#MúsicaParaLaPaz
"La marcha por la paz fue una experiencia épica y estética"
La capacidad de la música para reparar el tejido social después de la guerra fue el eje central del tercer día del Seminario Internacional de Música y Transformación Social que se celebra en Bogotá del 4 al 7 de octubre.
Carmen Pardo, profesora de la Universidad de Girona, España, dio inicio al tercer día del seminario de la Fundación Batuta en Bogotá. El tema del día era la música en tiempos de guerra. Con una voz suave inició una presentación con un título formidable: ‘Formas sonoras en la barbarie‘. "Quiero empezar con una de los mitos fundacionales de la cultura occidental, el de Orfeo. Podía encantar y transformar animales, personas, a toda la naturaleza con su lira. Representa el poder mágico de la música, la seducción de lo sonoro. Al final de su vida es despedazado, solo queda su cabeza. Pero sigue cantando", dijo. El mito es un continuo en la presentación de Pardo, que centra sus ejemplos en el Tercer Reich en Alemania.
La forma sonora de la Alemania nazi tiene su base en el trabajo de Richard Wagner, quien no solo fue un compositor sino el autor de una teoría de música en la que expresa que esta es un vehículo de cambio social profundo. El uso de ese planteamiento se traduce en la construcción de una comunidad con el canto como fundamento: ‘Alemania es un pueblo que canta‘ era el lema que usaban los nazis. Lo que no se acomoda al concepto se expulsa, y por eso prohibieron géneros como el jazz. El nazismo creó una burbuja sonora, no solo de música sino de todos los sonidos. Los silencios y lo que se transmitía por los altavoces oficiales da lugar a lo que se llamó la ‘creación de estado como obra de arte‘. "La música es un vehículo de cambio profundo, una manera de transmitir mensajes de infuencia, tanto positivos como negativos", dice Pardo.
Por otra parte, la música sonaba en los campos de concentración, por su utilidad a la hora de coordinar los movimientos de los prisioneros. Citando a autores como Primo Levi, muestra que en ese contexto la música se volvió dolorosa. "¿Cómo podemos entender eso? ¿Y qué de la increíble sensibilidad musical de los oficiales nazi? La música redibuja la sensibilidad, la memoria y los procesos individuales y colectivos. Nos dejamos trabajar por la música -explica Pardo-. Es el arte de lo posible, y los prisioneros no tienen posibilidades".
Pardo sonríe y concluye con lo que vivió ayer, durante la marcha por la paz en Bogotá. "Ayer vi en la Plaza de Bolívar cómo se manisfesta el paisaje sonoro de este tiempo: la multitud repetía consignas pidiendo paz, cantos, y no afinaba desde un punto de vista técnico -dice con una sonrisa- pero aquello fue para mí una experiencia épica y estética. El tipo de armonía que se oía era horizontal, no habia jerarquía, todos los cuidadanos ahi presentes podían entonar en esa colectividad. Permitía entender que hay que estar atentos a las melodías que nos rodean y hacer cada uno arte". Su tono se torna serio cuando llega a su conclusión: "No debemos permitir que el Estado anuncie la obra de arte a construir. Las formas sonoras de la barbarie nos dan las herramientas necesarias para saber qué tipo de melodía sí debemos entonar".
La siguió un panel, titulado ‘Música para desaprender la guerra‘. Lo conformaban tres hombres formidables: Ahmad Sarmast, director del instituto de música afgana; Alfonso Cárdenas, de la escuela de música Lucho Bermúdez en Carmen de Bolívar; y Darren Ferguson, de la organización Beyond Skin. Los tres vienen de tres países distintos -Afganistán, Colombia e Irlanda del Norte-, pero sus experiencias tienen increíbles similitudes: los tres se enfocan en reparar el tejido social de sociedades devastadas por guerra formando musicalmente a los niños. Ferguson fue el primero en hablar, expresando que "sé que es un momento difícil en Colombia, pero los quiero alentar. Si en Irlanda, entre tragos, pudimos hacerlo, ustedes también".
Luego se presentó Cárdenas, hablando con emoción sobre la construcción de paz y tolerancia en uno de los lugares más brutalmente golpeados por el conflicto colombiano, los Montes de María. Se le nota la felicidad en la voz cuando habla de las oportunidades que la escuela ha traído a los niños del área. "Las peores masacres, como la de El Salado fue acompañadas por la música de las gaitas. Fue muy difícil traer de vuelta la música, la gente se resistía a esas prácticas". Pero Cárdenas no solo logró un espacio para retornar la melodía a la región, también inició un proyecto para recuperar la música que se había hecho, en secreto, en el momento que "estuvimos en lo más profundo del abismo, e hicieron creaciones hermosas".
El último en hablar fue Sarmast, y cuando terminó de presentarse se sentía lo profundamente que había conmovido al salón. El régimen talibán prohibió la música en todas sus expresiones y reprimió la sociedad, en especial a sus mujeres: "la música es una lengua universal y no nos dejaban hablarla". A pesar de que existe un nuevo régimen, la violencia sigue siendo un problema enorme en el país: Sarmast quedó con sordera parcial tras una bomba suicida en un recital del instituto. "Nosotros luchamos contra los que quieren callarnos. La música es como el fuego, si no se cuida se apaga. En países como los nuestros -dijo con un gesto a los otros panelistas- es necesario usar el poder que tiene la música para sanar, para construir la sociedad civil, para abrir espacios donde caben todos y para empoderar a la mujer y a los niños", dice. La bomba fue motivada en gran parte porque el instituto educa a niñas y enseña igualdad de género. Respondieron creando la primera orquesta femenina de toda la región.
Los tres, con sus formaciones distintas, insisten sobre la importancia de involucrar a la comunidad en sus esfuerzos y la habilidad que tiene la música para cerrar brechas y procesar el duelo. Buscan cambiar sus sociedades formando jóvenes que, por medio de la música, aprender tolerancia, convivencia y comunicación. Un pequeño momento ilustró perfectamente el poder al que aludieron, y Pardo también. Tras la introducción de Cárdenas, Ferguson invitó a un músico colombiano, Baldomero Anaya, al escenario a cantar. Con la canción había ganado un concierto reciente en el Cesar y la acompañó con su guitarra. Las letras criticaban a los padres que dicen no tener tiempo para sus hijos, y lo importante que es acompañar su formación. El salón, poblado de personas de cinco continentes, las Américas, África, Europa, Asia y Oceania, lo acompañó con las palmas. Cuando terminó, no había una cara sin una sonrisa.