ciento asegura que este año dedicaría menos tiempo a Facebook y más tiempo a actividades útiles. La mayoría argumentó estar hartos de leer “comentarios estúpidos”.
Justo cuando el número de usuarios registrados en Facebook supera ya la cifra de mil millones, parece una locura prehistórica levantar una voz contra la web 2.0, pero es lo que han hecho precisamente el científico británico Trevor Baylis –quien dijo hace poco que la generación Google está produciendo niños descerebrados– y el intelectual italiano Umberto Eco –quien sostuvo en una entrevista reciente que “el exceso de información provoca amnesia” y ratificó lo que la gran mayoría de profesores de secundaria están diciendo: “A largo plazo, el resultado pedagógico será dramático”–. No se puede acusar a Eco de antediluviano ni de tecnófobo. El hombre que proclamó el reinado del libro impreso en los tiempos de la era electrónica admitió que utiliza el iPad como biblioteca digital. “Empecé a leer con el aparato ese y no me pareció tan malo. De hecho, me encantó”, dijo en una entrevista publicada por la revista brasileña Época.
Muy lejos de las preocupaciones pedagógicas, otro grupo importante de seres humanos empieza a darle la espalda a Facebook: los corredores de bolsa. Desde su salida al mercado bursátil, en mayo del año pasado, la empresa ha perdido más del 25 por ciento de su valor. No se necesita ser un genio de las finanzas para saber que una empresa que factura 3.700 millones de dólares no puede valer 100.000 millones. La extrema sobrevaloración que el mercado bursátil confirió a Facebook sobrepasa con creces a la llamada burbuja de internet, la ola especulativa ocurrida en 2000, que terminó como era de esperarse muy mal. Con unos costos operativos que superan hasta cuatro veces los ingresos, los pronósticos indican que el valor de la acción continuará cayendo, como le ocurrió a Groupon, a LinkedIn, a Zynga y otras empresas de la web 2.0 que creyeron que basta una masa enorme de usuarios para hacer negocios en internet.
Un recorrido aleatorio por la red de Mark Zuckerberg ofrece evidencias por montones de lo que señaló el ciberactivista español David de Ugarte: que las redes sociales son cada vez más sistemas para seguir a otros y menos para discutir, intercambiar y generar conocimiento, como se supone que ocurriría en la ‘sociedad del conocimiento’. Por supuesto, se habla aquí de las redes sociales comerciales, esas que la maquinaria de Wall Street y los medios norteamericanos han querido vender como el único futuro posible de internet. Facebook y Twitter son de preferencia utilizados para seguir pasivamente a los líderes de los nodos de esa enorme red. Esos líderes son las estrellas de la música, el espectáculo y las marcas de consumo. Y lo que el usuario promedio hace en favor de sí mismo es también promocionarse como marca. “Subiendo al avión”; “Comiendo en el nuevo restaurante de Leonor Espinosa”. Es de este tipo de cosas que el 61 por ciento de los encuestados por Pew Research dijo estar cansado.