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Bomba queda al lado de la Ciénaga de Zapayán.

Crónica

Bomba, tierra de relatos

Una crónica desde Bomba, Magdalena, un pueblo a las orillas de la Ciénaga de Zapayán.

Linda Esperanza Aragón
26 de julio de 2016

La tierra es fina. En ella quedan registradas las huellas de los caminantes, de los taburetes, de los caballos, de los cerdos, de las gallinas y del viento. Bomba, Magdalena, no está adoquinada. La tierra es un patrimonio inconmensurable. Cuando se camina, los pies quedan empolvados, por eso es una costumbre sacudirse a la hora de acostarse a dormir.

Los meses más bonitos son mayo (cuando se celebran las fiestas patronales) y diciembre (tiempo de vacaciones, Navidad y Nochevieja). Los que se han ido a las ciudades regresan para compartir estas fechas en familia. Si hay bastante personal, nadie duerme en la calle. Cuando una casa se cierra, se convierte en un solo cuarto.

Aquellos que vienen de la ciudad son perfectamente observados por los bomberos. No se escapa ningún detalle, sobre todo si se trata del aspecto físico, no falta esa persona que dice sin inhibiciones:

- Ve, tú sí has ‘venío’ blanco y gordo. La ciudad te convino.

Claro, en algunas ocasiones las críticas no son tan favorables; bombero que se respete dice las cosas sin maquillarlas:

- Oye, te veo escuálido y ‘quemao’. Te hace falta comer buena yuca con arenca.

Todo aquel que desee engordar debe comer la arenca, pescado típico y apetecido por la mayoría de los habitantes, y que es transportado a los mercados de Calamar, Bolívar. Sus mejores acompañantes son la yuca, el arroz, el guineo verde cocido, el bollo de yuca y el bollo limpio. La Ciénaga de Zapayán es la cuna de las arencas; es un escenario encantador: todo aquel que visita Bomba, no se va sin haberse dado un chapuzón.


Archivo particular

Bomba es ardiente, y en las casas no pueden faltar cartoncitos para aliviar el fogaje. Tampoco puede faltar leña, pues las mejores comidas se hacen en el fogón. Los platos no tienen comparación: ningún restaurante citadino supera las delicias que llevan impregnadas ese humito sagrado de la hornilla.

Tanto en la cocina como en el baile hay sabrosura. El baile tiene un sabor agridulce como el de los cerezos que se cultivan en esta tierra. Recuerdo el picó “El Pescador”, que era de mi abuela Andrea. Las noches de los ochenta y noventa eran de pura rumba. En esas épocas (aparte del vallenato) tenían por delante la canción “Sopas de caracol”, de la agrupación musical hondureña Banda Blanca, y la terapia africana, ‘El giovanni’. Los adultos y la ‘pelaera’ se juntaban y armaban sus coreografías y se reían de los pases que se inventaban.

Un vallenato de los clásicos y un trago de caña le levantan el ánimo a los desenamorados y desesperanzados. Nadie se queja cuando se cierra una calle exclusivamente para parrandear. Tampoco sorprende que haya cantinas con nombres como “El Bombazo”, “La Chuela” y “El Leñazo”. Estas denominaciones son parte su cotidianidad y cultura.


Archivo particular

Algunos muchachos y muchachas aprovechan las fiestas de mayo y diciembre para casarse, o bueno, como dicen los bomberos: “salirse”. Las muchachas se van al baile en conjunto, y todos los que las ven pasar, las cuentan. Cuando se regresan, las vuelven a contar. Y este es el diálogo habitual que surge cuando el grupo que se fue a bailar no regresa completo:

- Las cuentas están malas.
- Una se salió por ahí con alguno. Pudo haber sido con un forastero o con un bombero.

No existen tapujos para decir lo que se piensa del otro, sobre todo si se trata de mencionar los defectos. Esto se hace cara a cara, bien sea en medio de una discusión o de una mamadera de gallo:

- Te pareces a una chiva ‘entaconá’
- Qué vas a ‘hablá’, si tienes la cara como la de un cigarrón volando
- Y tú, cara de lámpara sin gas

En Bomba se disfruta de la vida, se juega con las figuras literarias, siempre hay historias pendientes por contar y el pasado se deja esculcar para seguir dándole camino a los recuerdos. Y aunque es una población pequeña, la hermandad es monumental; así como su suelo, tierra, cielo y ciénaga.

Finalmente, quiero hacer una aclaración: cuando escuchen a alguien decir: ¡ahí vienen los bomberos!, no vayan a creer que son los que apagan la candela. No, señoras y señores, son los bomberos que están hechos de estos pequeños relatos, son los que ríen y lloran sin olvidar que Bomba, Magdalena, es un pueblo pequeño, pero que no es un infierno grande.


Archivo particular