Ulibro
Ulibro, la feria que fue
La feria del libro de Bucaramanga tuvo más de 250 fondos literarios, 160 actividades y cerró sus puertas el 27 de agosto tras una semana. Un resumen de una feria.
Los últimos dos días de la feria fueron lluviosos. Una llovizna timorata caía cada cierto tiempo. La ciudad trataba de perder un poco su color y era más gris. El calor no varió. Calor, calor de ese húmedo que abochorna y distrae. En la Universidad Autónoma de Bucaramanga se hace la feria más grande del oriente, como solían repetir en las primeras palabras de cada conversatorio, Ulibro. Este año esperan superar los 38.000 asistentes del año pasado. Parece que lo lograron.
Recorrí los stands de las distintas editoriales y librerías. Estaban algunas de las más grandes, otras regionales. También hubo algunos dedicados al cómic, la caricatura, juegos de lógica y alguno que otro souvenir. Todos juntos, no revueltos. Muchos jóvenes husmeaban los lomos, otros corrían de un lado a otro. Se mueven rápido los bumangueses, van de un stand a otro, miran intrigados y unos que otros compran. Como las antigüedades siempre son curiosas había varios tomos viejos de obras completas de Shakespeare, que fue homenajeado el jueves 25 por Amalia Iriarte y Pedro García, en el que los asistentes pudieron escuchar unas de las tantas posibles lecturas que se puede hacer a un dramaturgo de esa naturaleza.
¿Qué más había? Un ciclo de cine continuo todos los días después de las dos de la tarde, talleres como los que dieron Martín Caparrós y Gervasio Sánchez, o como el de grabado sobre linóleo, pero no hay tiempo de enumerar todos. Martín Caparrós también habló con, o para, el público en un conversatorio con Juan David Correa, reflexionó sobre la crónica y en medio de las palabras o de sus lecturas se alisaba el bigote con los dedos y vestía esos Levis 501 le lucen muy bien como suele decir.
Pero detrás de la feria hay un gran grupo de estudiantes que dan parte de su tiempo a Ulibro para poder transportar invitados, acompañarlos, coordinar almuerzos y los cupones de café, los importantísimos cupones de café. A su cabeza, Érika Suárez, la directora de la feria. Vive pendiente de cada cosa para que todo salga bien En su oficina desfilan coordinadores, invitados, periodistas y todo quien con dudas llega a buscar una programación o preguntar por un autor. El rector que ayuda a orquestar la feria año a año recuerda como han podido tener invitados como J. M. Coetzee y otros tres, dos de paz y uno de economía. Y que espera con esta iniciativa, que cumple 14 años, se pueda aumentar en nivel lecturabilidad en la región. Al rector se le ve en los conversatorios escuchando atento, con las manos cruzadas a ratos o riéndose, como en la noche del viernes que recibieron a Daniel Samper Pizano que conversa con Pedro Rueda Pinilla, estudiante de la UNAB y virtuoso acordeonero sobre el vallenato, su libro, las letras y la historia detrás de cada paseo, puya o son, hay más pero no los recuerdo.
Lo que sí recuerdo, es el primer día de la feria y la cena inaugural. Los organizadores llevaron al rector, escritores e invitados a una cena en la que abordarían esa otra forma de leer una región, sus sabores. Fue un menú de degustación de seis puestos, cada uno evocaba cada provincia de Santander con sus productos y músicas. La muestra gastronómica también se dio en los días de feria con la visita del chef cubano Luis Pous, quien cocinó para el público y contó algunas historias, “mezcló la comida con la narración” me decía alguien que estuvo presente.
También estuvo Sergio Cabrera, la escritora cubana Zuleica Romay, Juan Manuel Roca, Ramón Cote, Gervasio Sánchez, Alfredo Molano, Claudia López, Sergio Ramírez, Leila Guerriero, Anna Lydia Vega y muchos más.
La feria se acabó, sus estudiantes que iban de auditorio en auditorio, de conversatorio en conversatorio, que se llenaban con cada evento, pudieron escuchar a importantes invitados, comprar sus libros y que se los firmaran. Es una feria que crece, que adquiere robustez y calor como los días en Bucaramanga.