EL CAFÉ DEL MAÑANA
Seis preguntas a Federico Ríos sobre el purgatorio en la idiosincrasia paisa
“Cielo/Infierno/Purgatorio, una mirada crítica a la idiosincrasia antioqueña” reunió en el Café del Mañana de ARCADIA a diferentes artistas para dialogar alrededor de los valores y normas que intentan moldear a la sociedad paisa. Hablamos con el fotógrafo Federico Ríos acerca de su percepción del purgatorio.
A propósito de la apertura de La persistencia del dogma, el nuevo guión de su Sala de Diálogos Decoloniales, el Museo de Antioquia decidió poner sobre la mesa algunas conversaciones que giran en torno a los valores y normas que intentan moldear los comportamientos individuales y prácticas sociales de la sociedad antioqueña. De esta manera, y bajo una mirada crítica a la idiosincrasia antioqueña, el museo dividió en tres días los escenarios –cielo, infierno y purgatorio– que conformaron y siguen rigiendo a esta sociedad concreta.
El primer día fue para “El purgatorio (es ahora)”, una charla que contó con la participación del fotógrafo Federico Ríos, el artista Leonel Castañeda, Catalina Cardona, Juan Camilo Castaño y Jose Betancur, bajo la moderación de Juan Felipe Jaramillo. Una mesa redonda que ahondó en la fábrica de representaciones que sigue definiendo “lo bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, lo puro y lo impuro, lo humano y lo animal, lo civilizado y lo bárbaro, lo blanco y lo negro”, a través de ese tránsito purificador que la religión católica define como purgatorio.
Para conocer un poco más de este lugar donde “los justos deben purificar sus imperfecciones”, hablamos con Federico Ríos, uno de los fotógrafos y reporteros gráficos que mejor ha retratado el conflicto armado en Colombia, pero que también ha conocido, como pocos, la belleza abrumadora de algunos de los rincones más inhóspitos del país.
Si Federico Ríos tuviera que escoger una de sus fotos para definir la idiosincrasia paisa, ¿cuál sería y por qué?
Hay una fotografía que tomé en el Nudo de Paramillo, hace exactamente un año, finales de agosto o principios de septiembre de 2018. Estaba en un campamento de las disidencias de los frentes 36, 18 y 5 de las FARC, que estaban trabajando juntas en esa zona del Paramillo. Afuera de una escuelita abandonada, había una bandera de Colombia; nadie supo explicarme por qué, pero esa bandera estaba rasgada y arrancada por el viento, algo parecida a la bandera de la libertad guiando al pueblo, pero además estaba izada al revés.
El rojo estaba arriba, el azul en el medio y el amarillo estaba abajo. Yo vi eso y me quedé ahí, porque era el paisaje hermoso con una bandera que había quedado patas arriba, vuelta mierda, en medio de un ventarrón impresionante en medio de esas lomas del Paramillo. Yo creo que esa foto para mí resume, no solo lo que pasa en Antioquia, sino lo que pasa en todo el país. Un país que está patas arriba, llevado, jodido, con el sentimiento más patriotero casi que destruido, pero todavía un país y una gente por salvar.
Para el colombiano de a pie, para el campesino, para el guerrillero, ¿cómo crees que imaginan ese estado de purgatorio?
Yo creo que ellos viven en un purgatorio. Pensar pa’ dónde podemos seguir, pensar en dónde estamos, pensar en un campesino que se levanta todos los días sin saber qué va a comer… Unas economías tan corticas, que el campesino está pensando qué va a comer él y sus hijos y su esposa, no está pensando con qué va a comprar los zapatos. Son soluciones muy básicas, soluciones que desde que las sociedades eran nómadas debían estar un poco resueltas.
Yo creo que estos son los verdaderos purgatorios, unos purgatorios muy amargos, en los que cada noche es una ganancia, cada desayuno es una victoria. Purgatorios en los que cada día que pasa en el calendario sigue siendo un gran triunfo. Creo que ese es el purgatorio en el que estamos todos, todavía.
Tú más que nadie has recorrido el país por sus diferentes caminos, sus diferentes senderos y trochas. Has llegado a lugares que no ha pisado nadie en este país. ¿Cuál dirías que es el paraíso de Colombia?
Yo diría que el paraíso es Colombia. Más allá de un lugar físico, el paraíso es un lugar emocional. Llegar a los lugares más alejados, a los sitios más remotos, y encontrar una aguapanelita o un caldito, un caldito de nada, con un par de papas naufragando, todo brindado desde la generosidad de un campesino, es una sensación muy especial. Creo que hay lugares muy hermosos como la Ensenada de Utría, un sitio de ensueño; los páramos alrededor de Urrao, los ríos del Caquetá y el Putumayo, los montes en los llanos o la selva profunda en la Amazonía… cada uno de estos lugares podría ser un rincón del paraíso.
De La Guajira al Amazona, del Pacífico al Orinoco, cada sitio tiene una magia maravillosa. En lo personal, encuentro un regocijo personal en la Ensenada de Utría, la Ensenada de Utría de Josefina Klinger, de Judith Lozano, que es la gente que trabaja allá, con la que echamos cuentos y nos reímos. Creo que así es que cada uno va encontrando sus paraísos personales.
Estuviste en el campamento de las FARC el día que Iván Márquez, Jesús Santrich y compañía anunciaron su rearme como guerrilleros. Para muchos, ese día volvió el infierno a Colombia. ¿Volvimos a caer al infierno?
Estuve en los campamentos de las FARC mientras ellos hacían esa declaración, pero no estaba en ese campamento, estaba en otro cercano con la tropa guerrillera. ¿Volvimos al infierno? Yo creo que nunca hemos salido de él. Creo que el país dio un gran paso con un acuerdo, y lo arriesgó en el no cumplimiento de lo pactado. No voy a justificar las decisiones de nadie, pero admiro y valoro a todos los que decidieron quedarse, no por la palabra empeñada, sino por su voluntad real de una lucha sin armas, con la que estoy mucho más de acuerdo y en sintonía.
Pero mientras las FARC no operó en el territorio colombiano como grupo armado, operaron otros grupos, aumentaron los asesinatos de líderes sociales, de excombatientes de las FARC, de indígenas, de la comunidad afro, aumentaron los desplazamientos masivos. Todo esto nunca paró. Si alguien a mí me hubiera contado que hubo paz en un territorio tras la salida de las FARC en armas, y volvió la guerra cuando las FARC se rearmó, le digo que es un cuento de mera ficción. Nada de eso existió. Las FARC dejaron las armas, y desde ese preciso instante, surgieron una cantidad innumerable e innombrable de grupos que empezaron a matar gente en los territorios. El miedo anda suelto por ahí y fortalecido. Yo ando el país, y no vi la paz.
Negociar la dejación de armas con las FARC era un gran paso, pero también había que negociarla con el ELN y, sobre todo, con las Águilas Negras, los Gaitanistas, las ACG, la GUP y tantos otros nombres que ni los recuerdo. Más allá de eso, el Estado tenía que llegar al territorio. Colombia es un territorio sin Estado. Yo empiezo a recorrer los ríos y no hay Estado, no hay gobierno, no hay representatividad, no hay escuela, no hay médico, no hay abogado, no hay derechos humanos. No hay nada. Y no estoy hablando de la selva profunda del Guainía: te estoy hablando de Antioquia. En la misma Antioquia no hay Estado. Esa declaratoria de las FARC liderada por Iván Márquez, Santrich, “El Paisa”, Romaña y compañía, es solo una pequeña pieza más del enorme rompecabezas de violencia y de guerra que tiene este país.
Para muchos fotógrafos de esta generación, Federico Ríos es el modelo a seguir, su principal referente. ¿Cómo ves el panorama venidero de la fotografía colombiana?
Yo creo que es al revés: nombres como Santiago Mesa, Andrés Cardona, Charlie Cordero y muchos otros son mis referentes y modelos a seguir. Creo que son fotógrafos impresionantes, con trabajos muy potentes. En estos tres tengo una fe especial, pero mi lista es mucho más larga: Andrés BO, por ejemplo, también está haciendo cosas increíbles; Juanita Escobar tiene una potencia en su trabajo, en su narración, en la profundidad de sus investigaciones.
Cuando yo me siento a pensar en fotógrafos colombianos, siempre me falta papel para hacer la lista, porque es demasiado larga. Creo que la fotografía joven en Colombia se está haciendo preguntas y está obteniendo resultados, que no son respuestas, sino resultados dentro de esas mismas preguntas que van empujando y van moviendo al país.
La penetración de lo que conocíamos como fotoperiodismo dentro del mundo del arte, cada vez es más fuerte, más potente, más poderoso, y eso nos va permitiendo unas libertades creativas impresionantes. Lo que Santiago Escobar Jaramillo ha hecho con sus fotolibros, los diálogos que se permite crear a partir de las imágenes, son muy liberadores, mucho más allá de lo que encontramos en la fotografía de prensa. Cuando la gente se conmueve con una fotografía a partir de la sensibilidad del ser humano, creo que eso es lo más importante.
A Jesús Abad Colorado le acaban de otorgar el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo de Periodismo. ¿Qué significa Jesús Abad Colorado para Federico Ríos?
Jesús Abad para mí es muy importante. Es un colega, es un tipo con el que converso y consulto. Un compañero con el que hemos estado hombro a hombro en muchas ocasiones. Jesús Abad Colorado es un antecedente importantísimo en la fotografía colombiana, y creo que es alguien que ha hecho muy bien el puente entre los periódicos y otros escenarios artísticos que en este país faltaban conquistar. Meter la fotografía periodística y documental en un museo no ha sido una tarea fácil. Nos ha tocado usar unos tránsitos bien particulares, y Jesús Abad Colorado ha sabido encontrar las rutas precisas y exactas para narrar eso.
Creo que su trabajo tiene unas perspectivas muy numerosas, con una mirada y una aproximación desde lo humano hacia las víctimas que considero admirable. Siento que el premio es un gran reconocimiento a su trabajo como fotógrafo, como historiador, como notario del dolor que ha vivido el país. De igual manera, siento también que el premio es un respaldo a que este tipo de trabajos se sigan haciendo y se sigan publicando.
Ahí es cuando vuelvo a pensar en trabajos como el de Andrés Cardona, que fotografía el horror de haber perdido a su familia; en trabajos como el de Andrés BO, que fotografía tan de cerca a las comunidades indígenas. O el de Santiago Mesa, que captura las culturas populares de Medellín; el de Charlie Cordero, que fotografía la costa y sus jóvenes con una delicadeza admirable; o Juanita, con su mirada al costumbrismo dislocado que sucede en los llanos, pero con una perspectiva muy moderna. Entonces me encanta que Jesús Abad Colorado esté en ese lugar, que le hayan dado el respaldo a lo que ya de sobra se merecía, y siento que eso seguirá abriendo un camino para muchos de los fotógrafos en Colombia y para mí.