Paro estudiantil
¿Debe condenarse el uso de la violencia durante las protestas?
A raíz de las recientes manifestaciones estudiantiles en Colombia, les pedimos a 8 críticos culturales sus reflexiones sobre hasta dónde puede pensarse la violencia como una forma legítima de protestar y cómo leer las violencias de los manifestantes durante las marchas.
Las escenas son habituales: vías bloqueadas por multitudes, enfrentamientos contra las autoridades policiales, edificios manchados por globos de pintura, acometidas contra el transporte público, grafitis con consignas contra el gobierno de turno, piedras, balas de goma. Las masivas manifestaciones del actual paro de estudiantes, que comenzó el pasado 10 de octubre con la llamada “gran movilización y toma de Bogotá” y que hoy, 15 de noviembre, sostuvo su séptima marcha, han vuelto a hacer visible ese panorama de acciones y efectos de la protesta social desde los que se sacude el orden habitual de las cosas.
Las discusiones en torno al devenir violento de la protesta o sus actos disruptivos se han retomado recientemente. No solo por episodios como los enfrentamientos de hoy en el Parque Francia entre algunos estudiantes y agentes del ESMAD o los embates con pintura a la sede de RCN Radio en Bogotá, sino a raíz de propuestas como las del actual ministro de Defensa, Guillermo Botero, de regular la protesta social y su llamado a que esta sea “una protesta ordenada”. Eso y las condenas mediáticas de los “actos vandálicos” o la celebración de las acciones restauradoras de ciertos manifestantes (como limpiar los grafitis o no bloquear el tráfico durante la movilización, como ocurrió recientemente), han estimulado reflexiones de diversas voces de la escena cultural colombiana sobre la tensión entre violencia y orden que emerge —y ha emergido a lo largo de la historia— durante las marchas.
Para nutrir otros horizontes de lectura de los disturbios y las violencias que se han puesto en escena en las salidas a las calles de los estudiantes, les pedimos a 8 críticos y académicos que han motivado la discusión pública sobre esas tensiones entre exigencias ciudadanas, protesta social y violencia que nos compartieran sus opiniones sobre dos preguntas: ¿Cómo leer las violencias, tanto voluntarias como en respuesta a las violencias de los agentes del Estado, de los manifestantes durante las protestas? ¿Hasta dónde y cómo puede pensarse la violencia como una forma legítima de protestar?
Pedro Adrián Zuluaga
Crítico de cine
La violencia nunca será deseable pero con demasiada frecuencia es inevitable. Y es inevitable porque, aunque sea legal, el poder nunca es pacífico. En situaciones en que ese poder es tiránico y violento la violencia como respuesta no solo es inevitable sino legítima. Así lo entendieron los grandes pensadores de lo político. Una respuesta a estas preguntas, que en realidad son una sola, pasaría por definir de qué violencia estamos hablando y de cuál protesta social. Si, como sospecho, se trata de la coyuntura de las marchas estudiantiles, creo que esa violencia que se ha suscitado más que condenarla hay que entenderla, incluso si se trata de una expresión aislada del movimiento estudiantil o que no lo representa en su totalidad.
La violencia es una opción desesperada y trágica, pero no es sólo barbarismo. En ella está inscrita la rabia y la desesperación, que son sentimientos que constituyen la experiencia humana. Y entonces esa violencia vuelve como pregunta a quien la provocó, que en este caso es un poder indolente que ha destruido las nociones de futuro. Si existe esa violencia es entonces como respuesta a la violencia de ese poder.
En últimas, si vamos a cuestionar y discutir sobre la violencia de los movimientos sociales discutamos y cuestionemos también la violencia de los poderes de turno, en este caso del Estado y sus representantes. Hay que evitar caer en la trampa de que una violencia —la violencia aislada de algunos estudiantes— disculpe o haga olvidar a la violencia de origen, que es mucho más organizada y estructural.
Sandra Borda
Politóloga
No creo que la protesta social tenga que hacer uso de la violencia, no creo que sirva para sus propósitos. De la misma forma, no creo que el uso de la violencia sea un propósito claro y establecido de quienes organizan la protesta social. En el caso particular de lo que sucede en Colombia, creo que los estudiantes ni planean ni quieren que ocurran actos de violencia, porque saben que eso obstaculiza la solidaridad que quieren generar entre la gente alrededor. Creo que esos son actos aislados que no necesariamente deberían atribuirse ni a quienes protestan ni a los organizadores de la protesta.
Aunque no creo que se tenga que hacer uso de la violencia, tampoco creo que la protesta social se tenga que dar en formas que no incomoden a la gente. He oído en muchas partes el argumento de que por qué tienen que bloquear las vías, por qué tienen que incomodar el desenvolvimiento normal de la vida de la gente, siendo que la protesta sí tiene que hacer eso. La idea es que, justamente, saque de la comodidad a la gente que no se ve afectada por esos problemas particulares. Si se los remueve un poquito de ese sitio de comodidad en donde se encuentran es para que entiendan que existe un problema y que es importante generar solidaridad alrededor del mismo, para que se entienda la importancia de movilizarse. Parte del problema es que nunca tenemos la capacidad de generar simpatías con la situación de los otros y lo que busca la protesta es llamar la atención sobre eso.
Juan Cárdenas
Escritor
En cualquier protesta siempre existe una tensión entre dos grandes formas de violencia: una violencia ejercida por el Estado en su intento de negar la expresión de un descontento popular y otra violencia que surge del mero acontecimiento de la protesta. La protesta es una violencia que se levanta contra un orden de cosas injusto y es violenta por definición, aunque no se rompa un solo cristal, aunque no se lance una sola piedra, porque lo que se violenta es un orden establecido desde arriba.
En ese sentido, que una pequeña minoría de los participantes en una manifestación lance pintura contra el edificio de un medio de comunicación mentiroso me parece, no solo legítimo, sino natural. La protesta es un espacio donde el choque de las dos violencias, la del Estado y la de quienes protestan, replantea las relaciones entre justicia y legalidad.
Además, no podemos comparar la violencia de un bus manchado de pintura con la violencia de un estudiante herido por los disparos del ESMAD, una piedra lanzada con una cauchera no es lo mismo que un desaparecido por agentes del Estado. Los responsables de establecer tales equivalencias son los medios y eso es una canallada, una inmoralidad.
Como decía antes, la protesta en sí misma ya es violenta porque trata de romper con un orden establecido que viene decretado desde arriba como un orden legal. La protesta dice: no, ese orden es legal por una decisión arbitraria que atenta contra nuestros derechos, por tanto no es un orden legítimo y debe ser replanteado. Eso constituye, por sí solo, un acto esencial de violencia. Lanzar o no lanzar piedras contra la policía es apenas un detalle de la representación. Los medios de comunicación, que son dispositivos de desinformación al servicio de los intereses del propietario del medio, criminalizan la protesta centrándose en las imágenes del mal llamado “vandalismo”, cuando una protesta produce muchos tipos de imagen: imágenes de dignidad, de solidaridad, de organización colectiva. De todos modos, aplaudiría feliz si una muchedumbre enfurecida conectara todos los tubos de escape de la flota contaminante de autobuses Volvo al ano de Enrique Peñalosa. Ese sería un hermosísimo acto vandálico.
Diana Bustamante
Productora de cine
Es muy difícil responder esto en el momento actual, en donde cualquier tipo de disidencia pareciera estar proscrita. Disentir es por estos días “violento” desde la mirada y, sobre todo, la forma de comunicación y propaganda del establecimiento, donde lo “correcto” es regularmente entendido como estar en la “norma”, en el estándar: no molestar a la mayoría. En ese escenario, la pregunta sobre la violencia en la protesta social, me parece de entrada tendenciosa. La protesta es, por definición, un acto violento, se manifiesta en hechos violentos simbólicos y concretos que son actos demostrativos del descontento y, ante todo, frente a la imposibilidad de diálogo de dos sectores de la sociedad. La violencia, la posibilidad de expresar esa violencia sin agresiones físicas ha sido la herramienta de todos los movimientos sociales a lo largo de la historia. Gritar, provocar, parar, interferir y vulnerar el orden establecido son las “armas” de un sector de la sociedad desarmado realmente.
¿Habrá una violencia legítima? No lo creo. Reprimir la protesta, negarse al diálogo y de entrada generar las condiciones de base que provocan este descontento (inequidad, marginación, abuso del poder, corrupción, etc.) son hechos así mismo violentos. Creo que el debate no es sobre “la violencia”, sino sobre la criminalización de la protesta social. De manera personal no defiendo el uso de la fuerza sobre otro ser humano, pero en condiciones de diálogo inexistente y ante la violencia legitimada de los gases, los golpes, lo encarcelamientos injustificados y otros tantos abusos del poder, no lo veo más allá que como la consecuencia lógica del estado de la cosas. No lo legitimo, pero entiendo de dónde viene.
Ahora bien, los tiempos cambian y creo también que la protesta social debe llegar a otros lugares, no solo simbólicos, sino concretos: seamos más “violentos” con el sistema financiero, por ejemplo, dejemos de usarlo, pasemos las pensiones a Colpensiones, no consumamos Postobón ni papas fritas y, por supuesto, sigamos en las calles, sigamos gritando, incomodando, demostrando nuestro enojo. La protesta social no se puede judicializar; valdría la pena revisar el sentido de la palabra “violencia” dependiendo convenientemente de quién la ejerce.
Adolfo Zableh
Periodista y columnista de El Tiempo
Creo que la violencia es innecesaria. Curiosamente, a través de la historia, los actos violentos sí han acarreado muchos tipos de cambio, pero no han sido tan inmediatos o efectivos como se cree, además de que a veces no han sido los que se esperan. En el mundo actual en el que estamos, cometer actos violentos le quita legitimidad a lo que se reclama. Sí creo que se tiene que hacer con cierta vehemencia y, si bien los actos vandálicos y de violencia sobran, la ciudadanía sí tiene que sentir su vida trastocada. Es decir, que se sienta que la gente está marchando, que la gente está reclamando, que hay que cambiar las cosas. Eso puede ser con consignas o bloqueando las calles. Esos puntos creo que sí son necesarios
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Luciana Cadahia
Filósofa
Por lo general, cuando usamos la palabra violencia en los medios de comunicación se tiende a simplificar su sentido. Se suele pensar que la violencia no es más que un acto físico de agresión. En la filosofía, por el contrario, llevamos mucho tiempo —por no decir siglos— pensando esta expresión. En alemán incluso existe la palabra Gewalt, y apunta a la violencia en los términos de relaciones de fuerzas en general. En ese sentido más amplio del vocablo, lo primero que hace falta decir es que la protesta social emerge en un campo de relaciones de fuerzas.
Por lo general, una protesta social tiene lugar cuando una parte del cuerpo social experimenta una asimetría en las relaciones de fuerza sociales. Una injusticia que recae sobre ellos y que solamente puede ser revertida mediante una presión colectiva. Esta presión colectiva usa su fuerza y la orienta hacia un fin específico: exigir un derecho que ha sido vulnerado. Es decir, es una violencia previa, una fuerza corporativa o estatal previa, la que activa la reacción de los sectores populares.
Y ahí es necesario diferenciar conflicto de violencia. Es decir, la protesta social necesita explicitar un conflicto que el poder busca ocultar, y para ello debe ejercer mecanismos de presión que puedan revertir esa violencia previa y orientar sus fuerzas hacia un fin más justo y democrático. Yo creo que es contraproducente usar la violencia física en la protesta social, ya que desorganiza la inteligencia colectiva, distorsiona el sentido democrático de los reclamos y da lugar al caos. Pero esto es algo que la mayoría de los movimientos sociales saben. Hay una gran sabiduría acerca de cómo ejercer presión social sin caer en la violencia física.
Una buena protesta social es un ejemplo de organización popular e inteligencia colectiva, lo cual neutraliza al Estado y muestra su violencia intrínseca. Por eso muchas veces las fuerzas del Estado buscan infiltrar personas en la protesta y destruir esta organización. Les sirve hacer eso porque logran crear la imagen del caos y allí se justifica la represión y la destrucción de las demandas populares.
Halim Badawi
Crítico de arte
Lo primero es que los gestos de violencia por parte de algunos estudiantes han venido como consecuencia de los gestos de violencia por parte de la fuerza pública. Defenderse de una agresión (con gases o de cualquier otro tipo) no puede considerarse de ninguna manera un acto de violencia. Es como si dijéramos que alguien que usa la defensa propia para defenderse de una agresión es violento, cuando no es más que una acción de supervivencia. Lo segundo es que debemos tener en cuenta que las marchas tienen infiltrados que atizan la violencia para generar rechazo hacia las demandas de los estudiantes. Lo tercero, que seguro habrá pequeños grupos de estudiantes que sí apelan a la violencia física, pero en todo caso son grupos minoritarios frente al resto. Lo importante en este momento es aprovechar la energía transformadora de las protestas, para fortalecer un sistema educativo pauperizado. Dicen que no hay dinero, pero al mismo tiempo vemos escándalos como el de Odebrecht, entre otros, que se han tragado millones de dólares del erario público, y para eso no hay control alguno.
Más que violentos, creo que tenemos que ser beligerantes, especialmente con el lenguaje. Tenemos que dejarnos de eufemismos, circunloquios y buenas maneras (de Urbanidad de Carreño) en esta coyuntura histórica y política que vive el país. La copa está rebosada, hay muchos inconformes frente al proyecto de nación del actual presidente Iván Duque. Y aún hay gente que piensa que hablar directamente, que decir las cosas sin rodeos, es una forma de violencia: yo lo veo como una forma de poner claridad en medio de la confusión del gobierno y de las trampas retóricas de los medios de comunicación. Hay que decir las cosas de frente.
Diego Hernández
Investigador de la Universidad de San Buenaventura (Cartagena)
La pregunta en sí misma llevaría a otro debate y es qué se entiende por violencia. Si se comprende por violencia el “uso deliberado de la fuerza física o el poder ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, dan~os psicolo´gicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (Organización Mundial de la Salud), la violencia debe ser rechazada en cualquier tipo de manifestación ciudadana. El solo hecho de infligir daño físico o amenazar con hacerlo a otro grupo de ciudadanos desvirtúa ante la opinión pública los reclamos y las peticiones que un sector de la población realiza legítimamente ante el Estado para el cumplimiento de sus funciones.
De esta manera, reclamos que pueden tener gran acogida de manera favorable entre la opinión de la gente, rápidamente son distorsionados por imágenes o noticias violentas y se pierde el foco central de la discusión. Un ejemplo de esto son los recientes y lamentables hechos que se presentaron en las protestas en Bogotá en donde un policía resultó quemado por una bomba molotov y un joven herido en uno de sus ojos por una bala de goma.
Personalmente, no apoyo la violencia en ningún sentido, aunque mi formación académica me lleve a entender por qué algunas comunidades o sectores la usan. Pienso que la etapa que atraviesa Colombia de implementación del acuerdo de paz demanda que desde la sociedad civil se eliminen progresivamente este tipo de prácticas que desvirtúan los reclamos ciudadanos, que se rechacen activamente y que se abogue por una judicialización efectiva de aquellos que incurren en estos actos. La razón fundamental es que en Colombia se ha normalizado el uso de la violencia con fines políticos y esta nueva etapa implica que ese rasgo de nuestra cultura cambie y que los conflictos se tramiten a través de mecanismos pacíficos. Por lo tanto, no podemos reclamar por la construcción de paz territorial si en las manifestaciones incurrimos en actos no son precisamente pacíficos.
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