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Ilustración por Gabriel Henao.

REFLEXIÓN

Vocales malditas: ¿la circunferencia de la ‘o’ encierra la herencia patriarcal?

Frente al robustecimiento de la lucha feminista y la definición de nuevas identidades de género, el lenguaje inclusivo aparece como una herramienta que permite nombrar sin discriminar. Pero, ¿con decir ‘todes’ alcanza?

Laura Santos
15 de noviembre de 2019

No nació llamándose ni vistiéndose así. Desde bebé su familia le enseñó a actuar en consonancia con sus genitales, como es usual. Sin embargo, hace un año Feña (Fer, para los colombianos) tuvo la necesidad de reidentificarse y se instaló dentro de ese grupo que integra el “no binarismo”.

No se siente ni femenino ni masculina, sino persona. Considera que es capaz de adoptar ambos roles o a andar algunas veces como mujer; otras, como hombre. En su guardarropa hay más pantalones que faldas pero igual las usa cuando siente la necesidad. Por eso decidió nombrarse como Feña, el diminutivo chileno para Fernando o Fernanda.

Cuando charlamos, le pregunté cómo quería aparecer en este artículo. Su respuesta fue sin rodeos: “Como quieras”. Ese es el motivo por el que será la Feña o el Feña, indistintamente.

Desde algunas décadas se dice en voz alta que la identidad de género abarca más de dos posibilidades. Prueba de ello es que las siglas de la comunidad LGBT cada vez se hacen más largas. Por ejemplo, la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco, en México, los engloba como LGBTTTIQ. Esto ha planteado retos al lenguaje, porque nombrarnos es crucial. Y es en en ese marco que, en los últimos años, ha proliferado el multidenominado lenguaje inclusivo, incluyente, no binario o no sexista

Con esto se refieren a la que la ‘o’ es patriarcal y a que agrupar a una comunidad en términos masculinos deja fuera a muchas identidades, incluso las de las mujeres. Ante eso, en español, algunos colectivossobre todo aquellos que expresamente tienen una orientación de género utilizan recursos como cambiar la ‘o’ por la ‘e’, por un arroba, por una ‘x’ o la duplicación de pronombres. Así es como nos encontramos a quienes se refieren a todos y todas, a todes, a tod@s o a todxs.

Para el lingüista colombiano Sergio Bolaños esta forma de comunicarse es, ante todo, una manifestación política que todavía se mueve dentro de un círculo de personas orientadas al feminismo y que transitan dentro de las áreas humanísticas. Se pueden encontrar textos de los estudios de género que utilizan lenguaje inclusivo pero difícilmente habrá uno similar en las áreas económico-administrativas o en las ingenierías.

Para la muestra un botón. En julio de 2019, la facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Buenos Aires, en Argentina, determinó que el lenguaje inclusivo es un recurso válido dentro de la producción escrita de estudiantes de licenciatura y posgrado. Esto abarca a las palabras terminadas en la polémica ‘e’. Sin embargo, las demás facultades de esa misma casa de estudios no han hecho ningún pronunciamiento al respecto.

La defensa del ‘todes’ es muy fuerte hoy en Argentina. Sus antecedentes directos son el movimiento Ni Una Menos, que desde 2015 intenta frenar los feminicidios y la campaña por conseguir el aborto legal, gratuito y seguro que tuvo 2018 como uno de sus años más mediáticos. Sin embargo, esta propuesta de lenguaje aparece hoy en todos lados.

Con la relevancia de su uso político, que mencionó Bolaños, coincide la psicoanalista argentina Sonia Almada, directora de la fundación Aralma, que trabaja por una infancia sin violencia. No tiene duda de que el lenguaje debe tratar de incluir a las distintas identidades y que la forma de emplearlo es una postura con un fin determinado, pero desconfía de la ‘e’ como la vocal igualitaria que ofrece una solución no discriminatoria: “En la burbuja de quienes sí pensamos que el lenguaje debería ser inclusivo y no binario, si decimos todes nos entendemos perfectamente. Pero vos salís un ratito de ahí y te das cuenta de que no alcanza. Yo trabajo en los lugares más pobres de Argentina, asisto en terapia a niños en situaciones muy difíciles y con todas las identidades que te puedas imaginar y ahí realmente la ‘e’ no llega”.

En este punto, entonces, me es necesario retomar la voz de Feña. Ella tiene 22 años y estudia para convertirse en técnica en turismo. Vive en Santiago y reconoce que eso la hace acreedora a más libertad de que la que tienen sus compatriotas chilenos del interior del país. Lo que le pasa con el lenguaje inclusivo es que la hace sentir incómoda. Cuando la mencionan dentro del todes siente que le están poniendo un letrero luminoso con la palabra “rara”, pero lo que realmente quiere es pertenecer al universo de los considerados “normales”, adjetivo que ella misma usó.

La tiranía de las vocales

En sus comienzo, en mundo de la aviación las auxiliares de vuelo, o azafatas, encargadas de asistir a los pasajeros, eran solo mujeres. Cuando en algún momento en el oficio irrumpieron los hombres, en lugar de que se usara el término azafato en la industria, la palabra para hablar técnicamente de esa tripulación asistente se cambió por sobrecargo. Es decir, las mujeres perdieron la ‘a’ para ser agrupadas en la ‘o’.

La reflexión anterior la hizo Ophelia Pastrana, una mujer trans que nació siendo hijo de uno de los primos el expresidente colombiano Andrés Pastrana. Ahora es una figura pública del mundo digital mexicano, con voz clara y tacones altísimos. Es activista, influncer, youtuber entre otras muchas cosas más que sintetiza en su personaje de La Explicatriz. En 2018 formó parte de la BBC 100 Mujeres, lista que busca destacar a las más influyentes de todo el mundo y de las cuales solo 12 eran latinoamericanas.  

Entre las cosas que le parecen muy violentas destaca cuando la gente se refiere a ella como si fuera un hombre. Por eso y porque su pareja es alguien del no binarismo, adopta y defiende el lenguaje inclusivo. “Me parece cortés y elegante. Además, siento yo, ¿qué haces con una persona que no se identifica como hombre ni mujer? El lenguaje es cruel porque todo el día le está diciendo ‘tú no existes’. Si la pregunta es si se puede no tener género, la respuesta es ¡por supuesto! De hecho hay entidades legales que lo admiten”.

Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Australia, Bangladesh, India, Kenia, Malta, Nepal, Pakistán y Alemania reconocen el género diverso como una opción en los documentos de identidad. Si bien en América Latina no hay ningún país que lo integre, tras un juicio, en la ciudad argentina de Mendoza se permitió modificar la partida de nacimiento de dos personas. En el campo reservado para el sexo, solo aparece una línea.

Pero más que enfrascarse en defender al lenguaje inclusivo, Ophelia hace hincapié en el desconcierto que le provoca la oposición virulenta de algunos sectores. ¿Por qué sí se reconoció la necesidad de nombrar a los discos de plástico que metemos a la computadora y se legalizó la palabra cederón pero es incorrecto decir les chiques para incluir a una persona no binaria?

En una charla posterior, Bolaños, el lingüista, explicó el motivo: “Tocan una parte central de la lengua que es lo que tiene que ver con la morfología. La marcación de género en el español responde a un desarrollo histórico y cada modificación responde a procesos que generalmente son muy tardados. Los cambios de léxico, de palabras, pueden tener mucho más facilidad de ser aceptados”.

Aunque Ophelia está consciente de estos argumentos, no los comparte. Reclama que es filosóficamente corrupto abogar por una realidad que tenga menos formas de describir las cosas, sobre todo, porque considera que usar le lenguaje inclusivo no le hace mal a nadie y decir “todos” tal vez sí: “Si tú le dices a una niña chiquita: ‘Ahí vienen los matemáticos, los filósofos, los ingenieros’, esa niña chiquita nunca va a pensar que hay mujeres en ese grupo de personas”.

Aunque no le gusta el lenguaje inclusivo, Feña tuvo la necesidad de ser nombrado. Abrió y administra la página de Facebook No Binario Anónimo, que intenta ser un espacio para los que se sienten como él. Sin embargo, también lo hizo porque fue la forma más sencilla que encontró de decir: existo. Y tan le funcionó que fue por ese medio que lo encontré.

Desde su disciplina, la psicoanalista Almada explica que el lenguaje construye ser. Por lo tanto es muy importante llamarse y ser llamado. Siendo consciente de ello, siempre que tiene que hablar en público se plantea la disyuntiva de cómo saludar a la audiencia: “Yo he optado por decir ‘Buenos días’ a secas. Con eso quedamos incluidos”. Pero algo que le llama la atención es que cuando se habla de lenguaje inclusivo solo se piensa en el género, cuando realmente la identidad es más compleja.

Mientras tanto, ¿cómo nos nombramos?

La discusión del lenguaje inclusivo no es exclusiva del español. En Francia, por ejemplo, desde enero de 2019 está expresamente prohibido en los textos oficiales. El argumento que usó el primer ministro Édouard Philippe para vetarlo fue que resultaba ininteligible

Lo que en ese idioma suele hacerse es integrar un sufijo femenino a los términos masculinos y separarlo por un punto. Por ejemplo, para decir les orgulloses escriben “fier.ère.s”, vocablo que es difícil de leer y pronunciar. En inglés el She/He se está cambiando por el They y en alemán se agrega un “–in” para feminizar a los sustantivos. Sin embargo, en China es un debate que no ha comenzado, en primer lugar porque en el mandarín no hay diferenciación gramatical entre masculino y femenino. Además, los pictogramas no representan sonidos, como sí sucede con la escritura basada en letras del alfabeto.

En español, la Organización de las Naciones Unidas, a través de varias de sus dependencias como ONU Mujeres o la ACNUR, ha emitido recomendaciones de uso de lenguaje inclusivo de género. Este organismo no menciona la ‘e’ como un recurso existente y dice que “no se recomienda el uso del símbolo «@» ni «x» para sustituir las vocales al referirse a ambos géneros”. Sugiere no hablar del refugiado sino de las personas refugiadas; no referirse a los sirios sino a la población siria; duplicar pronombres y utilizar las formas femeninas cuando se hable de mujeres, por ejemplo de la presidenta.

Y son este tipo de respuestas las que defiende Bolaños. Considera que el español ya tiene herramientas de inclusión pero también advierte que una forma de hablar sin una transformación social real se queda en la retórica. También niega que cambiando el lenguaje cambiará todo: “Tiene que haber un cambio de fondo en el sexismo social para que esto se refleje en el lenguaje, si no, es una trampa. Puede terminar siendo como un subirse a la ola y utilizar esas marcaciones lo más rutilantemente posible con el objetivo de ser políticamente correctos. Ahí no hay una acción subversiva, al contrario. ¿De qué sirve que un presidente inicie su discurso saludado a los colombianos y las colombianas si no hace nada por igualar los sueldos?”.

Lo mismo concluye Feña. Ante su transición de identidad tiene tantas cosas en frente por las cuales luchar que le resulta intrascendente si le dicen La Feña o el El Feña. Por ejemplo, ¿por más que en este artículo yo lo hubiera citado como Le Feña, cuando termine su tecnicatura en turismo conseguirá un trabajo donde respeten su género no binario?