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Foto: Esteban Vega.

En primera persona

La casa, museo y tumba de Jorge Eliecer Gaitán

Crónica de una visita a la Casa Museo Gaitán, administrada por la Universidad Nacional, en el barrio Santa Teresita de Bogotá.

Ana Gutiérrez
1 de julio de 2016

La mañana del sábado 24 de junio, me encontré parada afuera de la reja de la Casa Museo Gaitán en el fuerte sol sabanero. La casa de Jorge Eliécer Gaitán ha sido Monumento Nacional desde el 17 de abril de 1948, menos de 15 días después de la muerte del político. La Universidad Nacional asumió la administración y el mantenimiento de la casa en 2005, y recibió del gobierno dos casas de enfrente para usar como oficinas. De una de esas casas salió una joven universitaria, con un chaleco gris de la UNAL, para abrir la reja. Entre semana, solo grupos de colegios o universidades pueden entrar, pero los sábados se abre al acceso al público alrededor de las diez de la mañana.

La casa blanca, que con los años perdió su cocina, garaje y algunos espacios más, se encuentra en la calle 42 número 15 - 52, en el barrio Santa Teresita, cerca del centro de Bogotá. Fue parte del trazado que la firma Dávila Holguín & Liévano construyó en 1928 en este sector, el primer conjunto urbanizado de la ciudad que contaba con todos los servicios públicos existentes, buen transporte y espacios verdes comunes. Detrás de la cerca, rodeados de pequeñas calles, no se sentía el ruido omnipresente de la ciudad moderna. Pero la casa está casi cercada por el armazón casi terminado de un enorme edificio diseñado por Rogelio Salmona. Entramos ahí primero, un pequeño grupo compuesto más que todo de padres acompañando a sus hijos en una tarea escolar, para dejar en unos casilleros nuestras carteras y maletines. El silencio era total. En el centro, hay un pequeño jardín. La guía, con una gran sonrisa que hacia juego con sus grandes orejas, explicó que el edificio era la segunda etapa del tour, de tres en total.

Gaitán habitó la casa de Santa Teresita desde 1933 hasta su muerte en 1948. La compró para habitar con su madre, Manuela Ayala Beltrán, pero en 1936 contrajo matrimonio y en 1937 nació su hija. Es una casa agradable, con techos altos y ventanas grandes. Lo primero que uno ve es la gran escalera que lleva al piso de arriba. La administración se esfuerza por recrear un ambiente doméstico, para que uno no se sienta en un museo. En la sala, casi todas las cortinas estaban cerradas. Los muebles no son originales, pero sí de la época, y da una extraña sensación de familiaridad. Contra una pared hay un radio marca Farnsworth traído desde los Estados Unidos. Nuestra guía nos explica que Gaitán lo mandó a traer para poder escuchar canciones de mambo, en ese entonces un género nuevo. También le gustaba el porro y el jazz. “Y, ¿notan algo particular de esta sala?”, añade la guía. En la madera parquet hay una lápida, mitad escondida debajo de un sofá azul. Es el lugar donde estuvo enterrado Gaitán durante 40 años, de 1948 a 1988, antes de ser trasladado al complejo donde dejamos nuestras cosas. Casi desde el momento que murió, la casa se designó como monumento. Sacaron a su familia, su esposa Amparo Jaramillo y su hija Gloria Gaitán.

Del otro lado del hall de entrada, está el comedor. La mesa sigue puesta, esperando a alguien que nunca llegó, donde se iba a servir su comida favorita: guisado de pichones. Detrás de la cabecera hay un enorme reloj, detenido a las 1:05 de la tarde. "Amparo Jaramillo lo detuvo cuando supo que le habían disparado a su esposo. En ese momento, todo paró", dice la guía. Cabe decir que era, y es, un artículo de lujo. En las paredes se exhiben delicadas piezas de valija, algunas estampadas con el nombre de un hotel donde una vez se hospedó Gaitán. Cuando murió el político, la donaron al Museo.

Cruzamos un corredor y de repente estamos frente a las trasladadas puertas del edificio Agustín Nieto, cuya fachada orgullosamente proclama que adentro se encuentra el despacho del abogado Jorge Eliécer Gaitán. Fue el lugar donde murió. Había almorzado cerca, y en la vecina Droguería Granada se escondió su asesino, Juan Roa Sierra, antes de que fuera linchado. Ambos habían crecido en el barrio Egipto. Cuando fueron a derribar el viejo edificio, el Museo obtuvo las puertas y las reconstruyeron dentro del recinto.

Las puertas del edificio Agustín Nieto, dentro del Museo. Foto: Esteban Vega.

Seguimos a un pequeño cuarto -no cabemos todos- donde zumban en las esquinas unos deshumificadores. Hay más de 2.800 libros que pertenecieron a Gaitán, encerrados en estantes apretados. No se puede ver cuáles son, pero algunos títulos, en francés, italiano y español están inscritos en las paredes junto a las fotos de las obras de arte italianas que admiró mientras cursaba estudios en Roma. Fue un gran admirador del arte, y hasta consideró una carrear en artes plásticas antes de decidirse por el derecho. “Pero le quedó el gusto. Ensambló los muebles de la casa y, para su hija Gloria, una casa de muñecas. La vamos a ver arriba" nos cuenta nuestra guía, que nos lleva devuelta a la escalera.

Una línea de tiempo nos acompaña al subir. Como en toda la historia colombiana, resalta la violencia, en este caso la Masacre de las Bananeras de 1928. Su manejo del caso llevó a Gaitán a la vida pública.

Cuando llegamos a la segunda planta, no entramos directo a su oficina sino al cuartico de al lado, con una pequeña cama cubierta de una modesta cobija mexicana, para las largas noches de trabajo. Al lado, están sus zapatos, o más bien zapatitos (era un hombre pequeño). Está también parte del traje que llevaba el día en que murió. La espalda está contra la pared. Era, a diferencia de muchos trajes de los abogados la época, hecho en Colombia.

A un paso está su oficina, llena de luz, que entra por las grandes ventanas. Detrás del escritorio hay un balcón. “No es original. Lo mandó a construir porque quería gobernar desde su casa. También incorporó un túnel de escape. Y, no, no podemos ir a verlo” sonríe nuestra guía. Es el sitio donde más se siente su presencia. Los muebles son auténticos sin serlo, es decir, no son los originales pero de la época. Sobre la madera del escritorio está su sello gastado. Está el micrófono, la última tecnología en su momento, que trajo de Italia. Están sus pasaportes, con una larga lista de categorías, como ojos nariz, tez, que ya no figuran en los documentos de identidad nacionales. Al lado, en otro estante de biblioteca, enfrente de libros en italiano, está su tejo.

Foto: Esteban Vega

Seguimos al cuarto, rosado, de Gloria Gaitán, su hija. Leía en tres idiomas: español francés e inglés, como muestran los libros en los estantes. En su escritorio hay recortes de revistas de moda, carteras de niña y dibujos infantiles. En la esquina hay una enorme casa blanca de muñecas, donde jugaba con su padre. A veces él sentaba a las muñecas en el piso y les daba un discurso, que a menudo practicaba cuando pasaba tiempo con su única hija.

En el baño, increíblemente moderno para su época, tenía una maquina importada de ejercicio, para ayudarle a tomar más aire durante sus discursos. Casi no la logro ver, es un cuarto pequeño en un corredor aún más diminuto. Es el final de la primera etapa del recorrido.

Salimos. Nuestros pasos retumban en las escaleras. Volvemos al edificio sin terminar de Rogelio Salmona. Es casi el medio día y el sol arde. Dentro del edificio hace frio. Iba a ser el Exploratorio Nacional, un centro cultural que además de recordar a Gaitán sería un centro cultural. No tiene ventanas, pero sí una placa a la entrada que reza ‘Exploratorio Nacional‘. Se financió solo con donaciones y se quedó así, a medio hacer, lleno de escritorios, y otros muebles abandonados. No podemos pasar del pequeño vestíbulo, donde se encuentran los casilleros, pero nadie tiene ganas de hacerlo. Nuestra guía nos explica que lo están tratando de terminar, reformulado como un lugar para la paz, en el clima político actual. Bajamos al pequeño jardín, en cuyo centro hay un rosal. Es ahí donde está el cuerpo de Gaitán. Lo enterraron parado, “como una semilla”, mirando a la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta.

En el aro de piedra alrededor del rosal está inscrito su nombre sin un fecha de muerte. Solo está 1903, el año en que nació. Es un símbolo de eternidad, porque "las ideas nunca mueren. El rosal que crece sobre la tumba está sembrado en la tierra de todos los municipios de Colombia, y regado con agua del océano Pacífico, el océano Atlántico y el rio Magdalena", dice la guía. Alguien abre la boca pero ella continúa: "El primer rosal murió, probablemente por el agua salada. Este es el segundo”. El cuerpo está casi intacto, excepto por el cerebro y el corazón del político, que no están enterrados con el resto, pero sí están en el catálogo del Museo. “Y no, no los exhibimos” dice la guía, con el tono de alguien que ha oído la pregunta demasiadas veces. Con eso dicho, hemos llegado a la tercera y última etapa del tour.

La tumba de Gaitán. Foto: Esteban Vega.

Le damos la vuelta a la casa para sentarnos en un vagón de tren verde que se mueve con cada paso. Vamos a ver Un 9 de Abril... un cortometraje hecho en plastilina específicamente para el museo por la productora de animaciones ‘¿Se lo explico con plastilina?‘. Es a la vez divertido y perturbador. Muestra violencia explícitamente (hay una toma extendida de una violación, en plastilina) y la historia de la ciudad, con toques artísticos inspirados en ‘El Grito‘ de Munch y ‘Saturno devorando a su hijo‘ de Goya. Registra la rabia de la gente a la espera de una válvula de escape, por medio de una corrida de toros surrealista. Muestra las lágrimas de los sobrevivientes identificando a sus seres queridos, en una réplica de plastilina del cementerio central. Hace quince minutos estábamos leyendo el discurso la oración por la paz de Gaitán inscrita en las paredes del edificio de Salmona. Ahora nos recuerdan lo sangriento que hemos sido los colombianos. Al final, una serie de imágenes esculpidas muestran la evolución del conflicto en Colombia. Acaba con un primer plano en el que se recrea la mano de Raúl Castro posada encima del apretón de manos de Juan Manuel Santos y Timochenko en la Habana.