Entrevista
“A las víctimas hay que oírlas”
A propósito del quinto aniversario de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras este 10 de junio, hablamos con el actor y antropólogo Nicolas Montero sobre cómo debe asumir la cultura el reto de dialogar con las víctimas.
A cinco años de la ley de víctimas ¿usted cree que el sector de las artes se ha tomado en serio el trabajo de pensar las más de 5.5 millones de ellas que existen en este momento en Colombia?
Sí, pero eso viene haciendo el arte desde antes. El arte en Colombia siempre ha registrado lo que sucede en el país. El arte contemporáneo, se puede decir, nace con el cuadro Violencia de Alejandro Obregón. La literatura también lo ha registrado, lo que pasa es que hoy el registro en general es mayor. Hace poco salió la cifra de que hay 1.300 obras de teatro sobre el conflicto armado, pero las artes no son los únicos que se han acercado a eso: también la academia, que ahora entiende que el arte tiene mucho que decir. Ahora ya no solo se registra, sino que además hay toda una investigación. El arte se ha vuelto más responsable.
Usted ha sido uno de los artistas que más ha pensado el asunto de las víctimas, ¿podría decirnos cuál es su tesis al respecto?
Yo siento que las obras no crean el efecto deseado y que en cambio es más importante el arte como forma de conocimiento. El problema es que las obras pueden incurrir en el peligro de volverse fetiche y que así su capacidad de impacto sea muy pequeña, pues esta se vuelve más importante que la realidad. Sin embargo, creo que la capacidad del arte de narrar metodológicamente es fundamental, y creo que hacia allá deberíamos ir: que más gente se vuelva narradora porque solo así se gana mayor comprensión, lo cual haría más posible un cambio cultural. En resumen, el valor del arte está en lo metodológico y no en las obras como tal.
Si las obras y los contenidos culturales sobre el tema no impactan tanto, ¿cómo hacer que la enorme necesidad de las víctimas de ser escuchados resuene a nivel nacional?
Se me viene a la cabeza la película Diamante de sangre. Lo que demostró es que, a pesar de exponer la violencia de ese comercio, no ha bajado el consumo de diamantes en el mundo. En la película quedó claro que los diamantes usados por la gente están untados de sangre -lo mismo se puede decir del oro-, pero no hubo un cambio. Eso apunta a lo difícil que es medir el impacto de una obra.
Evidentemente para generar eco se necesita una gran alianza con el sistema de educación. Si en la ecuación de la enseñanza metemos el arte como un servicio de comprensión de los relatos de violencia, pues a lo mejor estamos más cerca y con mayor posibilidad de un cambio cultural. Pues así quien narra, quien le explica al otro, aquel que se vuelve profesor, es el que más entiende y es más fácil posibilitar una decisión ética. Narrar implica mayor comprensión.
María Emma Wills, hablando sobre las elecciones peruanas, decía que mitad de ese país votó por la hija de un populista autoritario porque sus informes de memoria histórica no se convirtieron en políticas públicas.
Estoy de acuerdo. La memoria es la trama sobre la cual tomamos decisiones en lo cotidiano. Hay que tenerla presente. No en vano la palabra recordar viene del latín: ‘re’ significa ‘volver a pasar’ y ‘cordis’ es ‘corazón’, por lo que recordar es volver a pasar por el corazón. Si uno comprende memoria colectiva como un conjunto de fuerzas históricas, en todas sus dimensiones, y no solo como hechos, entonces tenemos la potencia para decidir a dónde queremos ir o, por lo menos, lo que no queremos que pase. Ahí puede ayudar la metodología, no tanto las obras. El reto hoy es tener gente que se atreva a narrar el conflicto en su vida cotidiana, solo así este se vuelve una posición personal de muchos.
Por eso insisto en metodología. En la última década no ha faltado verdad. Están los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, la academia, el periodismo. Saber lo que pasó está a un clic en Google. El problema es por qué no hemos logrado que eso se transmita en cambio cultural, en menos violencia.
Se dice constantemente que la cultura y las artes serán definitivas en el posconflicto, sin embargo, ¿usted cree que este sector debe asumir esa responsabilidad?
El sector está condenado a hacerlo. La cultura no es un accesorio, no es leer un libro, eso hace parte, pero la cultura es el ejercicio de ser lo más conscientemente posible de las cosas que le pasan a uno. La cultura no es la obra de teatro, es la decisión de ir a verla porque así puedo enriquecer la definición de mi mismo".
Si la sociedad decide eliminar la violencia como forma plausible de acceder al poder, entonces la cultura debe lidiar con eso. Estamos hablando de un cambio cultural, no económico o político. No es un tema de eventos, de que necesitamos plata para eventos sobre la paz. Hay que ser más ambiciosos: si queremos hacer un cambio es porque decidimos que hasta aquí veníamos mal con la educación, con la participación política, con la educación no formal.
La cultura no es consumo, es el marco sobre el que me defino, entonces de fondo debe haber una reflexión. ¿Y cuál es el mejor aparato para hacerlo, por su naturaleza cotidiana? Pues la educación. Ahora tenemos que aceptar que la educación como instrumento en función de producción no funciona. Más bien, si tenemos una educación en función de la creación, habría cambio.
En su más reciente libro, el filósofo Slavoj Zizek dice que es condescendiente la actitud de "salvar al otro" y propone crear un marco en donde las mismas víctimas se puedan hacer cargo de su propio rescate, ¿qué opina de esto?
¡Es obvio! Pero en Colombia hay que tener cuidado con eso, pues el conflicto es un problema de toda la sociedad. Por supuesto es arrogante decir ‘ven y te ayudo’, pero no hay que verlo como un tema de asistencia sino como un proyecto de construcción en el que todos participamos. Solo que no debe ser romántico. Hay que asumir la responsabilidad pues con más de 5 millones de víctimas no puedo decirles ‘no quiero más tu relato, deja de victimizarte’. Mientras salimos de esta situación tan difícil hay que oír a las víctimas, no solo por darles voz y por su derecho a ser escuchados, sino porque ahí hay mensajes que nos sirven a todos.