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Las revelaciones que dejó la autopsia a una momia de “sirena”: ¿realmente existieron?
Han estudiado la momia de Enjuin, una de las “sirenas” más famosas de la historia. ¿Qué dejaron las pesquisas?
La tecnología de rayos X y la tomografía han demostrado ser tecnologías cada vez más útiles en investigaciones médicas y científicas. Recientemente, expertos de la Universidad de Kurashiki las han empleado para examinar una momia de sirena, de apenas 30 cm, custodiada y venerada por los monjes del templo Enjuin de Asaguchi, en la prefectura de Okayama, en Japón.
Los monjes cuentan que la encontró un pescador, y dentro de la caja de madera que le sirve de sarcófago había una nota que afirmaba que se trataba de “una sirena atrapada en una red en el mar frente a Tosa […] en la era Genbun (1736-1741)”.
Los resultados de la autopsia
Los resultados de la investigación revelan que la creación del objeto probablemente tuvo lugar a finales del siglo XIX, unos 100 años después de lo que afirma la nota. Su cabello es de un mamífero, aunque no se pudo identificar la especie.
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Se utilizó piel de pez globo para cubrir los brazos, cuello, hombros y mejillas. Para sus uñas usaron queratina animal. La mitad inferior del pequeño cuerpo, la cola, es una mezcla de espinas de pez, posiblemente de una cola o una aleta dorsal. La mandíbula y los dientes pertenecieron a un pez carnívoro. Podríamos decir que el torso es el de una marioneta. Le dieron forman usando tela, papel y algodón.
Los guardianes de sirenas
Varios museos y colecciones privadas conservan objetos registrados como tritones o sirenas fiyi y reúnen innumerables artefactos y momias, muchas de ellas medio pez, medio mono, que un día fueron tratadas como sirenas auténticas. Algunos ejemplos se encuentran en el Museo Británico o en el Museo Nacional de Etnología de Leiden. En su mayoría, su procedencia se vincula a Asia y, en concreto, a Japón. Así, la momia de Enjuin no es un caso único. La momia de sirena Fiyi de Barnum se conserva en el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard, y se consideran objetos preciados la sirena del Museo de Buxton y la sirena del Museo Horniman de Londres.
Supuesta sirena de más de 300 años. La misteriosa criatura quedó atrapada en una red de pesca en la costa de la provincia de Tosa entre 1736 y 1741. La momia pasó a otros propietarios después del cambio de Era Meiji (1868- 1912) y acabó siendo adquirida por el templo de Enjuin. pic.twitter.com/ymcveJfAA3
— Joab Vargas (@joab_vargas) March 10, 2022
La sirena del museo Horniman también fue estudiada en profundidad. Los resultados de un amplio análisis se publicaron en 2014. Entonces encontraron trazas de metal, madera, cuerda, barro y textiles en la composición de la momia NH.82.5.223. Las secciones de madera fueron clavadas perpendicularmente para crear el torso y los hombros. El cuello se construyó en una pieza y se encajó en el torso. El escaneo también mostró dos varas de bambú insertadas a modo de brazos, y se usó alambre para la espina dorsal.
Además de en museos, las momias de sirena todavía se conservan en santuarios sintoístas y budistas en Japón, como la sirena o ningyo del santuario Tenshou-Kyousha cerca del monte Fuji.
Un mito universal
Estas criaturas marinas han sido representadas en la mitología de distintas culturas durante milenios. Desde Siria, con la diosa marina Atargatis, o la antigua Grecia, con el dios Tritón o Ulises, capaz de resistir su canto, hasta el espíritu aborigen australiano del Yawkyawk, las referencias a sirenas benévolas o malévolas se encuentran en innumerables leyendas.
Aunque el mito es universal, la mayor parte de las momias de sirena conservadas en templos y museos son asiáticas, principalmente japonesas. Y la mayoría de las momias de sirenas estudiadas a principios del XIX confeccionadas en Japón se presentan en pose dolorosa, retorciéndose sobre su cola y con las manos en la cara como si profiriesen un grito.
El encuentro con una sirena
Fue en la isla de Dejima, en la bahía de Nagasaki, donde llamaron la atención de los viajeros europeos por primera vez. En la década de los veinte del siglo XIX, se recogen historias como la de un pescador que atrapó una de estas sirenas. Ella, mientras moría, predijo una época de gran prosperidad, pero que venía acompañada de una epidemia fatal.
La momiomanía del XIX
La práctica de la momificación ha fascinado a curiosos desde la Antigüedad. La preservación del cuerpo a través de la disecación, evisceración y uso de resinas y otras especias ha sido relatada para la posteridad por Heródoto o Diodoro Sículo, para el caso del antiguo Egipto. El propio término momia deriva del persa mummia para referirse al betún. Tal y como revela el arqueólogo del University College de Londres Gabriel Moshenska, este material fue muy preciado en la Persia del siglo XI.
En los siglos XVI y XVII el uso de momias con fines medicinales dio lugar a un mercado ilícito internacional en Europa, abriendo la cuestión sobre su trato como objetos y la aparición de falsificaciones. El Renacimiento y el creciente interés que se suscitó por las momias hizo que fragmentos y cuerpos momificados comenzasen a aparecer en los museos europeos de Dresde, Milán y Leiden. Catalina de Médici llegó a enviar una expedición en 1549 a la necrópolis de Saqqara, en Egipto, para extraer momias con fines medicinales.
Las momias adquirieron un valor incalculable desde las campañas de Napoleón en Egipto (1798-1801), aunque alcanzaron su cénit de popularidad durante el siglo XIX. El movimiento del Romanticismo reforzó la pasión y el gusto de estudiosos y literatos por el exotismo. Al mismo tiempo, los estudios anatómicos y las autopsias de momias proliferaron en esta época.
Así, exploradores, viajeros y aventureros comenzaron a adquirir momias. Los mecenas crearon colecciones privadas y los museos también se hicieron con ellas. Falsificarlas se convirtió en un lucrativo negocio y los relatos de marinos y pescadores sobre momias de sirena y el avistamientos de estas criaturas se expandieron por el mundo. Gracias a su gran popularidad han constituido un verdadero y misterioso objeto de estudio durante siglos.
Por: Iria Souto Castro
Investigadora Postdoctoral Margarita Salas, Historia Antigua, Egiptología, Universidade de Vigo
Artículo publicado originalmente en The Conversation