Una mujer palestina camina entre ruinas en Gaza. Crédito: Christopher Furlong/Getty Images.

Novedad

La tragedia de Palestina, según Noam Chomsky

Un nuevo libro del intelectual estadounidense, escrito en conjunto con el “nuevo historiador” israelí Ilan Pappé, ahonda en el sufrimiento de una entidad a cuya candidatura en la Unesco se opone Colombia.

Clara Nieto
15 de mayo de 2017

El Embajador de Palestina en Colombia estuvo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá haciendo un recorrido general por esa tierra milenaria a través de sus costumbres, su historia y el conflicto que la rodea. No fue la única muestra de la presencia de sus representantes en Colombia, único país de América Latina que no apoyó su candidatura en Unesco. Entre ellas se destaca Conversaciones sobre Palestina, libro de Noam Chomsky e Ilan Pappé, que presentó la editorial Icono en la Feria.

Chomsky, estadounidense, lingüista, profesor emérito de la universidad de MIT, considerado entre los intelectuales vivos más importantes del mundo, conversó con Pappé, israelí ex-profesor de historia en la universidad de Haifa y actual profesor en la Universidad londinense de Exeter. Pappé es de los llamados “nuevos historiadores” de Israel, que se atreven a revisar la historia de su país y a criticar su política. Opina contra la decisión de crear dicha nación, y señala el sionismo como la ideología que origina la mayor parte de los males que atormentan a ambos los israelíes y los palestinos.

Chomsky, duro crítico de Israel y de su política contra Palestina -- la califica de “criminal”-- , y Pappé están de acuerdo en varios aspectos fundamentales. Ambos critican el apoyo irrestricto que da Estados Unidos al gobierno israelí, con la complicidad de potencias occidentales durante 50 años.

Los analistas le atribuyen un peso substancial al síndrome del Holocausto, al complejo de culpa por el antisemitismo en sus países y por ende al temor de ser calificados de antisemitas, arma que Israel tiene a flor de piel. Todo lo que implique crítica, censura o condena, lo acusa de antisemitismo y de persecución.

Pappé saluda a la academia palestina y a la “nueva” historia de Israel, por haber desenmascarado teorías absurdas, por ejemplo que la Biblia le otorgó la tierra palestina a los judíos; el que sea la “única democracia” del Medio Oriente, o que, en 1948, después de que Ben Gurión proclama la creación del Estado de Israel y estalla la guerra con todos sus horrores, millones de palestinos en forma voluntaria abandonen su tierra.

La verdad es otra. Es el desastre, las masacres, la limpieza étnica a dos tercios de la población, los desalojos, la expulsión de millones de seres que desde entonces se refugian en países vecinos. Chomsky habla de la “ocupación criminal” de Cisjordania, de Gaza, de Jerusalén del Este, supuesta capital palestina, de los Altos del Golán. Todo lo ocupan en la Guerra de los Seis Días de 1967. De inmediato proceden a construir colonias judías en violación de convenciones internacionales. Imponen un brutal y humillante dominio, con centenares de puestos de control, de rutas y caminos vedados a los palestinos en su propio territorio, de enjambres de soldados en sus tierras.

Los autores califican de racista a Israel, condenan el Muro de separación que levanta dentro del territorio palestino, al que llaman un apartheid israelí, pues de eso se trata. Pappé menciona la semejanza de la política a la que hubo en Sudáfrica. La diferencia, dice Chomsky, es que los blancos en Sudáfrica necesitan a los negros para su vida diaria pero en cambio los israelíes quieren desaparecer a los palestinos.

Ambos hablan del fiasco que sufren Estados Unidos e Israel, en enero del 2006, cuando Hamás, movimiento de resistencia palestino al que califican de “terrorista”, logra un triunfo arrollador en las elecciones parlamentarias y debe nombrar un nuevo gobierno. Reaccionan con furor. Estados Unidos y sus aliados congelan las ayudas a Palestina e Israel procede a apresar a la mayoría de sus diputados en Cisjordania y Jerusalén. Un atropello inaudito porque no son sus ciudadanos.

En octubre del 2011, Palestina es elegida, por amplias mayorías, miembro pleno de Unesco (decisión que Colombia no apoya) y al año la ONU la reconoce como Estado observador. Desde entonces miembros de ambas organizaciones pueden denunciar, ante la Corte Penal Internacional, los atropellos y “crímenes” de guerra en su contra.

En respuesta a los ataques de cohetes que le lanza Hamás desde Gaza, cuyo impacto es relativo, las operaciones militares de Israel son desproporcionadas, y siempre condenadas sin que nada pase. Frente al ejército israelí, uno de los más poderosos del mundo, con armas de último modelo que le provee Estados Unidos, dice Chomsky, y un arsenal nuclear, las fuerzas palestinas son inexistentes.

Ambos hablan del cambio en el termómetro occidental a favor de Palestina, del crecimiento “gigantesco” del movimiento contra Israel, BDS, Boicot, Desinversiones y Sanciones, creado por la sociedad civil palestina con apoyo de varios países. Este es un hecho promisorio, dice Chomsky, pues los cambios ocurren por presiones de abajo.

En diciembre de 2016 –después de publicado el libro-- se aprobó la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, con la sola abstención de Estados Unidos. Es una amplia condena a los asentamientos judíos en tierras palestinas y pide su desmonte; al Muro de Separación, la Corte Internacional de Justicia pide destruirlo y a todo lo que implica violación a los derechos del pueblo palestino. Plantea, además, la solución de dos Estados para lograr la paz. Obama, por ejemplo, siempre dio apoyo a dicha opción.

Netanyahu, rugió: “es una despreciable resolución” a la cual no se iba someter, la calificó de “vergonzosa”, habló de conspiración contra Israel y amenazó con represalias hacia los países que dieron su apoyo, retiró embajadores y sostuvo que Estados Unidos lo había traicionado. Un exceso de prepotencia para un país tan cuestionado y solitario. Chomsky sospecha “que los israelíes tienen una idea mal disimulada de la fragilidad de su futuro”, pues el aislamiento puede aumentar y convertirse en Estado paria, deslegitimado al punto “que sólo podrá sobrevivir mientras Estados Unidos lo apoye”.

Mucho cambia y mucho se confunde con el triunfo inesperado del ahora presidente estadounidense Donald Trump. En diciembre conforma su gabinete y nombra a David Friedman, abogado judío, su embajador en Israel. Para el New Yorker es el escándalo del día.

Friedman tiene propiedades en Cisjordania; sueña con anexarla a Israel y trasladar la capital a Jerusalén. Sería un delito, porque es ciudad sagrada e internacional, según la Resolución de Partición.

El conflicto entra un capítulo nuevo, y no muestra señales de acercarse al final.