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¿En qué situación está Chernóbil tras la invasión rusa?
A pesar de que la zona de Exclusión de Chernóbil ha sido ocupada por fuerzas rusas en su invasión de Ucrania, conviene saber que las instalaciones no han sido dañadas y no existe riesgo con el material radiactivo acumulado.
En la mañana del 24 de febrero de 2022 las tropas del ejército ruso comenzaron la invasión de Ucrania. Durante semanas se especuló sobre la posibilidad de una invasión a través de la Zona de Exclusión de Chernóbil. La zona, escenario del mayor accidente nuclear de la historia en abril de 1986, sigue siendo uno de los lugares más radiactivos del planeta.
En las primeras horas de la invasión parecía que el ejército ruso podría evitar Chernóbil. Se anunció que columnas de vehículos blindados habían entrado en Ucrania y se dirigían hacia Cherníhiv/Chernígov, principal ciudad al este de Chernóbil. A lo largo de la mañana se informó de la entrada de más tropas desde Bielorrusia, a través del pequeño puesto fronterizo de Vilcha, al oeste de la Zona de Exclusión.
Durante la tarde las tropas rusas tomaron el control de la Zona de Exclusión y del complejo nuclear de Chernóbil. Fuentes ucranianas, incluido el presidente Volodímir Zelensky, informaron de intensos combates entre tropas ucranianas y rusas en el área. Fuentes militares rusas hablan de la toma de Chernóbil sin mucha oposición. Es complicado saber hoy cómo se desarrollaron los acontecimientos.
El organismo regulador de la energía atómica de Ucrania anunció que tras la toma de la central los operarios del complejo nuclear seguían en sus puestos y que las instalaciones no habían sufrido daños. El complejo consiste no solo en el reactor 4 con su edificio de contención, sino también los reactores 1, 2 y 3 y los edificios SNF-1 y SNF-2 de almacenamiento de combustible usado. Unas 22.000 unidades de combustible nuclear quedan en Chernóbil.
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La posibilidad de combates en Chernóbil y la pérdida de control del complejo nuclear por las autoridades ucranianas aumentaron la preocupación sobre el estado de las instalaciones y la radiación en los alrededores. Todas las informaciones que existen en la actualidad aseguran que las instalaciones se encuentran en perfecto estado y no han sufrido ningún daño. Horas después de la toma de Chernóbil varios de los sensores automáticos de radiación registraron aumentos significativos en sus mediciones.
El aumento registrado en los niveles de radiación se asocia al paso de un elevado número de vehículos pesados por la zona en dirección a Kiev. Estos vehículos habrían levantado gran cantidad de polvo y movilizado algunas partículas radiactivas del suelo. Es importante remarcar que este aumento se mantiene muy por debajo de los límites considerados peligrosos para la salud. Los niveles de radiación registrados siguen siendo muy inferiores por ejemplo a los de muchas pruebas médicas realizadas habitualmente (mamografías, escáneres…).
Un intenso movimiento de polvo podría causar algún problema en el caso de que se ingiriese alguna partícula de alta actividad radiactiva (“hot particles” de plutonio). Este efecto es poco probable y en todo caso limitado a una escala muy local. No hay ninguna razón para temer que el combustible de la central pueda ser utilizado para la creación de una bomba sucia, mucho menos de una bomba nuclear. Ese material no tiene el enriquecimiento necesario para ello. Además, Rusia tiene su propio y muy abundante arsenal nuclear. La ocupación de Chernóbil puede entenderse desde un punto de vista estratégico, y quizá simbólico.
En definitiva, debe existir tranquilidad respecto al estado de las instalaciones de Chernóbil, del material alojado allí y de la radiación en la zona. La preocupación respecto a la ocupación de Ucrania debe enfocarse hacia otros escenarios. Ojalá la situación vuelva pronto a la normalidad y Chernóbil pueda seguir siendo un lugar destinado a la memoria del accidente y en el que podamos seguir dedicándonos con nuestros colegas ucranianos al estudio y conservación de su rica biodiversidad.
Por Germán Orizaola
Investigador Ramón y Cajal, Universidad de Oviedo.
Artículo publicado originalmente en The Conversation.
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