El fotógrafo, quien desde los años cincuenta retrató distintas facetas de la vida colombiana, murió a sus 95 años en Nueva York. Nacido en Cartagena en 1920, López dejó atrás más de cien mil imágenes en un archivo que documenta, quizá mejor que cualquier otro, el acontecer nacional del siglo XX: desde las que tomó cuando trabajaba como reportero gráfico en periódicos como El Espectador y El Tiempo en sus primeros años hasta “Balcones de Cartagena”, la fotografía que le valió el Primer premio mundial Kodak, en 1963.

Por su lente pasaron figuras reconocidas como Cecilia Porras, Alejandro Obregón, Rafael Escalona, Álvaro Mutis y Martha Traba, además de algunos hitos de la historia del país: fue elegido por el gobierno para retratar la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez en 1982 y fue el fotógrafo oficial del tour del papa Pablo VI en América Latina. López también capturó la visita de John F. Kennedy y la llegada desde Londres del féretro de Alfonso López Pumarejo. Pero su cámara no se limitó a fotografiar personalidades.

“En los años sesenta solo existían dos líneas, o dos tendencias. La de Hernán Díaz, que era la fotografía tipo Vogue, que seguía a Richard Avedon, y la de Nereo, que era el fotorreportaje independiente”, afirma el fotógrafo Camilo Lleras. Gracias a que durante esa época López trabajó como corresponsal de distintos medios internacionales, se pudo dedicar a fotografiar la Colombia bucólica de mediados del siglo XX. “Su trabajo cumplió la importante función de ayudar a ‘abrir los ojos’ a la Colombia urbana...un país que desconocía la vida de otras comunidades que habitaban su territorio”, escribieron los curadores Santiago Rueda, Andrés Fresneda y Juan Pablo Fajardo para el lanzamiento de una exposición en la Biblioteca Luis Ángel Arango en 2012.

Durante sus viajes a la Amazonía o a los pueblos más perdidos del Caribe, López se convirtió en uno de los primeros fotógrafos en registrar lo que acontecía en los rincones más apartados de los departamentos. Y, gracias a su talento, por ese entonces la gente ya empezaba a tildarlo como el primer foto ensayista de Colombia. Bajo el rótulo de “fotógrafo-artista”, publicó El libro de los oficios infantiles en 1964 y Los que esperan y su imagen en 1965, dos de los primeros libros dedicados a la fotografía que se editaron en el país junto a Seis artistas contemporáneos colombianos, de Díaz.

Además de su labor fotográfica, López se desempeñó como cronista y cartógrafo, labores que a menudo desempeñaba durante sus trabajos como corresponsal. En Barranquilla participó junto a García Márquez, Obregón y Enrique Grau, entre otros, en las tertulias de La Cueva e incluso trabajó con ellos como el director de fotografía del cortometraje surrealista Langosta Azul.

Aunque hacia el final de su vida las cámaras empezaron a pesarle, y disminuyó su labor artística, López siguió tan vital como en sus años de juventud. Un secreto que, según contaba, se limitaba a la pasión que despertaban en el las mujeres. Le gustaba salir a retratar las calles de Nueva York como cualquier otro aficionado y aseguraba que su mejor momento fue haber cubierto la entrega del Nobel y la visita del papa Pablo VI a Colombia, el momento en el que estuvo “más cerca de Dios”, como escribió hace un año en la revista Diners.