Julián, de 11 años, se acuesta alrededor de las diez de la noche entre semana, no precisamente por jugar o ver televisión. Las tareas que trae del colegio lo ocupan desde que llega a su casa y sus padres están preocupados porque debe madrugar a las siete de la mañana.
“A veces nos toca ayudarlo porque la carga es muy grande y los trabajos son complejos”, afirma su padre, Ricardo. Las constantes quejas al respecto han puesto sobre la mesa el debate sobre qué tan necesarias son las tareas para tener un rendimiento escolar óptimo y cuál es el límite de una exigencia sana.
Las tareas tienen el fin de afianzar el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Y si bien son importantes para que formen hábitos, desarrollen competencias, exploten sus aptitudes y amplíen sus conocimientos, deben ser “razonables en extensión y contenidos. Comprensibles y realizables para que el alumno no requiera del apoyo permanente de un adulto”, explicó a SEMANA María Elena López, psicóloga de familia y autora del libro Tareas sin peleas.
En términos de tareas escolares, la cantidad no significa calidad. La profesora Susan Hallam, del Instituto de Educación de la Universidad de Londres, analizó varios estudios sobre las tareas durante los últimos 75 años y probó que no tienen mayor peso en el rendimiento escolar, pues solo marcan una diferencia de menos del 4 por ciento en las calificaciones.
Según Richard Walker, profesor asociado de la Universidad de Sidney, Australia, y coautor del libro Reforming Homework, los deberes solo muestran beneficios razonables en estudiantes de los últimos grados del bachillerato. En el caso de los niños de primaria su influencia es menor al 10 por ciento.
Es decir, no hay relación directa entre el número de horas que los alumnos invierten en hacer tareas y sus resultados académicos. De hecho, resulta muy diciente que en Finlandia, el país que ha ocupado el primer lugar de las pruebas Pisa en los últimos años, las jornadas de clases son más cortas y los alumnos no tienen sobrecarga de tareas. Es el caso contrario al de otros países, como Estados Unidos, donde el exceso de trabajos no se traduce en el éxito en pruebas internacionales.
Según las investigaciones de Walker, los estudiantes experimentan emociones más negativas cuando hacen trabajos en la casa que cuando los realizan en el colegio. Además, las tareas pueden generarles mucho estrés, especialmente por la presión que ejercen los padres por mejores calificaciones.
“Debe haber un equilibrio y el tiempo debe alcanzarles para asistir al colegio, recrearse en su tiempo libre, practicar algún deporte y por supuesto compartir con su familia”, señaló a SEMANA el psiquiatra infantil Germán Casas. Prueba de ello es que los colegios que fomentan actividades en las tardes tienen alumnos más sanos, responsables y enfrentan mejor la universidad.
Para López las tareas deben irse introduciendo gradualmente en la rutina de los alumnos y según su edad, pues a veces la sobrecarga es producto de trabajos muy complejos y los padres se ven obligados a ayudarles. También deben tenerse en cuenta las condiciones físicas y geográficas de los alumnos, pues “no es lo mismo si se trabaja media jornada o si el colegio es rural y no bilingüe”.
Los beneficios de las tareas dependen de la calidad de los trabajos y de la retroalimentación que los estudiantes reciban de sus profesores. “La que se asigna sin razón es una pérdida de tiempo”, dijo Walker a SEMANA. Por eso las tareas deben reinventarse para que resulten atractivas y desafiantes para una generación que tiene “acceso al universo digital y vive en un entorno cada vez más agitado y competitivo”, señala López. Ese es el gran reto para las directivas de los colegios, los profesores y los investigadores.