El gato es mascota, amuleto y compañía en Japón. Su origen en la isla estuvo ligado al budismo. Llegaron de China al mismo tiempo que esa religión, a mediados del siglo VI, como polizontes de barcos con una misión: proteger pergaminos sagrados de la destrucción de los ratones. Han pasado siglos y hoy están prohibidos en los apartamentos, por eso las cafeterías de gatos, reconocidas como neko cafés, son más exitosas en Japón que en el resto del mundo.
Jardín de Gatos, que fue la primera, se creó en Taiwán, China, en 1998. Sin embargo, la idea únicamente se popularizó en Tokio, Japón, desde 2004, en el famoso barrio comercial de Kichijoji, donde actualmente existen aproximadamente 40 establecimientos en los que la principal atracción es convivir durante un tiempo con los felinos. Algunos lugares permiten solo observar; otros, jugar, alimentar y acariciar. Depende del temperamento de los animales.
Para medir la importancia de estos espacios y su significado en la sociedad japonesa actual es necesario recordar el pasado. Fueron útiles en las granjas y la industria de la seda para alejar roedores, hasta que el emperador Ichijo aceptó a la gata Myobuno Otodo (Camarera Real del Palacio Imperial) como miembro de la nobleza y con rango especial en la corte. Luego, las leyendas de los comerciantes les dieron el estatus de amuletos o talismanes: ‘Maneki -Neko’ o ‘el gato que invita a pasar’, en señal de buena fortuna o deseo de éxito. Comenzaron a aparecer entonces en pinturas del siglo XIX, blancos con manchas rojas y negras, siempre con una pata levantada.
Los reprodujeron en grabados de Ukiyo-e a modo de postales. Fueron representados en pinturas antropomórficas del artista Utagawa Kuniyoshi bebiendo, fumando, comiendo y entregados a placeres. El escritor Natsume Soseki los volvió sátira en su libro Soy un gato, un felino filósofo que analiza la sociedad de la era Meiji, en la que Japón se abrió a Occidente. También se inmortalizaron como pensantes en la obra de Haruki Murakami y en la animación con referentes como Luna de Sailor Moon, Meowth de Pokémon, el gato-bús de Mi vecino Totoro y Doraemon de El gato cósmico. Todos japoneses.
Incluso, una gata llamada Tama fue jefa de la estación de Kishi (Wakayama) en su reapertura en 2006. Llevaba sombrero, saludaba a los pasajeros y recibía comida. Ganó tanto reconocimiento que, como homenaje póstumo, se creó el tren Tamaden, repleto de imágenes de ella.
Las bebidas, una excusa
Las cafeterías con gatos lejos de ser excepcionales para los japoneses son espacios naturales de interacción. Las hay especializadas en razas o en colores y se paga por el tiempo de estadía: 15 minutos, media hora o una hora pueden costar entre 8 y 20 euros, dependiendo del lugar. Al entrar es obligatorio quitarse los zapatos, costumbre usual en restaurantes de ese país. También es necesario lavarse las manos. En la mayoría de sitios las instrucciones están en inglés.
En los establecimientos de este tipo está prohibida la entrada a menores de edad sin la compañía de sus padres y hay reglas para evitar incomodar a los peludos anfitriones de casa, quienes están en total libertad de rechazar la presencia de algunas visitas. Está prohibido molestar si el animal no quiere atenciones, está comiendo o durmiendo. Ni pienses llevar otra mascota, están prohibidas. Se vale acariciarlos, no cargarlos. Nada de darles comida del exterior ni humana y se pueden hacer fotos pero sin flash.
Algunos espacios tienen enchufes para cargar el celular o el computador, otros ofrecen revistas o mangas como complemento. Los más sofisticados brindan sillas de masaje para los clientes.
La atmósfera de estos lugares es una fantasía acogedora para los amantes de los gatos con cojines, escaladores en las paredes, corredores transparentes en el techo, toda clase de juguetes esparcidos, rascadores de diversos tipos y huecos en los que los gatos se pueden esconder. Espacio que cohabita con mesas y sillas para humanos, quienes se pueden tomar una bebida caliente al mismo tiempo que les compran galletas a sus nuevos amigos bigotudos.
Los dueños de estos lugares reciben animales abandonados o maltratados y muchos destinan parte de sus ganancias a asociaciones dedicadas a protegerlos. Esta es una solución para quienes aman el contacto con los gatos, pero no quieren encargarse de sus olores o los daños materiales que generan con las uñas, o prefieren evitar las alergias que producen sus pelos. Mejor dicho reciben afecto y liberan tensiones sin la responsabilidad de sus cuidados. Es como asumir el rol de los ‘tíos’ o ‘abuelos’, con todo el consentimiento que se pueda, pero lejos de las preocupaciones de los padres.
Invasión gatuna mundial
En Europa, el primer neko café apareció en Viena en marzo de 2012. El parisino Le Café des Chats se inauguró en 2013, el mismo año de La Gatoteca, en Madrid, España, sede de la ONG de adopción de gatos Abriga. Les siguió Torino, Italia, con MiaGola cafè, en 2014, al mismo tiempo que en Tampere, Finlandia, el Kissakahvila Purnauskis abrió sus puertas. En Latinoamérica, el primero fue La Gatería, en México, en 2015, y en Sudamérica, Santiago de Chile fue pionero un año después con El Mundo de Dalí Catcafé.
¿Qué es la gatoterapia?
Estos espacios también cumplen una función benéfica para la salud humana. La vibración sonora que producen los gatos con el ronroneo estimula las endorfinas y la serotonina ayudando a eliminar el estrés y la ansiedad. “Está comprobado científicamente que el acariciarlos fomenta la secreción de hormonas de la felicidad como serotonina, oxitocina y prolactina. Este vínculo humano-gato no solo crea el relaciones afectivas, sino que reduce la presión sanguínea y el riesgo de ataques cardiacos”, afirma la veterinaria Laura Reyes. Por otro lado, para Laura Duque, comunicadora con animales, los gatos “ayudan a gestionar emociones, a desarrollar empatía y a socializar”.