ARTE
La tecnología digital no es una experiencia universal
La palabra “tecnología” no significa lo mismo en todas partes, pues el acceso, el uso y las necesidades dependen del contexto. Ese es tan solo uno de los tantos temas de un diálogo entre América Latina y África que hoy se conoce como “sur-sur” en círculos académicos y especializados. Una introducción a ese diálogo desde el arte.
Los nombres que se le han dado al momento histórico en que vivimos, “la era de la información” o “la era digital”, responden a la revolución tecnológica propiciada por algunos de los mercados y las corporaciones más opulentos de la historia, que han hecho del intercambio, la comodificación y la industrialización de la información digital de los usuarios un negocio. Gran parte de las compañías de la información como Google, Facebook, data centers, etc., así como gran parte de gobiernos en Europa y Norteamérica, proponen discursos de la era digital basados en una apertura cosmopolita, la conectividad transnacional y una vida urbana facilitada por la reducción de los servicios públicos y privados a la pantalla del celular.
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Sin embargo, teniendo en cuenta que apenas un 54% de la población global tiene acceso a estos servicios, y que el uso de estos tiende a beneficiar a un puñado de personas al frente de las compañías tecnológicas, entender las dificultades, retos y posibilidades de esta revolución cultural digital en el sur global*, y generar espacios de diálogo e intercambio interdisciplinares y trasnacionales donde se discutan y propongan nuevos lenguajes de la tecnología, son dos asuntos que deben cobrar relevancia en la agenda. Hacerlo es el primer intento a orientar la experiencia tecnológica al bien común, el libre acceso y el fomento de la igualdad en el sur-sur.
Es indispensable contar la historia de la tecnología digital no como un fenómeno universal (como con Facebook, por ejemplo), sino como un fenómeno sensible a distintos contextos. La tecnología no significa lo mismo en todas partes; sus usos, necesidades y oportunidad dependen de los espacios en que esta es tanto creada como utilizada. ¿Cómo podemos llegar a lenguajes locales de la tecnología, que tengan en cuenta nuestro propio contexto desde el sur global?
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Los media labs –laboratorios de experimentación con medios– surgen como espacios abiertos de experimentación interdisciplinaria, paralelamente al incremento de los programas de Humanidades Digitales alrededor del mundo. En Colombia, Plataforma Bogotá comienza actividades en 2011 como el primer laboratorio interactivo público de la capital del país, enfocado en prácticas en la intersección del arte, la ciencia y la tecnología.
El 19 de abril, Plataforma Bogotá recibió a Nathan Gates, artista sudafricano, quien estará realizando el laboratorio “Esta Velocidad Tiene Peso, Intervenciones en Red”, que explorará las dimensiones materiales del espacio digital a través del desarrollo de un proyecto artístico de manera colaborativa, interactiva y experimental. La visita de Gates surge tras su premiación como ganador del premio África ArtBox –primer premio de artes digitales a nivel Africano coordinado desde Senegal por Trias Culture, con el apoyo de la Sección Cultural de la Embajada Española en Senegal–, e inicia un diálogo importante entre América Latina y África, dos regiones del mundo que sobrellevan una larga historia de procesos de colonización.
El trabajo de Nathan Gates se enmarca dentro de la discusión de la dimensión física y material del internet, estableciendo conexiones entre el contexto físico de un router inalámbrico que alimenta y cambia la información de una página web, a partir de los datos enviados por una serie de sensores que lo acompañan. Esta exploración de la materialidad del espacio digital, la manera predominante en que el sur global vive la revolución digital del siglo XXI, es crucial en la construcción de nuevos lenguajes decoloniales de la tecnología.
El mercado de los bienes digitales surge de dinámicas económicas que han dominado históricamente la relación entre el norte y el sur, así como entre las mismas clases socioeconómicas que dominan estos mercados desde el sur global. La gran mayoría de los metales utilizados para potenciar la economía electrónica, como el coltán, son extraídos de minas en países del sur, ricos en minerales y recursos naturales. Unas de las minas de coltán más grandes están ubicadas en la República Democrática del Congo, África, donde el trabajo forzoso de menores es un enorme problema. En Colombia, en la frontera con Venezuela, también existen varias mafias que controlan la extracción ilegal de este mineral. Estos metales preciosos son exportados a precios desregulados desde varios países en el sur, para ser manufacturados en maquilas en naciones asiáticas, latinoamericanas y africanas, vendidos como nuevos bienes digitales en la economía global, y finalmente desechados de nuevo en países del sur.
Estos metales son altamente tóxicos, poniendo en peligro tanto la vida de los trabajadores, como la tierra a la que se filtran desde los basureros a los que son arrojados. Según una investigación de The Guardian, varios países Europeos exportan desechos tecnológicos a países en África y Asia bajo falsos pretextos, principalmente como manera de evadir los costos asociados al proceso de reciclaje. La Agencia Ambiental Europea estima que entre 250.000 y 1,3m de toneladas de productos eléctricos usados son trasladados fuera de la Unión Europea cada año, en su mayoría a África y Asia.
De manera similar, Estados Unidos desechó 258,2 millones de computadoras, monitores, televisores, y teléfonos móviles en 2010, de los cuales solo el 66% fueron reciclados. Cerca de 120 millones de teléfonos móviles fueron recogidos, de los cuales la mayoría fueron enviados a Hong Kong, América Latina y el Caribe.
Un gran número de gobiernos de países en vía de desarrollo, como Colombia, prometen tecnología a comunidades pobres, aisladas y rurales, como una estrategia para aparentar procesos de modernización tardíos y evadir las conversaciones acerca del origen y uso de estas tecnologías. La promesa de traer nuevas tecnologías al sur global, usualmente oculta un proceso continuo de colonización y dependencia en las dinámicas de mercados globales y extranjeros.
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Cuando los millones de computadores que llegan al sur global –típicamente como donaciones– se vuelven completamente obsoletos, dejan tras de sí materiales peligrosos como plomo y mercurio, contaminando el ambiente de estos países. Es un negocio redondo para los países del norte; adquieren materiales a bajos costos desregulados, producen y venden los bienes digitales a precios altos, y no tienen que lidiar con la basura que producen.
Es así como la experiencia de la cultura digital África y América Latina es, en primera instancia, una experiencia de la materialidad de esta industria, mientras que Europa y América del Norte suelen a tener la experiencia intangible y completamente diseñada de esta misma tecnología. La experiencia de lo digital en países del norte tiende a ser estética y audiovisual, como una realidad diseñada como experiencia inmersiva. Sin embargo, lo que significa una cultura abierta y cosmopolita en las redes del norte suele traducirse en basura electrónica y explotación en las poblaciones más vulnerables del sur.
En las artes digitales existe una situación similar, donde las categorías como “net.art” o “arte post-internet” explican los cambios y usos de los medios digitales que expanden ciertas nociones artísticas. Estas categorías tienen sentido como una historia lineal, casi que inevitable, de los movimientos de arte conceptual que definieron gran parte del arte del norte global en las décadas de los 60 y 70. Pero, ¿qué significan estos avances tecnológicos, y cambios en medios de producción, en espacios que no han llegado al tiempo de la post-industrialización?
Muchos de los intercambios artísticos entre África y América Latina, especialmente en las artes digitales, suceden a través de plataformas e instituciones mediadas o financiadas por el norte global. En gran parte, es una condición financieramente inevitable dentro del sistema actual. Pero es absolutamente necesario encontrar y apoyar espacios donde el diálogo sur-sur se pueda dar, especialmente teniendo en cuenta que la experiencia de la revolución digital en estas dos regiones se parece mucho más entre sí, que con el fenómeno en el norte global.
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La visita de Nathan Gates en Plataforma Bogotá, y el laboratorio que desarrolla, marca un momento importante en la creación de las redes de diálogo sur-sur, especialmente en relación con las artes digitales, abriendo la posibilidad de una serie de intercambios donde se puede comenzar a construir un lenguaje “decolonial” y transnacional de la era digital. Entender las condiciones materiales de la práctica artística con tecnologías digitales como un fenómeno inmerso en un contexto económico, histórico, político y social particular es la clave para confrontarnos y desligarnos de la matriz del poder colonial que aún domina las relaciones económicas, culturales y políticas del mundo contemporáneo.
*El sur global es un término utilizado en estudios poscoloniales que agrupa aquellas naciones en vía de desarrollo –o del tercer mundo– a través de una circunscripción tanto geográfica como ideológica, especialmente definida por una experiencia compartida del colonialismo en los países del sur.