La Orinoquia, el Magdalena Medio y el Piedemonte de la Amazonia son regiones colombianas opuestas geográficamente. Sin embargo, tienen algo en común: una enorme biodiversidad amenazada por los efectos de la deforestación, un problema que les está abriendo paso a la agricultura y a la ganadería.
Caño San Juan, Magdalena Medio. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
Es en medio de este panorama donde se ha consolidado la presencia del Proyecto Vida Silvestre (PVS), que lidera el desarrollo y puesta en marcha de programas de conservación en esas tres áreas ricas en recursos biológicos, pero poco sostenibles.
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El PVS se viene adelantando desdehace 6 años, con el liderazgo técnico de Wildlife Conservation Society (WCS) Colombia, la financiación de Ecopetrol S.A., el respaldo económico de la Fundación Santo Domingo y Fondo Acción, y el trabajo conjunto con 13 organizaciones de todo el país. Un equipo enfocado en la recuperación de 15 especies vulnerables o en peligro de extinción, con la única intención de reconectarlas con el futuro.
A la danta, por ejemplo, se le consolida un corredor biológico en la cuenca del río Bita. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
Con el tiempo, esta labor ha permitido intervenciones de conservación cada vez más amplias, que están orientando a los habitantes al desarrollo de proyectos productivos, como aquellos que les permiten cultivar arroz orgánico, producir miel, comercializar huevos de gallina feliz o construir emprendimientos como el de Asomucare, una asociación creada por mujeres y con la que ellas apoyan los ingresos en sus hogares con la venta de artesanías modistería, panadería y un restaurante.
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Reaparecen especies
En veredas de Puerto Parra, Cimitarra y Barrancabermeja (Santander), así como en Yondó (Antioquia), en la cuenca del Magdalena, el proyecto está enfocado en rescatar al manatí, el mono araña, el paujil de pico azul, el carreto colorado y el bagre rayado, esta última una de las especies emblemáticas, sustento económico para centenares de pescadores, pero cuya sobreexplotacion la tiene al borde de la extinción.
La población de adultos del bagre que se pueden reproducir aumentó en un 5 por ciento. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
A través de organizaciones como la Fundación Humedales, se ha insistido en la necesidad de respetar las vedas del pez para dejarlo reproducir y en apoyar la organización de los pescadores en asociaciones como Asopeschucurí (de la vereda de San Rafael de Chucurí) y Asopesbocar (de Bocas del Carare), con las que lograron relevancia regional y pudieron ordenar las faenas en algunos humedales y restringir capturas en otros.
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Decisiones que están teniendo su efecto: la población de adultos del bagre que se pueden reproducir aumentó en un 5 por ciento, según cifras suministradas por Leonor Valenzuela, coordinadora de Análisis y Síntesis de WCS-Colombia.
Para el paujil de pico azul, se logró que ahora ocupe un 60 por ciento de terrenos donde hasta hace unos años no se encontraba. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
Las cosas también mejoraron para el paujil y el mono araña, beneficiados con la restauración de sus bosques y la construcción de corredores biológicos fortalecidos por medio de acuerdos con finqueros. Su evolución se midió con cámaras trampa, que indicaron que ambas incrementaron su probabilidad de colonización y ahora hacen presencia en sitios donde antes no estaban. Para el paujil, se logró que ahora ocupe un 60 por ciento de terrenos donde hasta hace unos años no se encontraba. Indirectamente, y con el rescate de estas especies sombrilla, otros mamíferos históricamente cazados para el consumo están ganando espacios, como el guatín o el ñeque (Dasyprocta fuliginosa), así como el pecarí (Pecari tajacu).
Miles de tortugas protegidas
En la Orinoquia, el PVS ha sido efectivo para cuidar la palma de moriche, el árbol del congrio (maderable), así como a la tortuga charapa, la danta y el caimán llanero. De esta última especie, según cálculos de la Fundación Palmarito, no quedan más de 300 ejemplares en vida silvestre. Y para tratar de recuperarla, se reintrodujeron 71 de ellos en el río Tomo, cuyas aguas son el límite norte del Parque Nacional Natural El Tuparro.
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Semillas de árbol congrio para el trabajo de reforestación. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
Tal esfuerzo ha sido complementado con un monitoreo que permitió saber, a ciencia cierta, que más de la mitad de esos individuos están vivos y podrían consolidar una población sana.
Para la charapa, la tortuga de río más grande de Suramérica, un seguimiento a las hembras que llegan a poner sus huevos en las playas del río Meta, y en el que colaboran habitantes de Arauca y Vichada, permitió hasta ahora apoyar el nacimiento de 162.724 tortuguillos y la protección de 3271 individuos del reptil. Esta es una especie que también está en peligro crítico de extinción, por las persecuciones que ha resistido durante décadas para consumir su carne y sus huevos.
Tortuga charapa en la Orinoquia. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
A la danta, por su parte, se le consolida un corredor biológico en la cuenca del río Bita, reforestando algunas zonas con palmas de moriche y congrios, y con el apoyo de 10 dueños de predios que destinaron 30 mil hectáreas exclusivamente a la conservación y restauración.
Reforestación en la cuenca del río Bita. Foto: "El PATO" Salcedo / WCS Colombia
“En la medida en que las personas se están sintiendo apoyadas, se comprometieron aún más con el desarrollo de su región. El Proyecto ha sido un ejemplo de trabajo concertado por la conservación de los recursos naturales, en una región que tiene todo por dar: biodiversidad, cultura y sociedad”, opina Karen Pérez, directora de la Fundación Orinoquia Biodiversa.
Menos conflictos con el tigrillo
El año pasado, el PVS llegó a Putumayo, al Piedemonte Amazónico, donde se concentró en la protección del tigrillo, los pecaríes, el cedro rosado, el tinamú negro y el mono churuco, esto en un área de 15866 hectáreas de la vereda El Líbano, en el municipio de Orito. En esa región ya hay colectivos de mujeres que apoyan al primate y tratan de evitar la tala del cedro. Y hay un trabajo intenso para reducir el conflicto con los tigrillos, que a veces son cazados por retaliación porque, ante la reducción de su hábitat, suelen acercarse a las fincas.
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Pero, tal vez uno de los avances más significativos es que en esa pequeña porción de la Amazonia, la población viene reconociendo el potencial que ofrece el entorno para observar aves. Un primer análisis liderado por la Asociación Alas Putumayo determinó que en la zona hay al menos 528 especies, un paraíso que puede ser la base de muchas actividades ecoturísticas.
Todo se resume, como lo dice Carlos Saavedra, coordinador del PVS, en que esta no ha sido una estrategia exclusivamente para cuidar unas u otras especies en determinados paisajes.
“Su valor esencial radica en que trabajamos también por la gobernanza de los territorios, le damos visibilidad a sitios que con dificultad eran ubicados en los mapas, estamos reconstruyendo tejido social de comunidades víctimas del conflicto y seguimos empoderando a mujeres de comunidades rurales que no tenían voz. En síntesis, encontramos poblaciones bastante aisladas y apáticas, que ahora creen en sí mismas, en el poder de sus acciones y en que son ellas las que constituyen el principal motor de cambio y de la conservación en sus territorios”.