Desde que llegó a California a finales de mayo de 2022, Ahnessa, que en ese entonces tenía 10 años, no lograba sentirse del todo feliz, aunque sobraban razones para estarlo. Para empezar, estaba viva de milagro, al igual que sus papás Mariia y Oleksandr, su abuela Nina y sus hermanas mayores, Eleonora y Anhelina. Todos resultaron ilesos de los bombardeos cerca de su casa en Ucrania, y juntos huyeron un día después de la invasión rusa en febrero de ese año. Ahnessa lo tenía todo en su nuevo hogar en Estados Unidos. O casi todo.
No había un día en el que no extrañara a su gato Arsenii o se preguntara si estaba bien en Odesa, donde lo dejaron a cargo de un tío que se quedó a luchar junto con el ejército. Se sentía tan triste como el día en que se despidió de él porque no cabía en el carro, como tampoco sus dos perros, que finalmente fueron adoptados por familias vecinas.
Desde el momento en que emprendieron camino rumbo a Rumania, buscando un lugar más seguro, Ahnessa no ha dejado de extrañar a su gato. Y el sentimiento se hizo más grande en la medida en que se alejaron de Ucrania. Con el paso del tiempo, lograron establecerse en Cloverdale, a una hora de San Francisco, donde pudieron radicarse gracias al programa Ukraine Take Shelter, que ayuda a refugiados ucranianos a encontrar vivienda en Estados Unidos.
El recrudecimiento de la guerra hacía cada vez más lejana la posibilidad de regresar. Así fuera de paso. “¿Y Arsenii?”, preguntaba Ahnessa todos los días. “¿Estará bien?”. No ayudó en nada que su mamá trajera una gata adoptada. La recibió con los brazos abiertos y la bautizó Tosha. Pero no dejaba de pensar en Arsenii. Quería a su gato de pelo gris oscuro y patas gruesas, con el que había crecido en Odesa.
Su mamá empezó a buscar otras alternativas. Contactó a la azafata del vuelo que los había traído a Estados Unidos desde Rumania, con quien había hecho buena relación, y le preguntó si se le ocurría alguna idea para traer a Arsenii a California. La azafata se lo consultó a una colega, y esta a otra auxiliar de vuelo, Angélica, la fundadora de ‘In the name of Zoey’, un grupo de defensa y bienestar animal con sede en Houston.
Conmovida por la situación, Angélica contactó a una voluntaria de su organización que en ese momento estaba de vacaciones en Atenas. Mimi Thomas se comprometió a volar a Bucarest para recoger a Arsenii y llevarlo a América. Sin embargo, había otro asunto por resolver: ¿cómo llegaría el gato a Bucarest desde Odesa? El tío que se había quedado cuidándolo aceptó llevarlo en moto. Lo metió en un bolso y lo transportó por más de ocho horas hasta entregárselo a Mimi Thomas. Y ella lo llevó en brazos hasta Atenas para tomar su vuelo original de regreso a América. Ahnessa no lo podía creer.
La espera se sintió eterna. Su querido gato debió hacer escalas en Montreal y Seattle antes de aterrizar a finales de septiembre pasado en San Francisco. Lo estaba esperando ansiosa con globos y un letrero que decía: “Bienvenido a casa, Arsenii”. Apenas lo vio no pudo evitar las lágrimas. Tampoco cuando lo abrazó. Solo entonces se sintió feliz y completa en California.