REPORTAJE
Una mirada al teatro comunitario
En Bogotá existen grupos de teatro que llevan más de 35 años practicando este oficio con y para la comunidad. Un recorrido por algunas de estas agrupaciones en diferentes localidades de la capital.
Kennedy es la segunda localidad más poblada de Bogotá. En los límites del río Tunjuelito hay una sala de teatro con capacidad para 80 personas —o a veces más, si los asistentes logran hacer espacio—. Según cifras publicadas en el informe de Diagnostico Cultural del 2011: el 82,6% de los habitantes de esta localidad manifiesta que no realiza actividades artísticas. La Fundación Tea Tropical está ubicada en la carrera 77n con calle 49 sur, en el barrio Perpetuo Socorro, allí además de un grupo de danza y música hay uno de teatro. Está conformado por cinco personas: Manuel Ballesteros, Jessica Osorio, Alejandro Fajardo y Bryan Piñeros. Solo uno de ellos reside en la localidad.
Aracataca queda a 875 kilómetros de Bogotá y según las descripciones de Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla, recuerda este lugar con “[...] las mismas casas carcomidas, los techos de cinc perforados por el óxido, el camellón con los escombros de las bancas de granito y los almendros tristes, y todo transfigurado por aquel polvo invisible y ardiente que engañaba la vista y calcinaba la piel. El paraíso privado de la compañía bananera, al otro lado de la vía férrea, ya sin la cerca de alambre electrificado, era un vasto matorral sin palmeras, con las casas destruidas entre las amapolas y los escombros del hospital incendiado. No había una puerta, una grieta de un muro, un rastro humano que no tuviera dentro de mí una resonancia sobrenatural”.
Allí también nació Manuel Ballesteros, quien lleva 35 años dirigiendo el grupo de teatro Tea Tropical. Dice que desde pequeño sentía que el arte lo llamaba. Cuando entró a bachillerato tuvo que irse del pueblo donde recuerda, había una casa de la cultura donde entró a hacer danza —a escondidas de su papá—, porque teatro no había.
El barrio Britalia queda al sur occidente de la capital colombiana, no tiene muchos parques, y sus casas, algunas con más de dos pisos, otras con planchas inacababas y la mayoría con fachadas coloridas, se alzan sobre el pavimento. El hombre que hacía teatro a escondidas de su papá llegó a este barrio en 1979, y dice que ese fue el lugar donde nació artísticamente. Años después quiso estudiar Ingeniería Química en la Universidad Nacional y aunque pasó, nunca recibió una clase porque en 1984 se ordenó el desalojo de los estudiantes por un año. Para no perder el tiempo entró la Corporación Colombiana de Teatro.
Espacios prestados
Para finales del año 1979 Emilio Ramírez formaba parte de una agrupación artística juvenil en la localidad de Fontibón. Estudió biología, ciencias sociales y artes plásticas pero ninguna le gustó. Lo que nunca ha podido dejar de hacer es teatro. Lleva 35 años dirigiendo el Teatro Experimental de Fontibón (en adelante T.E.F) y dice que si alguien bosteza durante una obra, hay algo que está haciendo mal.
La sala Augusto Boal del T.E.F está ubicada en la calle 24 con carrera 99. La construyeron hace diez años y el principal motivo de su creación fue el de acercar a la comunidad a la música, el teatro y la danza. Tiene espacio para 75 personas —o a veces más, si los asistentes logran hacer espacio—. La sala de teatro queda en el primer piso y fue financiada por los integrantes del grupo y por el programa de estímulos de espacios concertados del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES), del que fueron ganadores; en el segundo piso vive Emilio y Ernesto Ramírez, los dos hermanos que fundaron y han liderado el Teatro Experimental de Fontibón durante 37 años.
El hombre que dice que si alguien bosteza durante una obra es porque hay algo que están haciendo mal recuerda que cuando no tenían la sala, ensayaban en las calles, así lloviera o hiciera sol, también recuerda las caminatas exhaustivas por el barrio pidiendo prestado un lugar para hacer teatro. Muchas veces les abrieron las puertas de algunos salones comunales, pero afirma Emilio Ramírez que muchas veces sus dueños, que son la junta de acción comunal, querían condicionar los contenidos artísticos.
Para el mismo año en que se creó el T.E.F, a 12 kilómetros de distancia nacía otro grupo en la localidad de Bosa: Kerigma. Uno de sus fundadores, Enrique Espitia, afirma que “la educación posibilitó la existencia del grupo de teatro”. Para esa época era estudiante del Colegio Claretiano, del que recuerda su enfoque social y teológico, basado en la teoría de la liberación y para él, esto hizo la diferencia.
“Las primeras obras de teatro las presentábamos en el parque, al frente de la iglesia, en el salón comunal o en la esquina una cuadra. Fue algo muy conmovedor porque eso nunca pasaba: que unos jóvenes de un barrio medio marginal hicieran teatro en una época donde el arte era solamente para unos pocos”. A los dos años constituyeron la que sería la primera Casa de la Cultura de la localidad y en palabras de Espitia “era algo muy subversivo”.
Durante una de las presentaciones del grupo Kerigma dio la casualidad que uno de los asistentes les consiguiera el contacto con una agencia de cooperación artística de Holanda y con el apoyo económico de ésta y los recursos de cada integrante del grupo, pudieran montar la sala de teatro propia.
Obra El canto de las moscas (2010) del Teatro Experimental de Fontibón/ Foto: Cortesía T.E.F / Mauricio Meldivelso
Recursos y profesionalización
El presupuesto para teatro comunitario ronda los 55 millones de pesos y están destinados a la financiación de proyectos de formación y festivales. El año pasado el presupuesto para arte dramático aumentó en la capital en un 82% y se lograron concertar en un total de 36 de salas. Para algunos grupos el dinero correspondiente es suficiente para crear y mantenerse económicamente. Para otros ese dinero no alcanza como es el caso de la Fundación Tea Tropical, quienes dejaron de formar parte del programa de sala concertadas hace un año.
La mayoría de estos grupos de teatro han logrado obtener recursos gracias a convocatorias realizadas por IDARTES, proyectos presentados a organizaciones no gubernamentales y apoyos del Ministerio de Cultura. Pero, desde sus inicios y hasta hoy, ellos mismos deben financiarse. “Cuando los recursos se agotan es muy difícil mantener un grupo de teatro. Normalmente lo que hacíamos nosotros era incentivar la profesionalización de las artes y una vez con nuevos conocimientos traerlos a la localidad y así fortalecer los procesos de creación comunitarios”, recuerda Espitia.
Gracias al presupuesto que la gerencia de arte dramático asignó al proyecto sectorial de teatro comunitario, se realizó una recopilación de información hecha por la Fundación Stroganoff, y dio como resultado la publicación del ‘Encuentro de saberes: memorias del sector’, una mirada al trabajo que han venido realizando los grupos de teatro comunitario en Bogotá. Desde hace seis años se organiza el Encuentro Distrital de Teatro Comunitario, apoyado por el T.E.F, desde hace tres, y con éstos se ha fortalecido la implementación de nuevos planes de formación, un ejemplo de ellos es la implementación de diplomados en preparación física y lenguajes escénicos dirigidos por Universidad Pedagógica y talleres
Otro de los talleres realizados en varias de las localidades de Bogotá fue el de Voz. En Puente Aranda, Antonio Nariño y Tunjuelito estuvieron dirigidos por Marcia Cabrera, egresada de la escuela Teatro Libre de Bogotá, el de Usme estuvo a cargo de Ricardo Carvajalino.
Sala Fundación Casa Tea Tropical/ Foto: Paola Moreno
Arte con y para la comunidad
Diana Alfonso, coordinadora de teatro comunitario de IDARTES, afirma que en todas las localidades hay grupos de teatro, aunque unas son más participativas que las otras. Recalca la importancia que tienen los jóvenes que hacen parte de estos grupos en las comunidades: “Ellos se convierten en líderes políticos, porque trabajan con los vecinos y esto causa respuestas políticas”. Para Diana esta fue una de las razones por las que algunos de los grupos recibieran una amenaza de muerte.
La madrugada del martes 21 de agosto del 2011, varias agrupaciones artísticas —en especial dedicadas al teatro— , entre las que se encontraban la Fundación Cultural Tea Teatral, la Fundación Cultural Casa de la Cultura el Contrabajo, Teatro Ciclo Vital, entre otras, se despertaron con un panfleto firmado por el Bloque Capital D.C de las Águilas Negras: “damos inicio de limpieza a todas las sucias organizaciones que se interponen en nuestro paso […] organizaciones de mierda que se las quieren dar de defensores de los derechos humanos por medio de expresiones artísticas […]”. Les dieron ocho días de plazo para abandonar la ciudad.
Frente a esta amenaza los grupos de teatro hicieron las denuncias repectivas ante la Fiscalía. La alcaldesa encargada para ese año Clara López pidió protección para los artistas. Se reunieron con la secretaria de desarrollo económico Mariella Barragán, la de cultura, Catalina Ramírez Vallejo y el director del IDARTES en el momento, Santiago Trujillo. Afortunadamente ninguna de las amenzas se cumplió y a partir de ese momento se hace visible la importancia de estas agrupaciones teatrales en la comunidad.
Obra Muerte, resurreción y muerte del T.E.F/ Foto: Cortesía T.E.F/ Carolina Satizábal
La sala del T.E.F lleva el nombre de Augusto Boal porque desde los años 90 han trabajado con una metodología conocida como el Teatro del oprimido, creada por el brasileño del mismo nombre. Esta consiste en romper las barreras entre “actores y no actores”: durante la obra, los actores se detienen y le preguntan a los espectadores por una solución para la situación o el problema que están representando. Emilio recuerda una vez cuando presentaron una obra que buscaba enseñarles a los niños a entender la palabra Política, que una niña de aproximadamente 10 años dijo: “hacer política es cuando hablamos todos de lo que nos concierne a todos”.
Hoy Emilio Ramírez afirma: “La esencia del teatro que hace el T.E.F es la de construir comunidades más autónomas”.
Enrique Espita, quien dirige D.C. Arte, después de la desaparición de Kerigma, afirma: “cuando se trabaja con comunidades y más si son de barrios periféricos uno se encuentra con personas que ante las carencias, encuentran en el arte la forma de expresar esas dificultades”.
Hoy, Manuel Ballesteros afirma: “Nunca nos hemos querido soltar del teatro popular, que es donde se encuentran todas esas vivencias de los barrios, historias, personajes. Esa es la materia prima de nosotros”.
Aunque si bien el carácter social de los grupos de teatro comunitario es una de las bases de su trabajo, los tres coinciden en que también prima la importancia de la estética durante la creación teatral y ese es un factor que no descuidan.
Tendencias
De izquierda a derecha: Manuel Ballesteros, Jessica Osorio, Bryan Piñeros(centro), Alejandro Fajardo/ Foto: Paola Moreno
El barrio
“El barrio. ¿Qué es eso de un barrio? ¿Tú vives en el barrio? ¿Eres del barrio? ¿Has cambiado de barrio? ¿En qué barrio estás?”. Con esas preguntas comienza el capítulo dedicado a este espacio, el escritor francés George Peréc, y luego agrega “¿Por qué no privilegiar la dispersión? En lugar de vivir en un único lugar y procurar identificarse con él ¿por qué no tener cinco o seis habitaciones diseminadas por París?”. ¿Por qué no tener cinco o seis habitaciones diseminadas por Bogotá?
Jessica Osorio, Alejandro Fajardo y Bryan Piñeros, no viven literalmente en Kennedy, pero nacen y mueren una y otra vez en el escenario de la Fundación Tea Tropical.
“Porque hacer teatro es poder vivir muchas vidas”, esa fue la razón que en un principio motivó a Alejandro Fajardo a pararse en las tablas, “pero ahora, lo hago con un objetivo: cuando nosotros empezamos con el grupo decíamos que queríamos hacer algo por el mundo, aunque no sabíamos si era algo exagerado, pero sí queremos hacer un pequeño cambio”.
El joven que dice que el teatro es como tener muchas vidas tiene 18 años, vive en el barrio Carbonel, Bosa. De su casa a la sala son aproximadamente 40 minutos de camino. Actualmente está estudiando Licenciatura en Artes Escénicas en la Universidad Pedagógica
“Si alguna persona está pasando por un momento de crisis y ve una obra que le guste mucho, le puede servir en algo, creo que por eso hago teatro porque es ayudar a las demás personas”.
La mujer que dice que con el teatro ayuda a las personas es Jessica Osorio, tiene 20 años, vive en el barrio León XIII, Soacha. De su casa a la sala de teatro hay aproximadamente una hora de camino —cuarenta minutos en bicicleta—.
“Hago teatro porque me fascina, río, lloro, vuelvo a ser un niño y estoy en varios espacios físicos y mentales”.
El hombre que dice que con el teatro vuelve a ser niño es Bryan Piñeros, tiene 25 años, vive en la localidad de San Cristóbal. De su casa a la sala de teatro hay aproximadamente una hora y media de camino.
Los tres coinciden en que su obra favorita es 100% Tricicle, de la compañía española Clownic y con dirección de Tricicle, presentada en Bogotá en septiembre de 2014.
Retorno
La obra que están preparando los tres jóvenes que coinciden con la misma obra de teatro como la mejor que han visto, se va a llamar Retorno, o eso cree su director, porque todavía está buscando el nombre, “o ¿momentos? o ¿no hay punto de retorno?” se pregunta. En ella cada uno de los actores debe buscar en los recuerdos de su infancia y representar las emociones con su cuerpo. Se disponen a ensayar: se ponen unas tapas amarradas con un caucho en los ojos. “Eso no pueden hacerlo ¿no?, ponerse los elementos de vestuario delante del público”, les dice Ballesteros. Se esconden detrás de las cortinas, luego aparecen unas manos entre el telón, asoman el cuerpo y hacen movimientos lentos que asemejan la danza contemporánea, pasan unos sobre otros, se unen, se toman de los brazos, crean espacios, los llenan, sonríen de vez en cuando, Alejandro trata de levantar a Jessica sobre la espalda, pero no puede hacerlo, se cae, se levanta, sonríe pero con una estela de impotencia.
Vuelven detrás del telón. Suena ‘The Mystic‘s Dream’ de la canadiense Loreena McKennitt. Salen otra vez al escenario esta vez sus ojos no están cubiertos. Alejandro gatea y dobla el cuerpo, Brayan estira los brazos hacía al público y sonríe, como si estuviera a punto de alcanzar algo, pero luego se recoge y esconde la cabeza entre los brazos. Jessica hace como si estuviera a punto de hundirse en una piscina, camina por el resto del escenario y después se detiene ante las sillas vacías y grita “abuelito, abuelito” y se despide moviendo la mano.
El siguiente mapa es un recorrido por algunos de los grupos de teatro comunitario de Bogotá, pero hay que decir que se quedan muchos por fuera.