Para juzgar el papel de la expresión artística en la solución del conflicto que padece Colombia hay dos momentos diferentes. Primero, está el marco de la confrontación en marcha, en tiempo real. Luego, viene el escenario posterior, el llamado postconflicto, o sea la contribución de la palabra, el trazo, la nota y el símbolo en la implantación de una paz firme. Pero aún antes de eso, es preciso un golpe de realismo: si bien el conflicto se desarrolla a la vez en el plano simbólico -tanto el encuadramiento político e ideológico como elemento cultural y emocional inevitable- y en el teatro militar y de la lucha social, el centro de gravedad de la confrontación ocurre en este segundo universo. La principal manera de hacer la paz es haciéndola, esto es, trabajando en el plano de lo real. No basta con cambiar el escenario simbólico. Pero, al mismo tiempo, el final de la confrontación real solo produce la paz si hay un cambio profundo en la forma como las partes reubican sus incompatibilidades básicas en la esfera de la formulación intelectual -simbólica e ideológica- y proceden a buscar pautas de nuevo relacionamiento que implica no desistir de la lectura política de cada uno, pero si mover toda la carga intelectual hacia una órbita en la que esas incompatibilidades básicas puedan asumirse en clave de compromiso, de solución. No se trata de desistir (es más, un Acuerdo puede intensificar la confrontación simbólica, incluso la agitación desarmada), sino de aceptar canales distintos a la confrontación previa militar para resolver, no el conflicto, sino el método para sustanciarlo. Trabajar lo simbólico no basta para lograr la paz, pero sin el cierre simbólico, el silencio de los fusiles es precario. Ponerse en los zapatos del otro, lo cual no implica usar los zapatos del otro. Ahora bien: en la etapa del conflicto activo, el arte, la literatura, la palabra, tienen varios roles. A través de ellos se construye un reservorio de memorias que será muy útil. Esa utilidad es doble. Terminado el conflicto, la lucha se moverá hacia otras esferas como se dijo, y una de ellas, sin duda, será la lucha por la narrativa. Es más, puede decirse que esa será la batalla final. La narrativa, sin embargo, aunque se emparenta con la verdad, no se construye sólo a base de ella. Tan importante como la verdad, en términos de confrontación, es la leyenda, la exageración, el mito. El heroísmo. Esta no es una valoración ética sino un simple diagnóstico. El arte toma fragmentos de realidad y los va llevando hacia la versión mítica del conflicto. Pero dicho esto, también el arte contribuye a ese reservorio de verdad verdadera que, como es tópico, constituye uno de los pilares de la aplicación de justicia en el momento de la transición. La verdad vivifica. Como dice Pablo, la verdad nos hace libres. También brinda sosiego que es un elemento esencial para la reparación. En muchos casos, afuera y en Colombia, comunidades enteras han privilegiado la consecución de la verdad por encima de las indemnizaciones y, en no pocos casos, la penalización. ¿Por qué murió mi hijo? muchas veces contiene una mayor dosis de sanación que el castigo del responsable. En el Acuerdo General de La Habana se habla de una Comisión de la Verdad. Es un instrumento de factura delicada que aún no se ha resuelto en la Mesa. Pero lo que sí hemos dicho es que esa comisión tendrá que afrontar todas las verdades. El propósito es conseguir una verdad auténtica. Si ello no es posible, de todos modos no es viable pretermitir algún fragmento de verdad. Una verdad incluyente así no sea unívoca es el mínimo denominador. Quizás una o varias generaciones de colombianos tendrán que administrar varias verdades. Quizá el límite entre verdad y narrativa será un lindero borroso durante largo tiempo. Una derivación del elemento verdad/narrativa se relaciona con el rol de catarsis que desempeña la creación artística. El conflicto genera angustias infinitas. Contarlas es un camino al alivio como lo tiene averiguado la especie humana tras experiencia milenaria. Pero si, además de contar, el protagonista sabe que es escuchado, y si quien escucha reviste los hechos de un ropaje trascendente, la dosis de alivio juega un serio papel, aunque el padecimiento exceda todo límite humano. Pero es en la fase posterior de aclimatación de la paz donde la expresión artística despliega su mayor potencial. Terminado el conflicto, se abre la etapa de la aclimatación de la paz. Es el momento de las transformaciones de la sociedad. Por cierto, aquí hay un equívoco. Se afirma que nosotros como delegación del gobierno rehuimos las transformaciones y que queremos una paz barata, una paz funcional, una paz exprés. No es cierto. Lo que hacemos es distinguir entre el final del conflicto, sobre un agenda convenida entre ambas partes, y una fase de transformaciones necesarias. Allí pueden ingresar las FARC. Pero hacerlo sin armas, en el pleno juego de la política civil que equivale en este caso a hablar de la política civilizada. Allí hay ejercicios reales en el terreno de la reconciliación. Aunque el tema del arte en el conflicto no es enteramente nuevo, todavía es un tanto balbuciente. Está en construcción. No hay una sola metodología probada y muchas de sus aplicaciones son experimentales. Pero la herramienta muestra resultados valiosos. La Agencia Colombiana para la Reintegración ha diseñado una estrategia y durante su aplicación ha registrado experiencias exitosas*. Un primer hallazgo es que la eficacia depende del quehacer colectivo. No se trata de formar semilleros de artistas de calidad. Se trata de “hacer” el arte para mitigar relaciones antagónicas y asumir el conflicto desde la transformación de la visión del mundo y las relaciones con las demás. Es un abordaje oblicuo por la línea afectiva. Muchas veces no basta la comunicación cognitiva para deconstruir el entramado intelectual/emocional que recoge y procesa los datos del conflicto. En tales condiciones, el arte no es el fin, no importa la capacidad artística. El arte como herramienta se separa del acto estético para producir efectos en el tejido social. Las experiencias son variadas. Está el Proyecto Piloto de Educación Artística en Ibagué y Santa Marta (junio a diciembre del 2010). Gustavo Mestre, un alumno de música dice: “mientras más personas haya tocando un instrumento musical es un arma más que se deja de utilizar”. Edwin, un desmovilizado de las AUC en el 2007, define la música como una forma de ganarse la vida “y entretener la mente descartando la idea de volver a la ilegalidad”. Famosos como Juanes y César López han colaborado. La agrupación Dance4Peace de Amalia Garzón. La Agrupación La Iguana y sus cantos de paz. Andrés Dilan, también músico. Tiberio Y Leonardo, desmovilizados, enfatizan más bien otra perspectiva. Para ellos el trabajo en equipo supera la estigmatización. En La Habana trabajamos para terminar el conflicto. Para, a partir de allí, abrir una ubérrima etapa de transformaciones sociales. Cambios en la vida concreta, cambios en la política, cambios en el funcionamiento del poder. El punto final no es el que se expresa en planteamientos institucionales ni en presupuestos oficiales. El cambio real ocurre cuando los colombianos tengamos en el disco duro un nuevo chip, que se expresa en sentimientos y en ideologías. Un chip para que el conflicto busque su cauce. El chip de la reconciliación. * Las artes en la construcción de una cultura de paz. Agencia Colombiana para la Reintegracón. 2012.