Itza, la princesa del agua de los muiscas, tenía el dominio sagrado de sus tierras. Cuenta la leyenda que en la época prehispánica, el hoy humedal Córdoba, ubicado en la localidad bogotana de Suba, era llamado Itzatá, uno de los cuerpos lagunares donde los indígenas realizaban pagamentos y rituales ancestrales a sus dioses como Bachué, Bochica o Chiminigagua.

Hacía parte de un vasto complejo de humedales, lagos y cuerpos de agua gobernados por los muiscas, como Huzhe Tibacuy (hoy La Conejera), Tibabuyes (Juan Amarillo), Jaboque y Tibanica, donde el común denominador era el reino animal representado por majestuosas aves como la tingua bogotana, el cucarachero de pantano y el pato turrio, enigmáticas serpientes, ranas, asustadizas musarañas y comadrejas.

Le puede interesar: Un costeño que trabaja por salvar los humedales del río Bogotá

Con el paso del tiempo, estos epicentros de biodiversidad, cultura e historia fueron mermando su tamaño para dar paso a las zonas urbanizadas y a las principales avenidas. Hacia 1950, Bogotá contaba con más de 50.000 hectáreas ocupadas por estos cuerpos hídricos, cifra que disminuyó a paso galopante con la llegada del cemento.

Hoy en día sólo sobreviven 726,6 hectáreas distribuidas en nueve localidades y agrupadas en 15 parques ecológicos de humedal. Es decir que en 70 años, cerca del 98 por ciento de los sitios hídricos y sagrados de los muiscas quedó sepultado bajo el concreto, una hecatombe ecosistémica que abunda en las zonas de humedales de Colombia.

Itzatá no se salvó de los estragos de la civilización. La construcción de las avenidas Suba, Boyacá, Córdoba y la calle 127, y de barrios como Niza, Pontevedra, San Nicolás, Julio Flórez, Mónaco, Prado Veraniego sur, Canódromo, Batán, Potosí, Puente Largo y Santa Rosa, lo fragmentaron en tres sectores, donde el cuerpo de agua está distribuido en 40,5 hectáreas.

Lea el especial completo aquí.