Cultura
#MeToo en el siglo XVII
El sarao de María de Zayas ejemplariza las similitudes entre las noticias de acoso sexual, las reacciones de las mujeres y de la sociedad en general en el siglo XXI y lo que ocurría cuatro siglos antes.
¡Ánimo, hermosas damas, que hemos de salir vencedoras! ¡Paciencia, discretos caballeros, que habéis de quedar vencidos y habéis de juzgar a favor que las damas os venzan!
Desengaños amorosos de María de Zayas, 1647
Una periodista escribe sobre una violación de la que fue víctima en pleno siglo XXI y decide guardar el secreto sobre la identidad de su violador; muchas mujeres alrededor del mundo se expresan a través de un popular hashtagque han sido víctimas de abusos sexuales, que usualmente involucran el abuso del poder; otras se refieren a la exageración de las denunciantes, dan a entender que las mujeres tienen la culpa de lo que les ocurre, o que la victimización de la mujer abusada se contrasta con el empoderamiento por el que propende el feminismo moderno. Lo paradójico del asunto es que desde hace más de cuatrocientos años ese mismo incómodo sentir femenino se empezó a manifestar a través de la literatura.
En el siglo XVII en España no había Internet, ni Facebook, ni Instagram ni WhatsApp, pero la narrativa de María de Zayas da cuenta de un sarao (reunión social predominantemente femenina y privada) en las que varias mujeres relatan los desengaños amorosos de los que han sido víctimas. Se trata de la colección de novelas de Zayas que aparece publicada por primera vez en 1647 en Zaragoza con el nombre de Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto, que luego cambia a Desengaños amorosos al salir la segunda edición.
Es una narración al estilo de Boccaccio, con un relato de marco que dialoga con diez novelas insertas. La protagonista, Lisis, invita a las mujeres presentes en su sarao a que cuenten historias que han de cumplir con las siguientes condiciones: “en primer lugar que habían de ser las damas las que novelasen (y en esto acertó con la opinión de los hombres, pues siempre tienen a las mujeres por noveleras); y en segundo, que los que refiriesen fuesen casos verdaderos, y que tuviesen nombres de desengaños (en esto no sé si los satisfizo, porque como ellos procuran siempre engañarlas, sienten mucho se desengañen.” (Desengaños amorosos, Cátedra 2017, 118).
Es decir, el sarao que organiza Lisis funciona como la plataforma de socialización de la que se vale una comunidad afectada (las mujeres) por un determinado comportamiento constante por parte de los hombres (al igual que las redes sociales de nuestros días). La sociabilidad se puede definir como la capacidad de los integrantes de un grupo social de integrarse, relacionarse y compartir sus vivencias, así como de distraerse o sobrellevar cualquier situación en comunidad. Eso es justamente lo que hace ahora el afamado hashtag y lo que hicieron las mujeres a través de otros medios, tanto en el medioevo como el Siglo de Oro español.
Nieves Romero-Díaz en su artículo “Del sarao zayesco a la carta agrediana” puntualiza: “las mujeres de la temprana modernidad establecen lazos sociales y crean modos de sociabilidad que las unen y fortalecen frente a una sociedad predominantemente masculina. Ya sea desde el estrado de la casa o desde la celda conventual, las mujeres tienen la capacidad de formar comunidades, aliarse y crear redes de intercambio comunicativas, materiales y afectivas, por medio de las cuales compartir unas preocupaciones y unos intereses propios.” En este sentido, el espacio privado-cortesano; que se contrapone a lo público–plebeyo; se exhibe además como una forma de entretenimiento honesto con toda la carga que se desprende del concepto de honestidad y discreción. Por eso, la casa se convierte en piedra angular para la expresión más libre y espontánea, siempre dentro del marco privado. Es decir, la mujer se puede expresar mejor sin caer en la inmoralidad. Pero, además, le permite crear una comunidad de apoyo mutuo para enfrentar a una colectividad masculina.
Ahora, lo interesante del sarao zayesco no es solamente el espacio de las mujeres sino el contenido mismo de las tramas de las novelas, tan parecidos a los abusos narrados por miles de mujeres con #MeToo. Por ejemplo, la primera novela inserta dentro del relato marco, La esclava de su amante, es narrada por Zelima, supuestamente la esclava mora de Lisis, pero que en realidad es doña Isabel Fajardo, una mujer noble y católica que se ha convertido en esclava luego de que un hombre (Manuel) que la cortejaba la deshonrara a la fuerza. En palabras modernas, la violó. Como siempre, tanto en el siglo XXI como en el XVII, ella de alguna manera se siente culpable, porque no se comportó como era debido. Son muchos los apartes en los que se refiere a su flaqueza: “Ay, mujeres fáciles, y si supiésedes una por una, todas juntas, a lo que os ponéis el día que os dejáis rendir a las falsas caricias de los hombres […]”(130); “[…] no diesen lugar a los hombres para alabarse ni hacer burla de ellas, ni sentir mal de sus flaquezas y malditos intereses […]” (136); “¡Ah flaqueza femenil de las mujeres!, acobardadas desde la infancia y aviltadas las fuerzas […]” (137); “De todo esto fue causa mi facilidad” (152); “[…] pudiera ya las mujeres tener conocida esa treta y no dejarse engañar […]” (163).
En realidad, lo único que hizo doña Isabel fue leer unas notas de amor que le hacía llegar Manuel con su criada, pero como faltó al decoro y a las buenas costumbres (debió haber roto el papel sin leerlo) se siente culpable. Este sentimiento es similar al que sienten (injustamente) las mujeres abusadas de nuestros días que usaron muy corta la minifalda, o que bebieron más de lo debido, o que cedieron a las insinuaciones y presiones de sus poderosos jefes, o que abrieron la puerta de un cuarto de hotel a sabiendas del riesgo que corrían.
A Isabel no le queda más remedio que perseguir a don Manuel para que cumpla con su promesa de matrimonio, porque como dice Peydro Montesa en Texto y contexto en la narrativa de María de Zayas: “la mujer deshonrada solo tenía tres salidas: la muerte, el convento o el matrimonio con el ofensor”. Y es que la honra de la mujer del Siglo de Oro radica en su virginidad. Por esa razón es más importante buscar a toda costa la limpieza de la honra a través del matrimonio que denunciar al agresor y poner en evidencia ante la sociedad la ruptura. Es más grave una mujer noble deshonrada que un violador. ¿Es diferente en el siglo XXI?, me pregunto. ¿Es más grave el mal social (o político) causado por la denuncia, que el delito mismo?
Doña Isabel no logra casarse con Manuel, así que decide mantenerse como la esclava en la que se había convertido y luego, cuando su dueña conoce la verdad, toma la decisión de retirarse a un convento. Es decir, recurre al silencio. Esta es una forma de venganza, como la califica Alicia Yllera en la introducción a la colección de novelas, porque justamente lo importante es el “qué dirán”. Isabel realmente no ama a Manuel, pero su honra ha sido ultrajada y es preferible el silencio del crimen que la revelación del quebranto.
Pero, eso era en el siglo XVII español, una época cargada de matices religiosos contrareformistas y moralistas muy marcados. Por eso, si bien María de Zayas es consciente de una iniquidad y lucha por ella (por algo se le llama la feminista del Siglo de Oro), la construcción retórica de la autora está impregnada de una fuerte tendencia hacia la ejemplaridad moral católica que rige a la sociedad que habita. Por eso recurre a la salida al convento como final inevitable para una mujer discreta que ha sido engañada. ¿Y en el siglo XXI qué pasa?
Termino esta reflexión con apartes del famoso poema Hombres necios que acusáis, de Sor Juan Inés de la Cruz (1648-1695), quien desde el espacio conventual rescata también esa conciencia sobre la culpabilidad de la que ha sido víctima la mujer, con en el que le reclama a los hombres su actuar binario: la quieren perfecta, pero la instan al mal: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. / Si con ansia sin igual / solicitáis su desdén, / ¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal? / Combatís su resistencia / y luego con gravedad decís que fue liviandad / lo que hizo la diligencia. […]/ ¿Qué humor puede ser más raro / que el que, falto de consejo, / él mismo empaña el espejo / y siente que no esté claro?”.