PSICOLOGÍA

La mala costumbre de dejar todo para el final

Algunos piensan que procastinar no es grave, pero sí lo es. Lo bueno es que tiene solución.

19 de septiembre de 2015
| Foto: Javier de la Torre

Existe una tendencia arraigada a posponer las tareas. Probablemente todos han dicho ‘dejo esto para mañana’ en el trabajo, a la hora de pedir una cita médica o de pagar una cuenta. En algunas situaciones la decisión de posponer es apenas normal y se basa en factores racionales como la necesidad de resolver asuntos más urgentes o simple falta de tiempo. Pero en otros casos se toma deliberadamente, a sabiendas de que tendrá consecuencias negativas en el futuro. En este grupo se clasifican las personas que procrastinan, es decir, las que tienen el tiempo y saben que deben realizar esa tarea pero se inventan todo tipo de excusas para postergarla.

La gente los confunde con los perezosos o con aquellos que siempre dejan las tareas para el final porque trabajan mejor con la presión del último minuto. Sin embargo, los expertos dicen que los verdaderos procrastinadores tienen ese hábito integrado a su estilo de vida y se diferencian de los demás porque se estresan al caer en él. Es un círculo vicioso: el individuo se siente ansioso, culpable y avergonzado al posponer. Estos sentimientos lo dejan sin energía para ser productivo, lo que provoca que de nuevo postergue, y con ello se vuelve a generar culpa. Y así comienza un nuevo ciclo.

Hasta hace poco tiempo se creía que este problema se reducía a una falta de organización y manejo del tiempo, pero los psicólogos han encontrado que los procrastinadores lo calculan tal como lo hacen aquellos que no lo son. La diferencia radica en que sienten emociones negativas que juegan un importante papel en ese hábito: procrastinar es un mecanismo para lidiar con las emociones que produce una determinada tarea “que les genera aversión porque es frustrante, difícil, les genera rabia, miedo o les parece aburrida”, dice a SEMANA el psicólogo Timothy Pychyl, de la Universidad de Carleton, en Ottawa.

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Estas personas evitan esos sentimientos al evadir la tarea. “Por eso decirles ‘hágalo ya’ sería equivalente a pedirle a una persona con depresión clínica que se alegre”, dice Joseph Ferrari, psicólogo de la Universidad DePaul, en Chicago. Lo perjudicial es que buscan sentirse bien ahora en cambio de enfrentar después un estrés más grande.

Con frecuencia, además, estos individuos diluyen sus asuntos urgentes porque esperan encontrar el ánimo adecuado para hacer la tarea y asumen, erróneamente, que este llegará en un futuro cercano. Ahí aparecen las excusas como ‘voy a hacer una siesta y luego sí trabajo’, ‘primero voy a comer’, ‘voy a ver televisión para relajarme’ o ‘voy a mirar mis correos’ en lugar de ponerse manos a la obra. Pero, por supuesto, en el futuro tampoco van a sentirse bien con esa tarea. “Lo decimos solo porque es la mejor manera de escapar a esos sentimientos. Uno cede para sentirse mejor”, dice Pychyl.

Por todo lo anterior, los psicólogos creen que este asunto tiene mucho que ver con la idea de presente y futuro. La gente siempre pone sobre la balanza los costos y beneficios de hacer algo. Por ejemplo, ir a donde el odontólogo tiene el costo de la tortura, pero a largo plazo, el beneficio de la salud dental. Pero como este bien final es más remoto, la gente aplaza la visita a ese profesional. La lucha entre el yo presente y el yo futuro es crucial en este tipo de personas, pues para el procrastinador este último es menos importante que el primero. “Su prioridad es reparar el ánimo en el corto plazo a través del aplazamiento”, señala Pychyl.

Todo esto lo lleva a postergar a cambio de efectuar otras actividades que producen más placer. “Es una forma negativa de diferir algo: provee un alivio en el corto plazo, pero es una decisión equivocada porque genera un ciclo de estrés e infelicidad”, señala el experto. Además, estos individuos terminan por hacer las cosas a última hora y por invertir mucho menos trabajo en ello.

Cuando el procrastinador se siente inseguro acerca de la tarea, la posterga porque cree que el resultado se verá mal ante los demás, y hacerlo le pospone esa sensación. Otros, en lugar de ir a pagar una cuenta o buscar trabajo, se van para el gimnasio, un fenómeno que se conoce como compensación moral pues para no sentirse tan mal cambian lo importante por una actividad beneficiosa. Para Ferrari, estas personas son excelentes productoras de excusas y siempre tendrán una razón para demorarse.

Los peores casos se dan cuando los procrastinadores son, al mismo tiempo, olvidadizos, dos condiciones que por separado son negativas, pero juntas son una bomba contra la productividad. Se estima que entre el 20 y el 25 por ciento de las mujeres y hombres son procrastinadores crónicos y esos índices son válidos en España, Perú, Venezuela y Colombia. “Es su estilo de vida”, dice Ferrari a SEMANA. A pesar de que son índices más altos que la depresión y alcoholismo, la gente trata este asunto como si no fuera importante, “pero es serio”, agrega.

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Ellos rompen promesas, ocasionan estrés a otros y los demás dejan de confiar, y esto hace un daño muy grande, no solo en las relaciones personales y de pareja, sino en los temas laborales. En materia de salud, las consecuencias pueden ser nefastas. Para empezar, procrastinar produce estrés, una condición que compromete el sistema inmune y está relacionada directamente con mala salud. Pero indirectamente, dice Pychyl, el hábito de postergar implica menos comportamientos sanos y tratamientos a tiempo. “Dicen que van a hacerse un chequeo después y cuando van, ya puede ser muy tarde”, explica.

Por todo esto, los científicos creen que la solución no consiste en hacerles cronogramas ni charlas sobre el manejo de tiempo, sino en otro tipo de estrategias. Ana María Cardona, directora de la especialización en Psicología Educativa de la Universidad de La Sabana, sostiene que una manera de atacar el problema consiste en analizar las emociones que genera hacer la tarea pospuesta. “Puede ser que la desmotivación provenga del hecho de que al individuo le parece aburrida y esto lo lleve a cambiar de actividad”, dice. También recomienda dividir el trabajo en pequeñas fases para que la persona no se sienta abrumada por una hazaña inalcanzable. Esto implica trabajar por periodos de apenas 25 minutos y descansos de cinco, hasta completar la meta.

Pychyl concuerda con ella. Por eso su estrategia consiste en pensar en las acciones que requieren completar la tarea. Mientras más concretas, mejor: encender el computador, escribir el primer párrafo o pensar en la primera respuesta. “Después de hacer algunas de ellas, la persona ya no estará pendiente de sus emociones y el progreso logrado la motivará más”.

También se recomienda aplicar el mecanismo de los microcostos, que consiste en hacer más complicadas las situaciones que interrumpen las tareas. Por ejemplo, si el problema es el correo, alejar los aparatos electrónicos de la vista; si apaga el despertador para no madrugar a trabajar, hay que ponerlo en un sitio alejado que requiera pararse para desactivarlo. Otros expertos señalan que es de gran ayuda pensar en términos de días y no de meses ni años, con el fin de cerrar la brecha entre el yo presente y el futuro, pues al verlos como uno solo podrá conciliar las necesidades de ambos.

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Pero Pychyl dice que la mejor estrategia es tomar el toro por los cuernos y empezar a hacer la tarea sin contemplaciones. Para él es contraproducente concentrarse en las emociones porque el procrastinador probablemente va a querer cambiarlas, pero, como él lo dice, “intentará postergar esa tarea también”, explica. Si se trata de un procrastinador crónico, lo ideal es que acuda a terapia para entender mejor las emociones de aversión y el mecanismo de lidiarlas por medio del aplazamiento. Y esto sí no lo puede postergar.