Un solo momento
Evelio Rosero: una elección de vida

La invitación a la lectura (que es lo mismo que decir a la escritura) no nació nunca del colegio. Fue el azar: tenía nueve años, en Pasto, y descubrí que había una biblioteca en casa, y un libro que empecé a leer, por azar: el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; acaso su carátula de un barco deshaciéndose en las olas me atrapó. Pero había un balcón, en la casa, que daba al parque infantil. Era una tarde espléndida, y en el parque jugaban mis amigos, mis primos: me vieron. Allí estaban Toño, el Muñeco, Augusto Erazo y Jaime Guzmán. Me saludaron con la mano, me invitaron a jugar. De inmediato abandoné el balcón y, al pasar por la biblioteca, el libro seguía allí, en la mesa, abierto: Robinson Crusoe en pleno naufragio. Yo había ido al balcón a respirar, a imaginar en silencio el naufragio, el primer naufragio que me encontraba leyendo, el de Robinson Crusoe. Me senté a la mesa y seguí leyendo, y después escribiendo, y olvidé el parque y los amigos y la tarde espléndida, y así ha sido siempre y todavía no sé si para bien o para mal.