Perfil

Furio Valbonesi, el señor de las cuevas en las islas Galápagos

Un italiano en Galápagos parece el título de una comedia de Adriano Celentano. Sin embargo, resume el relato de Furio Valbonesi, quien se animó a ser el primer emprendedor con visión del archipiélago. Perfil del excéntrico italiano que dirige uno de los más populares parajes la isla.

Flavia Tomaello
20 de noviembre de 2018
El refugio de Valbonesi abarca el túnel de lava más rico del archipiélago. Unos 1.600 metros, con 800 transitables que alcanza 12 de profundidad. Foto: Flavia Tomaello.

La isla de Santa Cruz, la más habitada y activa del archipiélago de las Galápagos, ha estado habitada desde 1929 con poblaciones variopintas venidas de los destinos más diversos. Por entonces faltaba un cuarto de siglo para que el bebé Furio Valbonesi viera la luz. Nació en Livorno, Italia hace 64 años. Valbonesi padre, al tenerlo en brazos por primera vez, no imaginó que estaba frente a quien se convertiría en un hombre de mundo.

En épocas donde nacía el chozno de los Valbonesi, un archipiélago de origen volcánico era descubierto por azar en un desvío de navegación del obispo de Panamá Tomás de Berlanga. Corría el año 1535. La fama de las islas creció veloz de la mano de su habitante más emblemático: las tortugas gigantes. Con los años, fueron refugio de piratas y bucaneros. La escenografía ideal cobijada por los vericuetos de los islotes y la niebla que, cual capelina, les permite esconderse de la mirada ajena. Así ganaron el apodo de “las encantadas”.

Permanecieron sin habitantes permanentes hasta el siglo XVII. En conjunto, las 13 islas que componen el grupo poseen la mayor variedad de especies animales endémicas por metro cuadrado. Más de 200 cráteres se han podido identificar, la gran mayoría producto de la actividad volcánica que generó cuevas y pasadizos subterráneos. Desde las colinas es posible dominar el horizonte en un círculo completo. En sus cimas el clima es lluvioso, húmedo y pegajoso. Tres minutos en vehículo descendiendo, al llegar a la costa, es soleado, fresco y con aroma a mar.

El archipiélago pertenecía a Quito en épocas de la conquista y fue anexado a Ecuador en 1832. Fueron destino indispensable para todo explorador que se precie. A bordo del “Beagle”, Robert Fitz Roy arribó a ellas en 1835. Lo acompañaba un novato naturalista ansioso por trabajar en nuevas hipótesis: Charles Darwin. Sus experiencias en las islas sembraron el antecedente de lo que se convertiría en su mítica teoría de la evolución.

Navegantes indómitos, pescadores de ballenas, presos  y comerciantes (legales y no tanto) fueron habitantes aleatorios hasta que a mediados del siglo pasado, en una estrategia inteligente por parte del gobierno ecuatoriano, fueron declaradas parque nacional casi en su totalidad. El 3 % que quedó exceptuado de ello comenzó a ser habitado, primero recibiendo una fuerte inmigración noruega y alemana para, en los setenta, recibir residentes ecuatorianos respondiendo a un plan de promoción estatal de cesión de tierras de manera acotada y escogida para quienes desearan iniciar un emprendimiento local y establecerse por, al menos, un quinquenio.

Pasado el furor hippie de las Galápagos, se implementó un “régimen especial” por el cual emigrar a las islas es casi imposible. Los recursos humanos han de buscarse entre los locales, y sólo si no es posible cubrir un puesto, bajo un puntilloso trámite renovable de manera anual, es posible recurrir a candidatos foráneos.

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El señor de las cuevas

Desconociendo la frenética vida natural del archipiélago, a miles de kilómetros y dos océanos de distancia, el niño Furio Valbonesi crecía en Livorno. Fue un joven con inquietudes. Un estudiante entusiasta que devino en reportero fotográfico del Khayan Evening Daily en Francia, donde se formó hasta obtener un master en relaciones internacionales y un doctorado en medicina... Así de ecléctico. El país galo le dio su fondo académico y la curiosidad de periodista. Con esas cualidades bajo el brazo partió hacia otra ciudad tan tentadora como la anterior: Nueva York. Realizó allí sus prácticas de medicina, hasta que volvió a emigrar, esta vez a Brasil. Allí vivió en el Amazonas, donde nació su amor por las embarcaciones. Comenzó a viajar sistemáticamente, siempre que la aventura fuera por agua. Así llegó a las Islas Galápagos en 1982. Seducido por la geografía isleña y la aventura del páramo por conquistar, se compró una granja, se involucró en la construcción de su primer velero, del que se autonombró capitán, y con la nave dedicó sus días a ser guía naturalista.

Cuando intentó seguir vuelo por el mundo, las Galápagos volvieron a llamarlo. Solo pudo permanecer ausente un año, momento en que vivió en Malasia, Singapur y el Reino Unido. Su segundo regreso sería el más revolucionario. Se instaló en la isla Santa Cruz, sede del principal pueblo galapagueño, Puerto Ayora. No tenía destino claro y se convirtió en emprendedor turístico casi sin quererlo. 

En las tierras que había comprado inició un restaurante. Allí, en la parte alta de la isla, donde llueve a diario, inauguró un comedero al aire libre. Poco tardó en dar forma a un refugio para aquellos que se esmeraran en subir a la cima para comer. Así nació el "Mutiny" ("motín" en un inglés atravesado por una decena de otras lenguas). Se configuró en una especie de refugio VIP para los viajeros que paraban en las costas y tenían ganas de aventurarse tierra adentro y arriba.

El refugio de Valbonesi en las Galápagos. Foto: Flavia Tomaello

La propiedad de Valbonesi posee 200 hectáreas. Linda con el Parque Nacional en dos de sus laterales y con granjas ganaderas en los otros dos. "No importa lo que me haya pasado, siempre he tenido esta tierra", dice. Es aquella primera granja que compró recién llegado a la isla, en una zona que todos menospreciaban por su lejanía respecto de los poblados costeros y su clima.

La fortuna hizo de las suyas. En su espacio, que no dejaba de crecer en calidad y exclusividad, se creaba el mejor hotel del archipiélago: el Royal Palm, con una impecable concepción de bungalós escondidos entre la selva natural. Dentro, la sorpresa inimaginada: el túnel de lava más rico del archipiélago. Unos 1.600 metros, con 800 transitables que alcanza 12 de profundidad, con un millón y medio de años de antigüedad y que soportó lava a 1.800 grados centígrados.

La fortuna golpeaba de nuevo a su puerta. Furio supo por mucho tiempo de su existencia, pero temía visitarlo. Una noche de 1974, con unas cuantas copas encima y amigos en el mismo estado, se animó al primer recorrido, que no pudo completar. Lo utilizó primero como cava, pero la humedad no era buena para el vino. Devino en salón de fiestas, donde tenía la manía de retirar las escaleras para que ningún invitado pudiera partir antes de que el encuentro hubiera terminado. Hasta que, finalmente, se convirtió en una de las estrellas del hotel ultraexclusivo que funciona allí desde hace 16 años.

El soltero padre de una niña de 13 años y actual corresponsal consular honorario de Italia en Galápagos, no ha terminado su derrotero en las islas. Hoy vive con su perro Tornado en Punta Estrada, un barrio exclusivo de Puerto Ayora. No puede evitar alquilar su casa por tiempos breves, la que autodenomina "la casa de Furio". Justo detrás de la villa comienza el camino hacia Las Grietas, pasando por la laguna de sal, donde al atardecer se pueden ver las gaviotas y, a veces, flamencos, pero muy de vez en cuando al italiano leyenda de las islas.

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