Ulbiro 2016
"La crónica es un hecho cultural latinoamericano"
En el marco de Ulibro Juan David Correa, director de la Revista Arcadia, conversó con el periodista y escritor argentino Martín Caparrós sobre su vida, el oficio de periodista, las FARC y la crónica como género periodístico.
Martín Caparrós siempre viste de negro, Levis 501 negros, camisas negras y acostumbra peinarse el bigote con los dedos de cuando en cuando. Eran las cuatro de la tarde del 23 de agosto, el calor no daba tregua como en los días anteriores. El aire del auditorio luchaba para mantener frescos a los asistentes que llenaban esas sillas rojas y apuntaban sus miradas al escenario. Una vez más, dos sillones negros, dos botellas de agua, dos vasos. ‘Periodismo narrativo en Latinoamérica’ decidió la organización de la feria llamar al encuentro.
Juan David Correa saludó al público agradeciendo la invitación e hizo un pequeño resumen de la trayectoria del argentino. Enumeró algunos de sus libros y sin alargar el preámbulo enfatizó en la crónica, esa suerte de leitmotiv que sustentaría la conversación que duró cerca de hora y media. Caparrós decidió leer un fragmento de su libro El Hambre, pues como dijo “es importante saber de qué vamos a hablar”. Su computador ya estaba sobre sus piernas y carraspeó por primera vez y comenzó a leer: “Eran tres mujeres: una abuela, una madre, una tía. Yo llevaba tiempo mirándolas moverse alrededor de ese catre de hospital mientras juntaban, lentas, sus dos platos de plástico, sus tres cucharas, su ollita tiznada, su balde verde, y se los daban a la abuela…” y líneas más adelante remató diciendo “así comienza el libro y después se pone peor”.
Correa citó a García Márquez, que siempre está siendo citado, y por el inicio decidió arrancar. Recordó que por allá en 1974 Caparrós entró al diario Noticias donde conoció a Rodolfo Walsh, quien no es muy conocido en Colombia. “Entré al diario cuando tenía 16 años para formarme, teóricamente, como fotógrafo. Quería ser fotógrafo cuando era chico. Los periodistas en Argentina, no se formaban en universidades, se formaban trabajando. El periodismo se aprendía así hasta hace un tiempo. Un sábado alguien me dijo que estaba cerrando dos páginas y que no le quedaba tiempo, que si le podía redactar un cable de agencia”.
En la escuela le salían bien las redacciones y contó que había escrito algunos poemas “como todo adolescente torturado”, algunos se rieron y se interrumpió a sí mismo “veo que acá hay algunos”. La risa fue más fuerte esta vez. Continúa contando: “escribí una nota sobre el pie de un explorador que se había perdido en el Aconcagua y pareció que no fue tan horrible, porque al día siguiente me pidieron que siguiera. Así nunca fui fotógrafo sino escribiente del diario, en la sección que dirigía Rodolfo Walsh. Aprendí más de él leyéndolo que con él”.
Carraspea.
Salió de Argentina a los 18 años y dice que le agradece a los militares argentinos por haber hecho que perfeccionara su formación en el exterior. Fue una suerte haber comenzado estudiar en París y no en Argentina.
Le pregunta Correa por esos años, por la dificultad que pudo significar interrumpir el proceso que había comenzado en Argentina. Caparrós contesta “siempre me había pensado como alguien que quería escribir. Escribir novelas, poemas, no encontraba diferencias significativas. Me creía escritor. También trabaja en el periodismo, en radio, televisión. No veía diferencias o incompatibilidades.
El cronista en Argentina
La palabra crónica era muy desprestigiada y recuerda que existía este diario Crónica, periódico amarillista. “Había un escalafón muy rígido de los distintos puestos que un periodista podía ocupar en una redacción, el cronista era el último. Era alguien que iba a la calle a buscar la información, la traía y se la daba a otro que, no por nada se llamaba redactor, para que la redactara. El cronista ni siquiera escribía, salía a buscar los datos. Realmente era el último orejón de ese tarro”.
A principios de los noventa, decide ponerle a una sección de una revista en la que trabaja, ‘Crónicas de fin de siglo’ para, de alguna forma, salvar esa palabra del desprestigio que llegó a tener. También para rescatar del olvido ese gran periodismo narrativo que se hizo en América Latina a mitad de siglo y que en los setentas y ochentas tenía prestigio. No había espacio para su publicación y cree que no tenía ni nombre. En los noventas tuvo ese triunfo o renombre y “cuando uno dice que es cronista debe poner cara de busto ‘Yo soy cronista’” dice Caparrós y una que otra sonrisa fue capaz de robarse de los asistentes, que atentos preferían no reír mucho a pesar de sus agudos apuntes.
Escritura
He pensado que uno siempre copia. Copiar es la forma que tenemos de aprender, conductas, maneras, formas de hacer. Durante buena parte del tiempo uno copia involuntariamente, se le van quedando cosas, conductas. Hay momentos en los que uno decide copiar voluntariamente y al final, si uno tiene suerte, de esa mezcla sale algo diferente, que se convierte en tu estilo.
Lima, una anécdota
Fui a Lima a hacer una crónica sobre Sendero Luminoso. En un hotelito no podía dormir porque había un bebé que lloraba y lo aplaudían. Lloraba a gritos y no lloraba tan bien para que lo aplaudieran. Lloraba, lo aplaudían. A la mañana bajé a desayunar y vi que eran una pareja de franceses que acaban de recibir a ese bebé en adopción la tarde anterior, no sabían cómo callarlo y se les había ocurrido los aplausos. En el hotel habían tres o cuatro señoras más con bebés y me pareció muy raro. Les pregunté y me dijeron que había una abogada que les conseguía las adopciones, por supuesto bastante dudosas, pagando una buena cantidad de dinero. Fui a ver a la abogada y al final, la historia comenzó por ese carril. Esto de algún modo me sirve para recordar hay que entrar en situación y decir ‘a partir de ahora todo lo que suceda es plausible de ser contado, a partir de ahora todo puede servir para el relato’. Es eso que yo llamo ‘actitud de cazador’. Recordar esta actitud es uno de los mayores atractivos de este tipo de trabajo, que obliga a mirar en serio, porque no miramos en serio.
El método
Cuando empecé y quería investigar sobre algo, que quería contar, tenía que investigar mucho. Si tenía suerte, al cabo de seis horas, encontraba dos artículos que me servían. Ahora sólo es darle a Google tres palabras y en un instante tendrás más artículos de los que podrías leer en tu vida. Antes lo difícil era encontrar, ahora es desechar. Una vez que está la información, lo que trato de hacer es ver qué necesito. Hacer una primera lista con eso y después le voy dando un desarrollo, en definitiva como un guión. Eso va dando la estructura y me sirve para aplacar mi neurosis y pensar que estoy controlando un poco lo que hago, y para ir organizando el trabajo en el momento.
Los medios de comunicación
No medía los caracteres antes, no pensaba con quién me voy a tener que pelear para publicar ocho o diez páginas, tenía una idea un poco autista del periodismo. Pero me parece que uno debe tener esa idea del periodismo. Porque si uno se adapta a los moldes que producen editores, que son básicamente timoratos, pusilánimes, que se creen que sus lectores son estúpidos, incapaces de apreciar un material que tiene más de catorce palabras seguidas. Si uno acepta esos moldes, se está castrando de antemano y que se inventan que la gente no quiere leer. Los medios se encargan de anular al sujeto, de creer que lo que está escrito es una realidad. La prensa en general no soporta la duda, por las mismas razones que quiere simular objetividad.
Colombia
A finales de los noventa escribe una crónica sobre la zona de distensión, no sobre las FARC sino lo que estaba alrededor. En Colombia tenía una novia bogotana y le sorprendía ver que los intelectuales cachacos no le prestaban ninguna atención a las FARC y para él era un fenómeno significativo. No se reflexionaba sobre esto en Bogotá. Al enterarse de la zona de distensión quiso venir al país. Llamó a varios periodistas colombianos y le dijeron que era imposible entrar, hasta que encontró a un gestor de paz que “casualmente es bumangués pero no ejerce” cuenta Caparrós. Le dijo que sólo debía llegar, bajarse del aeropuerto y decir quién era y qué debía hacer. Así fue. Estuvo una semana escuchando esa gente tan rara como los llamó. Cuenta que fue a una de las fincas en la que estaba concentrada la comandancia de las FARC, le dijeron que se quedara para comer y tomarse unas cervezas. Un comandante Juan Pablo comenzó a tocar ‘Se va el caimán, se va el caimán’ que usan para improvisar cuartetas, vio que uno a uno los guerrilleros iban teniendo su turno para cantar y que pronto le tocaría a él. Pensó un poco, continuó contando y al llegar su turno cantó, en ese entonces y una vez más para el auditorio: “Aquí en la Villa Nohora un guerrillero cantor/Aquí en la Villa Nohora un guerrillero cantor/ Como canta como canta ojalá tire mejor”. Los guerrilleros quedaron en silencio y se le acerca Simón Trinidad y le explica lo que tirar significa en Colombia. Caparrós echó su cabeza para atrás y se ríe y el público lo acompaña, ya sin miedo a perderse sus palabras.
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Martín Caparrós concluyó que "En la crónica se ve un peso, que hay un lenguaje, que se ve que hay alguien detrás contando. Los medios, en general, tratan de simular que no hay lenguaje que no está quien cuenta, porque pretenden esa tontería que es la objetividad, o la neutralidad o yo qué sé que cosas. Intentando no aceptar que siempre que se cuenta alguien está alguien que escoge qué contar. Siempre hay un sujeto que elige, en todas las situaciones. Los medios se encargan de hacer creer que no hay sujeto, que lo que dicen es la realidad. La crónica rescata al sujeto al darle una densidad al texto al dar cuenta que hay alguien que está contando. Es una de las formas de ver lo que está sucediendo, no la verdad. La crónica es un hecho cultural latinoamericano". Leyó un fragmento de uno de sus libros, pero ya no hay espacio para citarlo.