Alberto Donadio es uno de los grandes sabuesos del periodismo de investigación en el país. Por años, su rigurosidad, su imparcialidad y la profundidad de sus trabajos le han hecho merecedor de las más grandes distinciones del oficio y de la admiración de muchos de sus colegas.
En su última columna, Donadio hace lo que pocos se atreven: hablar del oficio y de sus protagonistas. En su escrito, habla de Cecilia Orozco, quien ahora, según él, lo ataca por “defender a un camarada”. El periodista reflexiona sobre el premio Vida y Obra que la periodista acaba de recibir de parte del jurado de los premios Simón Bolívar. “Ella tiene vida y tiene obra, pero claramente no tiene criterio”, dice.
También habla de la necesidad de que la prensa investigue, sin importar quién sea el destinatario. Asegura que en su trabajo siempre “garantizo a los lectores que la investigación es sólida, está blindada y no está sujeta a rectificaciones”. Y que escribe en SEMANA “con absoluta independencia y total autonomía”.
Lea la columna completa:
La señora Cecilia Orozco considera que fui un gran periodista, pero que ahora no lo soy porque estoy acusando a Daniel Coronell, su socio periodístico. Eso señala en su columna de El Espectador. Ahora soy inmoral cuando antes fui un portento, según ella. Me ataca para defender a su camarada. A la señora Orozco le concedieron hace poco el Premio Simón Bolívar a la vida y obra. Ella tiene vida y tiene obra, pero claramente no tiene criterio. Juzgar favorablemente mi trabajo cuando no afectaba a nadie de su círculo y decir ahora que lo que escribo es descabellado porque compromete a uno de sus amigos y colegas, no solo denota falta de criterio sino una actitud infantil. En 50 años de escribir en la prensa mi regla de conducta ha sido la misma. ¿Hay un caso que dentro de mis capacidades puedo investigar? Procedo, y si encuentro pruebas fehacientes escribo y publico.
Si la publicación afecta a Jaime Michelsen Uribe, que fue el hombre más poderoso del país, o a Daniel Coronell, el periodista más famoso del país, o al alcalde de Firavitoba, para mí es igual. Garantizo a los lectores que la investigación es sólida, está blindada y no está sujeta a rectificaciones. Lo que digo está sustentado por pruebas irrebatibles. Nada cambia si el pícaro es de Interbolsa o de Univision. Cualquier persona puede analizar mi libro Palacino es inocente y probar que no tengo razón, pero no lo intentan porque nadie ha podido refutar ninguna de mis investigaciones. La señora Orozco defiende a ciegas a su cercano amigo Coronell, pero ¿ya leyó las 40.000 palabras de la resolución de intervención? ¿Ya leyó los 378 folios de la resolución de primera instancia de la Contraloría? ¿Ya conoce las 40.000 palabras de la declaración de la liquidadora? Y no he mencionado los miles de folios de los procesos penales.
Las gentes que escriben sin documentarse terminan en la pura palabrería. Si uno tiene razón enuncia los hechos de manera tranquila para exponer las pruebas. Pero cuando no tiene pruebas al canto pierde los estribos y apela a epítetos, interpretaciones y ataques ad hominem. No busco ser héroe de nadie, y menos de la señora Orozco, que públicamente mostró cómo se mueve al son de sus afectos personales. Mi compromiso es destapar abusos y arbitrariedades, aun cuando los cometan periodistas.
En Colombia pocos periodistas denuncian a otros periodistas, salvo por plagio. En ese campo sí hay muchos valientes. Nadie se atreve a desenmascarar a Coronell, pese a su evidente mala fe. En el caso Saludcoop el periodista fue solidario con actuaciones corruptas de las autoridades. Esa es la negación del periodismo. La insolencia es atrevida. La señora Orozco cree conocer a mi esposa, Silvia Galvis. Hace veinte años, cuando denuncié las falsas acusaciones contra Nicolás Landes, mi esposa rompió la amistad que tenía con la periodista María Teresa Herrán, cónyuge de Juan Camilo Restrepo, el ministro de Hacienda autor del montaje contra el banquero. Para ella la amistad no estaba por encima de una infamia, a diferencia de la señora Orozco y tantos otros periodistas que encubren a Coronell.
A Mauricio Luna Bisbal, mi profesor de derecho penal en la Universidad de los Andes, agradezco estas palabras: “Alberto Donadio no condena por inercia, porque otros ya condenaron. No traga entero porque sabe que los jueces y magistrados son humanos y pueden equivocarse. No condena porque un juez equivocado condenó. No condena porque un magistrado mal informado condenó. Yo no he cambiado de opinión sobre Alberto Donadio porque lo conozco desde un nivel superior, el de la jurisprudencia, muy lejos del periodismo volcánico generador de arquetipos tóxicos en el inconsciente colectivo para incinerar prestigios y vestir de blanca verdad lo que es odio embrutecedor envenenado de recónditos egoísmos”.
Escribo en SEMANA con absoluta independencia y total autonomía, pese a que la susodicha señora me critique porque es una revista de derecha. Los dueños de todos los medios son de derecha, incluido El Catolicismo. ¿Quién le explicará a la señora Orozco que Santa Claus no es el que trae los regalos de Navidad en un trineo y que los Santo Domingo, propietarios del periódico donde ella escribe, no son de izquierda?