“Nos hemos convertido en una raza de mirones. De vez en cuando, la gente debería pararse fuera de sus propias casas y mirar hacia adentro”.

Cine

Hitchcock y los peligros del voyeurismo digital

‘La ventana indiscreta’ (1954), de Alfred Hitchcock, es un comentario sobre el acto mismo de observar la vida privada de los demás y una exploración psicológica de las implicaciones de este acto. Ahora que nuestro contacto con los demás han alcanzado nuevas dimensiones en el mundo digital, ¿qué nos puede decir este filme del director inglés?

Julián Santamaría
23 de marzo de 2019

Postrado en una silla de ruedas después de un accidente laboral, el fotoperiodista L. B. Jefferies, “Jeff” (James Stewart), pasa sus días husmeando a sus vecinos desde la ventana de su apartamento. Durante su última semana de recuperación, empieza a sospechar que uno de los vecinos, el vendedor de joyas Lars Thorwald, ha cometido un crimen: cree tener razones para probar que ha asesinado a su esposa por los pequeños atisbos que examina de su comportamiento a través de la ventana. Poco a poco, con la ayuda de su amante, Lisa Fremont (Grace Kelly), y de su enfermera, Stella (Thelma Ritter), Jeff irá confirmando sus sospechas, en un juego de claroscuros y rupturas de expectativas narrado entre el humor y el suspenso.

En La ventana indiscreta, clásico de 1954, el director británico Alfred Hitchcock pone de manifiesto que el acto de mirar está lejos de ser una actividad desinteresada e inocente. Por el contrario, para él, como parte de las pulsiones que rigen el comportamiento humano, los modos de mirar tienen profundas consecuencias en la vida de quien observa. Aunque hayan pasado más de sesenta años desde su estreno original, esa premisa que motiva la cinta parece hablarnos hoy más que nunca, en tanto los avances tecnológicos e internet han resultado en la disminución de las barreras de la privacidad y han trazado nuevos espacios de sociabilidad donde, desde la intimidad, los individuos se observan constantemente unos a otros.

John Michael Hayes, el guionista de la película, colaboró en otros dos grandes éxitos de Hitchcock, Atrapa un ladrón (1955) y El hombre que sabia demasiado (1956)

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La exploración del mirón y su relación con el mundo que lo rodea está planteada en la sobreposición de los dos arcos narrativos de la película. El primero es la historia de misterio y suspenso donde, pista por pista, Jeff intenta poner en evidencia el asesinato de la señora Thorwald; el segundo, el romance que vive con Lisa, una relación que no se ha podido consolidar por su falta de compromiso hacia ella, en su intento por enfrentarse a las ataduras a la vida matrimonial. Ambos arcos se unen en el momento en que la vida íntima de sus vecinos se convierte en la proyección de las preocupaciones que Jeff tiene sobre su relación con Lisa. Pero de todas las personas que observa, es con el asesino, Lars Thorwald, con quien se identifica y se obsesiona: ambos tienen el deseo de librarse de los compromisos que su mujer impone a través de una relación sentimental.

"...la vida íntima de sus vecinos se convierte en la proyección de las preocupaciones que Jeff tiene sobre su relación con Lisa."

A partir de esa tensión, Hitchcock parece haber prefigurado las consecuencias de la relación entre el mirón y el objeto de la mirada que, a pesar de su presunta accesibilidad, siempre permanecerá solapado. El individuo que husmea y observa del otro lado de la pantalla en el mundo digital se configura a la manera de Jeff, camuflado tras la ventana con sus binoculares y teleobjetivo. El sujeto que mira, que puede pasar horas hurgando en la vida de los demás, gesta una relación unidireccional con las personas a quienes observa: espía a seres cercanos, políticos, celebridades, hasta a completos extraños, como el protagonista de La ventana indiscreta lo hace con sus vecinos. En ambos casos, quien observa proyecta sus aspiraciones, anhelos, preocupaciones y angustias sobre el objeto de la mirada.

Lisa Fremont, amante de L. B. Jefferies (James Stewart) fue interpretada por Grace Kelly.

En el relato de Hitchcock, su relación voyeurista con Thorwald convence a Jeff de que tiene control absoluto sobre la situación. Alcanza incluso a presionarlo en los que parecerían chantajes que no dimensionan el peligro que él, como el observador, corría al estar entrando en las profundidades del mundo íntimo de un asesino. La lectura que Jeff hace, aunque resulta ser correcta, siempre estuvo limitada por lo poco que podía ver y escuchar de la intimidad de los sujetos del otro lado de la ventana, además de estar sesgada por comprobar su hipótesis a pesar de que había razones para dudar de sus creencias.

Esta lectura que pretende construir una imagen total a partir de un fragmento se ha acentuado en tiempos de internet. El consumo de otras personas está determinado cada vez más por el distanciamiento que permiten los dispositivos electrónicos y el relativo anonimato con el que se puede transitar por una red que produce una impresión de falsa seguridad, una ficción de control de lo que se ve, se prefiere y se cree.

Hitchcock advirtió sobre este juego de espejismos. Así como la ventana de Jeff, las vitrinas a la intimidad en las redes sociales son avatares proyectados y moldeados al antojo por quienes deciden exponerse, aun cuando una gran cantidad de dimensiones de la vida de los demás se escape entre las grietas de una imagen que nunca es transparente ni completa. El ejemplo más claro de esa curiosidad insaciable por conocer la vida de los demás es el culto a la personalidad que se hace a las celebridades, una relación unidireccional donde se presenta un imagen prefabricada de alguien más que se deja moldear de las las expectativas, inseguridades y condenas que hace el grueso de la sociedad.

El mundo y los sujetos emergen de un excedente que la imagen del observador nunca abarca del todo. En el contexto actual, la mediación de la publicidad es el ejemplo más directo y, de manera menos evidente, los algoritmos, que han tomado un lugar importante en la forma en que se interactúa en redes sociales. Desde la lógica del consumo de información, se encargan de crear pequeñas burbujas que perpetúan nuestros propios intereses, resguardados de quienes puedan pensar diferente y respaldados por la falsa creencia de que se está viendo la totalidad de lo que acontece. Este es el terreno propicio para, por ejemplo, la radicalización de discursos políticos y éticos.

"...la mirada puede terminar por consumir y dominar a quien está viendo."
Como ocurrió con Jeff, esta relación de quien mira con el objeto de la mirada puede terminar por consumir y dominar a quien está viendo. Esta parecer ser la advertencia de Hitchcock: cada acto de voyeurismo, ya sea el de un mirón en su casa o el de un sujeto las redes sociales, se configura como una ilusión de falsa seguridad, como la ficción de una acción inocente en la que parecemos lo suficientemente distanciados como para ser afectados. Sin embargo, al igual que para Jeff en La ventana indiscreta, esta ilusión produce efectos concretos sobre el mundo. Por más que pretenda conservar la distancia, el observador nunca permanece intacto: lo mirado también se vuelve sobre la vida del mirón, se cuela del otro lado de la ventana y, como en el caso de Thorwald y Jeff, hace evidente que la pretendida intimidad puede ser quebrada, que en cada acto de observación está en juego la propia vida.

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‘La ventana indiscreta‘ hace parte del ciclo de Clásicos para Obsesivos Compulsivos de Cine Colombia. Conozca la programación completa aquí.

*Periodista