Hacer cine o producciones audiovisuales en Colombia es un compromiso masoquista. Quien haya trabajado en un set de grabación, ya sea para novelas, cortos, documentales, o ‘simples‘ comerciales para televisión de 30 segundos, sabe que es en un ambiente coreográfico irracional. El director -o su asistente- funge como Gran Hermano, administrando esa pequeña sociedad de caos controlado donde cada rol importa. Es una lógica dantesca de sudor, malos olores y jornadas superiores a 20 horas que distan radicalmente del glamour hollywoodense. No hay nada más parecido al trabajo de un ‘cotero‘ que el de los productores de campo, camarógrafos, iluminación, arte o los mismos actores.Como el albañil árbitro, como el estibador boxeador, como el barrendero ciclista, protagonistas del film, el mismo director de la película Destinos se debatía entre alcanzar un sueño o acomodarse a la realidad. Alexander Giraldo, hijo de una familia de clase trabajadora, encuadra la historia en la cotidianidad obrera. Destinos es la vez una representación de quienes sostienen la pirámide social a partir del trabajo diario y una alegoría sobre el cine nacional, hecho con las uñas. Es una obra con dotes austeros, que recuerda el Dogma 95 de Von Trier, a la belleza en lo simple de Majid Majidi y a la potencia altiva de los cargadores en Corabastos.

“Te lo puedo resumir así -dice Alexander Giraldo con marcado acento caleño- nosotros rodamos en tres semanas la película, de esos días, 18 se filmaron de corrido en 66 locaciones. Eso significa que había jornadas en las que teníamos que grabar en tres o cuatro sets diarios; con los respectivos equipos y traslados por Bogotá. Para hacer esto hay que tener una resistencia física colosal”.Potencia física y recursividadLos realizadores nacionales, limitados por el insuficiente apoyo gubernamental –a pesar de las buenas intenciones del FDC- tienen que apegarse a la máxima “el buen colombiano nunca se vara” para darle vida a sus producciones. Fiel a este adagio, el director creó con agudeza una obra, que además de plasmar la vida simple del ciudadano promedio, también desnuda un proceso artístico con serias falencias estructurales. El cineasta se convierte en un alquimista trabajando en un industria en ciernes. En este país el cine no es de nadie y toda epopeya fílmica terminada, como El abrazo de la serpiente, o la misma Destinos, es la consecuencia de la obstinación y agudeza creativa.“Con alto presupuesto y con calma -explica Giraldo- la filmación de una película se puede tomar tres o cuatro semanas. Pero nosotros, por costos, teníamos que salir corriendo de un lado ‘pal‘ otro para capturar lo que necesitábamos. Esto lo hacíamos como una maratón. Además nos la jugamos por hacer un tipo de cine recursivo, trabajando con equipos creados por nosotros mismos. Por ejemplo, con la ayuda de Miguel Urrutia, diseñamos un estabilizador hecho con ruedas de monopatín y barras de bicicleta que se llamaba ‘el cristo‘, hacía las veces de steadycam y dolly. Una cosa bien hechiza”Sí, hechizo. El cine colombiano es un ejercicio prodigioso, construido por retazos de esfuerzos en años de historias fatigadas. Quizás por eso atinan en bautizar a sus equipos con el nombre del mismísimo Dios, en procura de que se cumpla el “milagrito”. Pero en el país del Sagrado Corazón con cara de expresidente, si se termina la película, se sufre con la distribución. Otra de las patas coja de la mesa.“El cine es para masoquistas -dice Giraldo- no solo en el ejercicio físico de filmar, también en la financiación. A nosotros nos acaban de avisar que vamos a salir en 18 salas. Para que esto ocurra debemos pagar un impuesto que cuesta más o menos 36 millones de pesos, independientemente de que la película la vea una o varias personas. De alguna forma tenemos que pagar para que se proyecte nuestra película. Eso es masoquismo, es una forma de darse azotes en la búsqueda de lo que quieres contar”.El ejercicio del cine es plausible en la medida que los realizadores tengan una oportunidad constante de hacerlo. Películas como Destinos son obras quijotescas que se pueden quedar en el limbo audiovisual por la falta de apoyo, tanto en la preproducción, como la producción y la distribución. Terminar una película en este país es un acto de fe.