ARCADIA TRADUCE

‘La Travesía del Atlántico’ de Robert Hayden

Este poema, que retrata la crueldad inhumana a la que fueron sujetos millones de africanos transportados a la fuerza para ser esclavos en las Américas, es la traducción de este mes de la sección Arcadia traduce, a cargo del filósofo colombiano Felipe Botero.

Felipe Botero*
6 de marzo de 2018
Trabajadores del muelle de Alexandria, Virginia, ca. 1863–65 (plena guerra civil estadounidense). Atribuida a Andrew Joseph Russell. Vía el Museo Metropolitan de Nueva York.

La primera vez que supe de este poema fue cuando estaba traduciendo el poderoso libro de Ta-Nehisi Coates –Entre el mundo y yo– y él trata de “lo mucho que Hayden era capaz de decir sin decir, aparentemente, nada en absoluto. [Es] capaz de transmitir alegría y agonía sin necesidad de escribir literalmente esas palabras, que entonces se presentaban como imágenes, no eslóganes. Hayden imaginaba a los esclavos en la Travesía del Atlántico desde la perspectiva de los esclavizadores –una locura en mi opinión, pues ¿por qué le debería ser permitido al esclavizador hablar? Pero los poemas de Hayden no hablaban; conjuraban”.

Apenas leí este fragmento supe que tenía que buscar ese poema y leerlo. Apenas lo encontré y lo leí, supe que tenía que traducirlo. Era la única forma que se me ocurría de apreciar detenidamente la complejidad de este poema: su polifonía, sus diversas referencias históricas, su capacidad de abarcar, desde múltiples, distintas e incluso contradictorias perspectivas, esa vergüenza histórica que es la esclavitud y el comercio de esclavos entre África, América y Europa, a través del Atlántico. Como sucede frecuentemente con el arte, este poema me ayudó a dimensionar verdaderamente la magnitud del horror del que hemos sido capaces los seres humanos. Deténgase un segundo para imaginar cómo debió ser el secuestro de cientos, de miles, de millones de africanos: su encadenamiento, su traslado forzoso en un barco en el que padecían un sinnúmero de torturas psicológicas y físicas (entre ellas la violación masiva de las mujeres) y, finalmente, su desembarco en tierras desconocidas en las cuales les esperaba una vida de trabajo forzado, interminables abusos y una muerte anónima lejos de su hogar.

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El poema de Robert Hayden (1913-1980) está compuesto de tres partes, como tres son los vértices de la Travesía del Atlántico, la infame ruta de los barcos que zarpaban de Europa, secuestraban o compraban seres humanos en África y los vendían en tierras americanas. Uno de esos barcos de “brillantes nombres irónicos” era La Amistad, un barco esclavista español que en 1839, mientras transportaba una carga de hombres y mujeres secuestrados en Sierra Leona de Cuba a Estados Unidos, sufrió un motín. Los africanos, liderados por José Cinquez (o Sengbe Pieh, como también se le conoce en Sierra Leona), atacaron y mataron a la tripulación armada del barco, a excepción de algunos marineros a quienes dejaron con vida para que maniobraran la nave y los llevaran de regreso a África. Estos engañaron a sus captores (“[navegando] hacia el este de día y hacia el oeste de noche”) y lograron que el barco fuera interceptado por una fragata del ejército estadounidense. Al llegar a Estados Unidos, Cinquez y sus compañeros fueron procesados por asesinato y motín en Connecticut, pero después fueron absueltos por la Corte Suprema al considerar que sus actos estaban justificados como uso legítimo de fuerza para mantener su libertad.

El poema está compuesto en referencia con este y otros sucesos que sucedieron, o que pudieron haber sucedido, durante la Travesía del Atlántico. En ocasiones la voz parece ser la del poeta mismo, elevándose y reflexionando líricamente en torno a las imágenes evocadas por su propia imaginación histórica; en otras, la voz es claramente la de algún agente esclavista registrando los sucesos acontecidos en el mar, ya sea en su diario o frente a la corte; y a veces parece estar a cargo de un comerciante de esclavos ya retirado, cuyos recuerdos sirven para ilustrar el origen del trayecto. Pero todas esas voces invocan por momentos a la religión cristiana, casi como si el poeta quisiera mostrar la ambivalencia de esa institución respecto a la esclavitud en América: la manera en que la religión fue usada para justificar ideológicamente el comercio de esclavos (las “almas paganas”) o como instrumento de represión; pero también la forma en que la religión se convirtió con el tiempo en el hogar de muchos afroamericanos, al ser la única institución de la que podían apropiarse y a la que podían acudir en búsqueda de apoyo en su dolorosa peregrinación por tierras americanas.

Pasado este mes de febrero, en el que en Estados Unidos y Canadá se celebra la historia afroamericana, y con motivo del estreno de Pantera Negra, la exitosísima película de Marvel que aborda indirectamente algunos de estos temas, Arcadia traduce comparte este hermoso poema de Robert Hayden.

La Travesía del Atlántico (Middle Passage)

de Robert Hayden

I 

 

Jesús, Estrella, Esperanza, Mercy: 

 

       Velas reluciendo al viento como armas,

      tiburones siguiendo los gemidos la fiebre y a los agonizantes;

       horror el Santelmo y la rosa de los vientos.

 

La Travesía del Atlántico: 

               un viaje a través de la muerte

                               hacia la vida de estas costas.

 

       “10 de abril 1800— 

       Los negros están rebeldes. La Tripulación intranquila. Nuestro traductor dice que

       sus gemidos son una plegaria para llamar a la muerte,

       la nuestra y la de ellos. Algunos intentan morir de hambre.   

       Perdimos tres esta mañana cuando saltaron riendo locamente

       a los tiburones que los esperaban, cantando a medida que se hundían.” 

 

Desire, Adventure, Tartar, Ann: 

 

       Parados frente a Estados Unidos, llevando a casa

       oro negro, marfil negro, semillas negra. 

 

               Profundo al interior de la fétida nave tu padre yace,   

              con sus huesos banquillos de iglesia se hacen en Nueva Inglaterra,   

               esas luces de altar eran sus ojos. 

 

Jesús    Salvador    Pilotea    Me 

A Través    Del  Tempestuoso    Mar    De La Vida 

 

Rezamos para que Tú nos concedas, O Señor,   

seguro pasaje para las naves que traen

almas paganas a Tu disciplina

 

Jesús    Salvador 

 

       “8 campanas. No puedo dormir, pues estoy enfermo 

       de miedo pero escribir calma un poco el miedo

       pues mis ojos todavía pueden ver estas palabras tomar forma

       en la página & así escribo, como quien

       apela al exorcismo. Hace cuatro días derivamos en la tormenta

       pero ya el mar está calmo otra vez. La desgracia

       sigue nuestra estela como los tiburones (nuestros sonrientes

       dioses titulares). ¿Cuál de nosotros

       ha matado un albatros? Una plaga entre

       los negros—Oftalmia: ceguera—& botar   

       a los ciegos no nos ha servido de nada.

       Se esparce, la aterradora enfermedad se esparce.

       Ha arrancado la vista a los ojos del Capitán

       & hay ceguera en el castillo de proa

       & tenemos que seguir navegando por lo menos 3 semanas más antes de llegar

       a puerto.” 

 

               ¿Qué puerto aguarda, el de Davy Jones

               o casa? He oído de esclavistas a la deriva, a la deriva,

               juguetes del viento, de la tormenta y del azar, sus tripulaciones 

               enceguecidas, el odio de la jungla 

               deslizándose hacia la cubierta. 

 

Tú    Que    Caminaste   En    Galilea 

 

       “El declarante afirma luego que The Bella J 

       zarpó de la Costa de Guinea 

       con un cargamento de quinientos negros y pico

       para las barracas de Florida: 

 

       “Que apenas había espacio para la mitad entre cubiertas

       pero el sofocante ganado fue embutido en posición fetal ahí;   

       que algunos enloquecieron de sed y desgarraron su propia carne

       y bebieron su propia sangre:

 

       “La Tripulación y el Capitán tomaron lujuriosamente las más bonitas

       de las salvajes muchachas, manteniéndolas desnudas en sus cabinas;   

       que había una a la que llamaban la Rosa de Guinea

       y que se la rifaron y se la pelearon para ver quién yacía con ella: 

 

       “Que cuando el contramaestre llamó a todas las manos, las llamas

       que se expandían desde estribor ya estaban fuera de

       control, los negros aullando y sus cadenas

       enmarañadas con las llamas: 

 

       “Que los negros en llamas no pudieron ser rescatados,   

       que la Tripulación abandonó la nave 

       dejando a sus negras chillando atrás,

       que el Capitán murió borracho con sus putas: 

 

       “Luego el Declarante no dijo más.” 

 

Pilotea    Oh    Pilotea    Me 

 

 

       II 

 

Sí, muchacho, y he visto esas fábricas,   

Gambia, Río Pongo, Calabar; 

he visto a los astutos mongos poniendo trampas

de guerra donde tanto el vencedor como el vencido

 

Eran capturados como trofeos para nuestras barracas.

He visto a los negros reyes cuya vanidad

y codicia los hizo transfigurar las salvajes pieles negra de los Fellatah,

de los Mandingo, de los Ido, de los Kru en oro para nosotros.

 

 

Y había uno – Rey Anthracite lo llamábamos –

un rostro de fetiche bajo un parasol francés

de acero y terciopelo naranja, una boca insolente

cuyas copas estaban esculpidas a partir de las calaveras de sus enemigos:

 

Él nos agasajaba con tambores y festines y conjos

y pordioseras de reluciente piel color aceite de palma, diestras en el arte del amor,

y por coronas de latón que brillaban con pasta,

calicó rojo y baratijas de plata alemanas

 

Hacía que sus tambores hablaran de guerra y enviaba

sus guerreros a incendiar las aldeas dormidas

y a matar a los enfermos y a los ancianos y a escoltar a los jóvenes

en cadenas a nuestras fábricas.

 

Veinte años llevo en este negocio, veinte años,

pues había riqueza de sobra para cosechar

en esos negros terrenos, y seguiría comerciando todavía

si no fuera por las fiebres derritiendo mis huesos.

 

       III 

 

Lanzaderas en el oscilante telar de la historia,   

las oscuras naves avanzan, las oscuras naves avanzan,

sus brillantes nombres irónicos

como chistes amables en la boca de un asesino;

abriéndose camino a través del duro fulgor hacia

el lucero de la fata morgana en la evanescente orilla,

tejiendo hacia los litorales del Nuevo Mundo que son a un mismo tiempo

espejismo y mito y verdadera costa.  

 

Viaje a través de la muerte, 

                               viaje cuyos mapas son la ausencia de amor.

 

Un hedor de crematorio, efluvio de viviente muerte,

se propaga hacia fuera desde el interior de la nave,

donde los vivos y los muertos, los horribles agonizantes,

yacen entrelazados, yacen inmundos de sangre y excremento.

 

       Profundo al interior de la fétida nave tu padre yace,   

       el cuerpo de la misericordia se pudre con él,

       las ratas devoran los podridos y gélidos ojos del amor.

 

       Pero, oh, los vivos te miran

       con ojos humanos cuyo sufrimiento te acusa

       cuyo odio te alcanza desde el residuo oscuro

       para abatirte como una garra de leproso.

 

       No puedes desviar ese odio con tu mirada

       o encadenar el miedo que acecha a los guardias

       y respira sobre ti su fétido y tórrido aliento;

       no puedes matar el profundo anhelo inmortal humano,

       la voluntad atemporal. 

 

               “Si no hubiera sido por la tormenta que lanzó por los aires las barreras

               del viento y las olas, La Amistad, señores, 

               hubiera atracado en Puerto Príncipe en dos,

               tres días a lo sumo; si no hubiera sido por la tormenta,

               hubiéramos estado preparados para lo que aconteció.

               Veloz como el salto de un puma llegó. Hubo   

               un intervalo de calma sin luna cargado tan sólo

               de los habituales sonidos del agua y de las velas,

               y entonces el repentino movimiento, los golpes, los gruñidos

               y habían caído sobre nosotros con sus machetes

               y sus cuchillos de pescar. Fue como si el mismísimo  

               aire, la noche misma nos estuvieran atacando.

               Agotados por los rigores de la tormenta,

               no fuimos rivales para ellos. Nuestros hombres sucumbieron

               ante los asesinos africanos. Nuestro leal  

               Celestino salió corriendo de abajo con pistola

               y linterna en la mano y vi, entre el destello

               de la hiriente navaja, a Cinquez, 

               ese hosco bárbaro que se hace llamar príncipe,

               dirigiendo, exhortando a la horrenda labor.

               Abatió con el machete al pobre mulato y luego

               se volteó hacia mí. La cubierta estaba resbalosa

               cuando la luz del sol finalmente salió. Me enferma

               pensar en lo que vi, en cómo esos simios

               botaron por la borda los desmembrados cadáveres de

              nuestros hombres, verdaderos cristianos todos, como si fueran una carga más.

               No más, no más. El resto se puede contar rápidamente:

               Cinquez se vio obligado a dejarnos con vida a nosotros, los dos

               que ve ahora, para llevar la barca a África,

               y nosotros, como fantasmas condenados a vagar por el mar,

               navegamos hacia el este de día y hacia el oeste de noche,

               engañándolos, esperando ser rescatados,  

               prisioneros en nuestra propia embarcación hasta que

               por fin  llegamos a las costas de esta

               vuestra tierra, Estados Unidos, donde fuimos liberados 

               de nuestra abominable miseria. Ahora les

               pedimos, nobles señores, la extradición de

               Cinquez y sus cómplices a La

               Habana. Y nos aflige saber

               que hay tantos acá que parecen inclinados    

               a justificar el motín de estos negros.

               En efecto, nos parece paradójico

               que ustedes cuya riqueza, cuyo árbol de libertad

               están enraizados en la labor de vuestros esclavos

               podáis soportar que el augusto John Quincy Adams   

               hable con tanta pasión acerca del derecho

               de una esclavos que son propiedad privada a matar a sus justos amos

               y que con su retórica romana teja una corona

               de héroe para Cinquez. Declaro que

               estamos decididos a regresar a Cuba.

               con nuestros esclavos y allá ver cómo se hace justicia. Cinquez -  

               o mejor digamos ‘El Príncipe’ - Cinquez ha de morir.” 

 

       El profundo anhelo inmortal humano,   

       la voluntad atemporal: 

 

               Cinquez su imperecedera imagen primaveral,

               vida que transfigura muchas vidas.

 

       Viaje a través de la muerte

                                     hacia la vida de estas costas.

*Felipe Botero Quintana (nacido en Bogotá en 1990) es un filósofo y traductor graduado de la Universidad Nacional de Colombia. En agosto de 2017 se gradúo de la Maestría en Filosofía y Artes de la Universidad de Warwick de Inglaterra.

Ha sido parte de diversos proyectos culturales como Botero en China y SubasArte y Reproducibles del colectivo de gestores culturales QUINTA, del cual es miembro fundador. También ha publicado diversos artículos en revistas culturales en Colombia y en México, en medios como Arcadia, Estilo México y kienyke.

Ha traducido diferentes textos literarios y filosóficos entre los que se destacan El corazón de las tinieblas de Conrad (de inglés a español), Levanten alto, carpinteros, la viga del tejado de JD Salinger (de inglés a español), ensayos filosóficos de Alain Badiou y Emmanuel Lévinas (del francés al español), la obra de teatro El marinero de Fernando Pessoa (de portugués a español) y ensayos literarios de Anthony Burgess.

Actualmente Botero se encuentra en proceso de contactar a distintas editoriales de lengua inglesa para publicar la poesía completa de Giovanni Quessep por primera vez en inglés, labor que empezó hace tres años con el permiso del poeta.