Literatura
Del diario de una neoyorquina: brindis por Dorothy Parker
La profesora española Isabel López Cirugeda expone, en cinco notas, por qué debemos revisitar el ácido ingenio de Dorothy Parker (1893-1967), una de las figuras femeninas ensombrecidas por Fitzgerald y Hemingway en los 'Roaring Twenties'.
Fiel a la máxima wildeana de hacer de su vida una obra de arte, su figura personal, generadora de míticas anécdotas junto a la Generación Perdida de Scott Fitzgerald y Hemingway, ensombrece casi sesenta años de producción sólida en numerosos géneros: narrativa, poesía, periodismo, teatro, cine, crítica y también su comprometido activismo político.
Casi cien años después de su reinado indiscutible en la mesa redonda del hotel Algonquin de Manhattan junto a los hermanos Marx o a su querido amigo, el también humorista Robert Benchley, su obra merece ser reivindicada más allá de los epigramas que la hicieran famosa.
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Cinco motivos por los que leer a Parker en el siglo XXI
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Porque es increíblemente divertida. Sus críticas literarias y de espectáculos, en las que el relato humorístico en primera persona acerca de menudencias, como el atuendo de los espectadores de su alrededor, desplaza al verdadero contenido de la obra en cuestión, prefiguran lo que más tarde Tom Wolfe definiría como Nuevo Periodismo. Su punto de vista melodramático y la maestría en la pormenorización de defectos y mediocridades muy reconocibles suponen el mayor de sus talentos y una constante de su producción.
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Por su dimensión existencial. Sus relatos, la parte más conocida de su obra en la actualidad, conjugan la mordacidad con una tristeza que aparece inherente a las relaciones humanas. Su universo se configura siempre habitado por expertos en vampirizar a los más sensibles. Sus textos en primera persona reproducen asimismo esta dualidad: la implacable depredadora, escudada en los convencionalismos, y la desvalida víctima, que le sigue el juego. En ocasiones, hasta el abismo del suicidio, pertinaz compañero de la biografía de Parker. Tanto desde la desesperación como desde el humor negro muchas de sus palabras se dirigen abiertamente a los que han de sobrevivir su muerte.
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Porque comprendió el drama de las mujeres en nuestra época. Mientras sus compañeros del Algonquin realizaban un complaciente retrato de la guerra de sexos, ella reflejó cómo la creciente libertad de la mujer de su siglo se acompañaba de una multiplicación de tareas, obligaciones y presión social sin un aumento de sabiduría correspondiente para saberlos sobrellevar. Porque escribió sobre la vulnerabilidad ante comentarios malintencionados, ante las llamadas no atendidas de hombres guapos, implacables y estúpidos, ante el desencuentro entre expectativa y realidad y el miedo al abandono, sin disimular la carga de experiencia personal implícita en sus palabras. Sobre cómo las mujeres, ella incluida, se implicaban activamente en la perpetuación de la desigualdad. Y sin embargo también las páginas más esperanzadoras de toda su narrativa remiten a aislados episodios de sororidad.
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Por su sentido solidario. El tardío reconocimiento de Parker en España supone una suerte de justicia poética dada su implicación personal en la guerra civil. Tras contribuir a la financiación de The Spanish Earth (1937), el documental sobre la contienda en el que participaron intelectuales y escritores como John Dos Passos o Heminghway, Parker realizó una visita a Madrid y Valencia que sirvió de inspiración para sus relatos “Madrid Martyrdom” (1937), “Soldados de la República” y “Spain, for Heaven’s Sake” (1938), que utilizó como herramienta propagandística para la movilización internacional en defensa de la República. A su retorno realizó además una serie de recitales poéticos al piano para recaudar fondos contra el hambre que padecían los niños españoles. Estas y otras actividades consideradas afines al comunismo supondrían su veto en Hollywood, en donde trabajaba en aquella época (de hecho, fue co-guionista de la versión original de Ha nacido una estrella).
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Porque supo legarnos su amor por Nueva York. Las palabras más bellas de Parker están a menudo dirigidas al objeto de su pasión más extrema: la ciudad de los rascacielos y continuo proceso generador de arte, pensamiento y estilo de vida. Sintiéndose privilegiada por su condición de neoyorquina, ejerció con vocación un papel de embajadora crucial en un momento en el que la difusión de la imagen estaba muy limitada conforme a nuestros parámetros actuales. Aun hoy el inconsciente colectivo es deudor de su visión megalómana de la Gran Manzana.
Afortunadamente, este amor sí fue correspondido y aún hoy en el Algonquin se perpetúan las celebraciones en su honor. Un brindis más por ti, Dorothy.
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