Aún en las fiestas, después del tejo y con harta cerveza encima, en Boyacá, todo el mundo sigue tranquilo. | Foto: Fernando Cano Busquets

SEGURIDAD

Estas poblaciones suman 5 años sin un solo homicidio

Ni un homicidio se ha registrado durante los últimos cinco años en 30 de los 123 municipios boyacenses, según cifras del Ministerio de Defensa y la Policía del departamento. Viajamos a cuatro de estos pacíficos lugares para descubrir cómo viven sus habitantes.

6 de agosto de 2018

El paisaje, en algunos puntos de las carreteras del norte de Boyacá, evoca los pesebres de la infancia. A lo lejos se ven los pueblos empotrados en las laderas de esas montañas de un verde fantástico; son como parches, como pequeñas manchas entre los bosques. Sí, pesebres.

A una hora de Sogamoso, bordeando el río Chicamocha, se encuentra el pueblo de Betéitiva. Coronado por una iglesia, bajo la vigilancia de unos cuantos perros que ven pasar el día en los andenes frente a las casas, aquí solo hay tranquilidad y silencio. La calma domina la plaza central en esta mañana soleada. El silencio se rompe con las voces de quienes se dirigen a una junta comunal en la que se discutirá sobre lo poco que falta para pavimentar la carretera. Por aquí, antes del asfalto, pasó Simón Bolívar en su ruta libertadora. Hoy esta zona le sirve de escenario al rodaje de una película, que ha roto la rutina de los habitantes. Muchos de ellos han dejado la timidez y participan como extras en una serie de Caracol Televisión y Netflix, llamada Bolívar, una lucha admirable.

“Aquí se vive muy chévere”, dice Mónica Acero, una mujer de 27 años que tiene a su cargo la tienda de la plaza principal. Ha pasado toda su vida en estas montañas: “No cambio esta vida relajada de Betéitiva por nada. Mire, yo creo que aquí no hay ladrones porque les da pereza venir tan lejos”. No hay grandes riquezas, pero la gente vive de la ganadería, la agricultura y, en menor medida, de la minería. Cada cual tiene lo que necesita. No falta, pero no sobra. “Pensándolo bien, creo que por eso es que no vienen los ladrones, ¿qué se pueden robar aquí?”, concluye Mónica.

A media hora de Betéitiva se encuentra Corrales. Aquí el paisaje cambia, la tierra es más amarilla y algunos cactus componen la vegetación. Desde la cima de una loma cercana se puede ver todo el pueblo, su amplia plaza y una arquitectura colonial muy bien conservada. Reconocido por la producción de génovas (esos embutidos casi esféricos), de aquí tampoco salen malas noticias desde hace años. “Es que somos pobres, pero tranquilos”, explica Germán Barajas, uno de los vendedores de génovas que lleva al menos tres décadas dedicado a esta maravilla gastronómica. La Navidad es la época más esperada por los corraleños: para entonces se decoran sus calles, el blanco de las casas se exalta con miles de luces y, a pesar de la alta afluencia de turistas, la paz permanece inquebrantable. “Aun en las fiestas, después del tejo y con harta cerveza encima, todo el mundo sigue tranquilo”, concluye Germán. “Gracias a Dios vivimos así. Yo no sé a qué se deba”, complementa Lina Cuervo, una mujer de 30 años, quien trabaja en los cultivos de tomate de la zona.

A pocos minutos de este municipio se encuentra Floresta, que tiene una arquitectura similar. El pueblo se conserva intacto y los nombres de sus calles están escritos a mano en las esquinas. El olor a pan les da la bienvenida a los visitantes. Las motos, que son el transporte más común de la región, se reemplazan por las bicicletas. “Uno vive con lo que tiene y no le hace daño a nadie. Aunque el trabajo es más bien poco”, afirma Carmenza Martínez, quien ha vivido sus 73 años en el pueblo. Mario González la apoya: apenas hay empleo en la Alcaldía y en unos cuantos negocios, como restaurantes, panaderías, cantinas y economatos, que mueven a la región. “Sin embargo, se vive muy rico”, dice.

A diez minutos por una carretera serpenteante se llega a Busbanzá. Argemiro Pinzón les da la bienvenida a los viajeros en su tienda de almojábanas, que lleva más de cuatro décadas ubicada en la calle de entrada al pueblo. “Lo mejor de aquí es el clima, el aire puro. No hay empresas, pero tenemos maíz, papa, arveja, hortalizas. Somos gente sana. Nos criamos juntos, como si fuéramos hermanos. Todos trabajamos y hay pocas necesidades”, asegura el hombre de 76 años. Junto a él, muchos habitantes de la región dicen que buena parte de las nuevas generaciones se ha ido a las ciudades y que el campo se está abandonando, los insumos están caros y la contaminación de las acerías y los monocultivos de cebada afectaron a algunos campesinos; sin embargo, las tierras siguen siendo productivas y brindan muchísimos de los alimentos básicos. Jóvenes como el futbolista César Granados (26 años) han creado proyectos para que los menores realicen deporte en su tiempo libre y el futuro mejore para los que están creciendo en esta región.

Así, entre iglesias, ruanas y carranga, Betéitiva, Busbanzá, Ciénega, Corrales, El Espino, Floresta, Iza y Sativasur, se convirtieron en un ejemplo para Colombia hace muchos años. Demostraron que vivir sin violencia es posible.