Paz
La marcha por la paz, entre la dignidad y la vergüenza
En la tarde del 5 de octubre, tras ser convocados por diversos grupos universitarios, miles de personas que votaron por el Sí en el plebiscito por la paz marcharon hacia la plaza de Nariño. Crónica de una procesión silenciosa .
Las velas se fueron prendiendo al tiempo que se apagaba la tarde. Las primeras se alumbraron a eso de las 5, aún de día, mientras los manifestantes arribaban a las inmediaciones del planetario de Bogotá, no lejos de la plaza de Bolívar. Entre las esporádicas arengas de los estudiantes y un público cuya expresión parecía delatar un sentimiento de tácita esperanza, los vendedores de velas repartían su mercancía. Había quienes compraban la unidad, mientras otros, con la intención de repartirlas, pedían una docena. Así, poco a poco, en tanto que el sol desaparecía en el horizonte, la marcha a favor de la paz convocada dos días antes en Twitter se empezó a transformar en una especie de luminoso sepelio.
A las 6 de la tarde, el temor de que la gente no se presentara se había disipado. Apeñuscados, miles de personas aguardaban para iniciar la marcha, cada tanto acallando con siseos a esos pocos que, incapaces de contener su frustración, clamaban contra Uribe, contra un pacto de élites fraguado a las espaldas del público, contra quienes decidieron abstenerse el domingo 2 de octubre. A pesar de que había cierta inquietud general, la gente parecía tranquila. Ausentes las provocaciones violentas, los aglomerados permanecieron de pie, junto al planetario, durante más de una hora. Hasta que, finalmente, inició la lenta procesión hacia la Casa de Nariño.
El periodista Jon Lee Anderson está cubriendo el proceso de paz para The New Yorker.
La marcha transcurrió sin muchos sobresaltos; un río de personas vestido de blanco y salpicado por las luces de las velas que se encaminó sin mucho afán hacia la Plaza de Bolívar. La gente hablaba entre sí y se tomaba fotos. Los transeúntes y oficinistas comentaban entre sí desde las aceras y los carros, en las intersecciones, aguardaban no siempre con paciencia a que se dispersara el gentío.
Una hora y media después la larga marcha llegó a la Plaza de Bolívar, que ya estaba parcialmente llena. La gente estaba, en verdad, conmovida. Más allá del ritual del silencio, que quería recordar la gran marcha de 1948, la sensación era de profunda compenetración con los grupos de estudiantes de diversas universidades que la convocaron. Había gente de todas las clases sociales, colectivos de artistas, parejas, grupos familiares y un largo etcétera de personas que estaban allí para recordar, como alguien lo dijo conmovido, que 68 años antes, el 7 de febrero de 1948, esa misma marcha había denunciado al gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez y su embestida contra el pueblo liberal. "68 años de la de Gaitán, otra marcha del silencio por la paz. Orgullo y vergüenza".
Poco a poco la plaza se fue llenando hacia las 7:30 de la noche. Entonces los estudiantes tomaron la palabra para ir hablando, uno a uno, sobre la urgencia de que la ciudadanía tenga un papel central en la encrucijada planteada por las pocas propuestas reales de los partidarios del No. Aunque se insistió que entre los presentes había simpatizantes de ambas opciones, parecía claro que la voz que se alzaba por la paz, más allá de su voto, se daba cuenta del penoso momento que está viviendo el país por cuenta del plebiscito del pasado domingo.
Foto de Álvaro Tavera.
Con las velas encendidas, se cantó el himno nacional, se hicieron llamamientos urgentes a encontrar una solución en el menor tiempo posible. Así mismo, se leyó la Oración por la paz, de Jorge Eliécer Gaitán. Aunque a los discursos les faltaba cierta contundencia, los asistentes estaban allí para demostrar la necesidad de movilizarse, de hacerse ver por una clase política que está de espaldas al país.
Durante dos horas miles de personas se quedaron allí, ante el Capitolio, mirando desde las escaleras de la Catedral Primada, desde el Palacio de Justicia, o desde el Palacio Liévano cómo una iniciativa nacida solo dos días antes daba resultados contundentes. Poco a poco la gente comenzó a disgregarse. En medio del tumulto se oían las voces emocionadas que insistían en la necesidad de seguir haciendo marchas con la esperanza de que esta vez no se repita la historia de hace cincuenta años, cuando el país se dividió en dos bandos que no cesan de alternarse el poder.
Foto de Álvaro Tavera.