La construcción de una ciudad democrática no es fácil. Hace poco más de veinte años, Bogotá tenía una reputación paradójica: por un lado, era una de las ciudades más desiguales y violentas del mundo, y por el otro, comenzaba a experimentar una pequeña revolución en lo que se llamó “cultura ciudadana”. Las noticias de la capital colombiana que reportaban los diarios internacionales eran sobre secuestros, robos, pobreza inequidad; o sobre mimos y cebras que contribuían a crear un ambiente más amable en una ciudad cercada por el miedo. Hoy en día, los índices han cambiado, la imagen externa ha mejorado y la capital colombiana ha recibido varios premios internacionales. La UNESCO, por ejemplo, reconoció en 2012 a Bogotá como una de las 35 ciudades en el mundo que conforman la Red de Ciudades Creativas, nombrándola “Ciudad de la Música”, por la fortaleza de movimientos como el rock, el hip hop, la música clásica, el jazz y los ritmos locales. O el premio al Plan de Revitalización del Centro de Bogotá que otorgó en 2014 el Foro Global de Asentamientos Humanos (GFHS) de las Naciones Unidas, que promueve el desarrollo sostenible y reconoce la misión de las entidades que hacen contribuciones al mejoramiento ambiental. A pesar de la polarización política, del crecimiento complejo de la urbe y de su importante número de habitantes, Bogotá es ahora noticia en las páginas culturales, urbanísticas, turísticas y hasta económicas de la prensa internacional. Para El País de España, la ciudad, que aparece regularmente en las paginas culturales y turísticas, es “mutante y mágica”. La revista inglesa The Economist, en un artículo titulado Las ciudades más habitables del mundo, destacó en 2014 a Bogotá como la ciudad con mayor crecimiento y mejoras de las condiciones de habitabilidad en los últimos cinco años. El New York Times saludó en 2015 el dinamismo de Bogotá, afirmando que es muy atractiva para invertir “algo impensable años atrás”. Y en febrero de este año, el diario inglés The Guardian escogió 4 ciudades emblemáticas del mundo para estudiarlas, entre las cuales estaban Bogotá al lado de Tokyo, Londres y Nueva Delhi: “Con una población de 8 millones de habitantes, apenas menos que Londres, la capital de Colombia logró, gracias a las políticas inteligentes de varios alcaldes, romper con el típico modelo latinoamericano de la informalidad, violencia y el crecimiento irracional”, escribió el famoso diario inglés. La transformación de Bogotá empezó gracias a varias décadas de programas sociales y culturales, pero tuvo su gran impulso con el programa de Cultura Ciudadana, que desarrolló el equipo de gobierno del entonces alcalde mayor de la capital, Antanas Mockus en su primera administración (1994-1997). Este programa hizo énfasis en el desarrollo del buen comportamiento de los ciudadanos para mejorar la convivencia y luchar contra la violencia. Según Mockus, para lograr un buen comportamiento ciudadano se necesitaba la armonización de tres dimensiones: el control legal, el control social y el autocontrol. El desarme legal y voluntario, un horario controlado para el dispendio de alcohol o la prohibición de la venta de pólvora a particulares, hicieron parte de las medidas concretas tomadas para cambiar el comportamiento dictado por normas sociales y culturales diferentes. La Secretaría de Cultura de Bogotá retomó la idea de Mockus en estos últimos cuatro años convirtiéndola en “Cultura Democrática”, que se define como aquella que reconoce la diversidad y no segrega a nadie por su aspecto, condición, o su forma de pensar y sentir diferente. Esta política tiene como propósito el fortalecimiento de la vida democrática y la convivencia, intensificando la libertad y la solidaridad, fortaleciendo las capacidades humanas, la exigencia y ejercicio de los derechos, la integración, la igualdad social y la voluntad de participar en los asuntos públicos. Así se generan acuerdos que tramitan los conflictos de manera creativa a partir de diálogos de saberes. En la segunda década del siglo XXI es evidente que la cultura ha adquirido un papel estratégico en el desarrollo de las ciudades y ocupa cada vez más el centro del debate político. También es claro que las políticas urbanas son vitales para la formación de la ciudadanía. Pero si el apoyo a las iniciativas ciudadanas en cultura y el impulso de grandes equipamientos culturales están en la base de la democratización de la cultura y de las ciudades, estas no son suficientes. Sus usos y su apropiación por la ciudadanía son igualmente de gran importancia. Entonces: ¿Qué es ser ciudadano hoy en Bogotá? ¿Qué proyecto nos une como ciudadanos de un mismo país, de una misma ciudad? ¿Nacemos o nos hacemos ciudadanos? ¿Cómo es hoy ser ciudadano? ¿Se enseña o se transmite? ¿Debe el Estado formar en ciudadanía?? Esas cuestiones trascendentales para el desarrollo de la ciudad de Bogotá serán debatidas en la sexta sesión de “Debates en Paz, es posible disentir” el domingo 8 de noviembre a las 10:00 a.m. en la biblioteca pública Virgilio Barco (carrera 60 No. 57- 60). Las personas interesadas en asistir se pueden inscribir aquí. Los invitados en esta ocasión serán Ángela Calvo de Saavedra, doctora en Filosofía y profesora titular de la Facultad de Filosofía y miembro del Consejo Directivo de la Pontificia Universidad Javeriana; Paul Bromberg, físico, ex-alcalde de Bogotá y profesor de la Universidad Nacional; Gerrit Stollbrock, consultor, documentalista independiente e investigador en temas de cultura ciudadana y construcción de paz; Óscar Moreno Escárraga, maestro en Artes Plásticas y Magíster en Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Colombia, candidato a Doctor en Estudios Sociales de la Universidad Externado de Colombia.