El 23 de abril Sergio Ramírez se convertía en el primer centroamericano en recibir el Premio Cervantes por su novela Margarita, está linda la mar (1998). Habían pasado apenas cinco días desde que en Nicaragua estallaron las protestas sociales contra el gobierno del presidente Daniel Ortega. Cuando recibió el galardón en la Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid, se lo dedicó a los alrededor de 30 nicaragüenses que habían sido asesinados durante los primeros días de ese levantamiento social que hoy ya ha dejado más de 300 muertos.
De regreso a Managua lo recibieron los llamados “tranques”: manifestaciones, barricadas en las vías, represión policial y parapolicial, muertos. Ahora está en su casa en un toque de queda autoimpuesto y generalizado. Mejor no salir de noche y, si se puede, mejor no salir del todo.
Sergio Ramírez conoció a Daniel Ortega como pocos. Con él lideró la rebelión del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979. Estuvo con él en la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, luego fue su vicepresidente entre 1985 y 1990 y su fórmula presidencial para las elecciones de ese mismo año, en las que fueron derrotados por Violeta Barrios. Después de esos comicios, vio que Ortega empezó a apartarse de los principios éticos del sandinismo, así que rompió con él y con la política para retomar la literatura. Hoy es uno de los intelectuales más importantes de América Latina. Después de recibir el Premio Cervantes, no ha parado de denunciar y poner en perspectiva histórica la situación que viven los nicaragüenses. Así lo hizo durante esta entrevista en su casa en Managua.
Antes de empezar el año 2000, en Adiós muchachos (1999) usted escribió que anhelaba que los “sueños éticos” de la revolución sandinista, que a finales de los 80 dejó una generación frustrada, encarnaran en una nueva generación que aprendiera de los errores del pasado. ¿Ve en los jóvenes que hoy están en las calles esa generación que estaba esperando?
Pasé largo tiempo esperando que esta generación sacara los rostros. La derrota electoral de 1990 vista localmente no fue una derrota de un gobierno sino de un proyecto político, de una revolución, de un proceso de cambio. Pero aquí ni la derecha sandinista quiso ver que esto era parte de un todo. Había un cambio en el mundo. La caída del Muro de Berlín representa ese modelo capitalista. La economía de mercado sin fisuras. Hablar de economía dirigida, pública, se volvió un anatema. Por eso los socialistas se quedan sin discurso.
En América Latina permeó tanto esa idea de que el Estado debería ser el propietario de los bienes de producción y los servicios básicos que hasta gobiernos que nada tenían que ver con ideas de izquierda las siguieron, como el de López Portillo, que nacionalizó la banca en México, y el de Carlos Andrés Pérez, que nacionalizó el petróleo en Venezuela. Existía esa ola, pero en 1990 viene este cambio radical y trae lo que yo llamo una “vuelta espiritual al individualismo” que se lleva a la generación de los noventa.
Aquí, por muchos errores que la revolución cometiera, su base era la solidaridad. Como el lema de los boy scouts: dar de sí antes de pensar en sí. Pero hay un retorno lógico a uno mismo. Se multiplica un discurso que dice: ya di todo lo que podía, ahora me voy a dedicar a mi familia, a mí mismo. Eso nos lleva a la exacerbación del individualismo, que no se produce solo en Nicaragua sino en el mundo. Los noventa traen el olvido de la solidaridad y la preeminencia del egoísmo, eso es parte de la economía de mercado. Desde los grandes teóricos capitalistas de comienzos del siglo XIX, la tesis general es que cada uno cuida su parte porque el todo se cuida solo. El principio socialista es al revés: hay que cuidar el todo.
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Eso ocurrió en Nicaragua y lo que trajo fue silencio. No encontrábamos gente aquí ni para apoyar las causas ecológicas, eran minorías y organizaciones ambientalistas. No sé si llamarlo alejamiento, pero hubo por lo menos silencio alrededor de la política. Un silencio que se escuda en algo real: no entro en política porque eso es una piscina de corrupción, no me quiero enlodar. Esto es lo que hoy se rompe en Nicaragua. Los millennials nuestros, nacidos en los noventa e incluso en los 2000, son los que encabezan este movimiento.
Hablamos de un movimiento muy diverso, que incluye diferentes sectores urbanos, campesinos, organizaciones de derechos humanos, pero también los empresarios y la iglesia. No es un movimiento ideológicamente uniformado ni armado, como los que usted conoció en la revolución sandinista. ¿Le ve un futuro político a esta otra revolución?
Lo veo como un movimiento ético, hacia una restauración ética del país, si no es por el momento una restauración política. Es la primera vez que veo una revolución –lo es porque está revolviendo las raíces del país– desarmada. Y por eso a los muchachos los persiguen como conejos, les disparan con fusiles de alta precisión con mira telescópica. Esa es la diferencia entre lo que fue en 1979 la guerra civil y esta que se libra hoy, que yo quiero llamar guerra moral.
Aquí nadie ha salido con un programa político, ideológico, a decir que hay unas bases de cambio propuestas para el país: reforma agraria, redistribución de la riqueza, etc. No, eso no está de por medio. Lo que está de por medio es justicia, democracia y libertad, que son principios muy generales, pero que han permitido que todo el mundo se aglutine alrededor de ellos. Frente a estos principios no puede haber desacuerdo, pero sí luchas de poder, gente que quiere pescar en río revuelto. Esto tiene dos polos: el estudiantil, que es el rostro de los jóvenes en los que la gente confía, y la iglesia, que es otro cambio para mí muy profundo.
La iglesia hoy aparece como un mediador no neutral en la mesa de diálogo entre el gobierno y la oposición. Los curas han salido a defender a la población y se han pronunciado a favor de anticipar las elecciones. ¿Cómo ha cambiado el papel de la iglesia en su país?
La iglesia que conocimos después de la revolución era la del cardenal Miguel Obando, que se volvió un cómplice descarado y corrupto de Daniel Ortega. Esta nueva iglesia, representada sobre todo por monseñor Silvio Báez y monseñor Rolando Álvarez, es gente muy valiente e íntegra que llama a las cosas por su nombre, sin miedo. Este es el otro polo en que la gente cree: la iglesia católica, no solo por los obispos que están sentados en la mediación, sino por la manera como hablan y actúan. En las calles, los curas salen desarmados a tratar de detener las balaceras. Si hay peligro, sacan una procesión, sacan al santísimo.
La iglesia se ha ganado también un prestigio moral, tanto así que esto es como para una novela o una película: se muere Obando el 3 de junio en medio de este alzamiento, él era el primer cardenal emérito del país y tuvo un papel importantísimo en los setenta, Ortega lo declaró prócer de la República. Pero donde están haciéndole la honra fúnebre, las bancas están vacías. Esa foto es impresionante: hay un grupo pequeño y, cuando Obando sale, lo montan en el coche fúnebre, se lo llevan y ese es su entierro. Para mí es muy simbólico ver cómo en medio de esta restauración moral el país le cobra esa deuda a Obando, por haber traicionado su misión pastoral por una alianza totalmente desvergonzada con Ortega, fabricándole la figura de su hijastro Roberto Rivas, que es lo más corrupto que ha dado el país: el presidente del Consejo Electoral que tiene el capricho de un nuevo rico, un pingüino en el frigorífico.
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Parece que Ortega quiere ganar espacio reprimiendo los tranques. Eso ha dificultado la vida de la gente hasta cierto punto, entonces piensa que quitándolos va ir a negociar con más poder. Usted que estuvo al lado de él bastante tiempo, ayúdenos a entenderlo. Sabemos que es muy hábil políticamente, pero pareciera que ahora se está hundiendo con la represión…
Lo primero que me gusta decir es que una gran dificultad con Daniel Ortega, que parecería salvable pero no lo es, es que él no tiene vida alternativa. Cuando lo conocí, era un hombre que vivía en su oficina más que en su casa. Había instalado una hamaca en su oficina y ahí descansaba. Se encerraba solo, a hacer nada. No se ocupaba de cuestiones administrativas, del gobierno. Es un solitario, un prisionero y así vive a gusto, porque estuvo siete años preso. Pero fuera de las cuatro paredes que lo encierran en el poder, no tiene otro lugar donde vivir, otro modo de vida. No es alguien que se va a dedicar a escribir sus memorias, a cultivar bonsáis. Solo existe dentro del poder y es difícil liberarlo de ese esquema. ¿Le van a decir los gringos que no se preocupe, que lo van a llevar a un país donde nadie lo va a perseguir, a una hacienda, a una casa en la playa? Eso para él no existe.
El 30 de mayo en una pequeña manifestación, en el momento en que se empezaba a dar la masacre del día de las madres, él dice “aquí nos quedamos todos”. Lo que eso quiere decir es que no piensa salir del cargo. El otro asunto es que él vive dentro de un universo que no existe, pero del cual se escapa a veces y se asoma a la realidad. Se vuelve a meter y se convence que su mundo es el verdadero. Yo mismo me pregunto si habrá reconocido que está completamente aislado.
¿Cuánto puede durar un presidente de Nicaragua en ese estado de aislamiento?
Hoy diría que Ortega se quedó totalmente aislado, rodeado por un anillo de fieles que seguramente le están endulzando el oído diciéndole que no se preocupe, que todo está muy bien, celebrando la llamada “toma de Masaya como un triunfo”, aunque no lo es. Las victorias militares aquí no lo son, porque el enemigo no está armado. El asunto para mí verdadero es que se creó una incompatibilidad insalvable entre él y la gente. No es más compatible con este país.
Como tiran a matar a todo el mundo, toda la sociedad está violentada. El odio y el rechazo que esto ha concitado es irrestañable. Vemos a un excombatiente guerrillero de Monimbó diciendo que nunca le va a perdonar a Ortega que le mataron a su hijo. Un empleado judicial que le llevaron a la fuerza a escuchar a Ortega el 30 de mayo, mientras al mismo tiempo le estaban pegando un balazo a su hijo por parte de un francotirador. Un policía que le matan a su hijo ese mismo día.
El “plan de aterrizaje” es como dicen aquí los gringos y la gente pudiente que quiere salvar lo más posible, que busca la política in search of stability, que no quiere revueltas, que dice bueno, Ortega se va en marzo con las elecciones y viene el otro. El problema es si la gente acepta quedarse con él hasta marzo, con esa incompatibilidad que se ha creado. Con la represión hace más profunda esta incompatibilidad. Perdió a la empresa privada y la perdió de verdad. Las cámaras de empresarios antes eran sus aliados y ahora lideran la oposición con los estudiantes.
El escritor Sergio Ramírez en su casa en Managua (Nicaragua). Foto: Daniel Salgar.
La ruptura con los empresarios es una clave en todo el paisaje político de hoy en Nicaragua. Muchos de los que permitieron con su silencio la permanencia de Ortega en el poder, hoy le dan la espalda. ¿Es posible para el orteguismo sobrevivir sin la aquiescencia del sector privado?
Me pregunto cuál es la profundidad en que él entiende su aislamiento y que sin esta alianza de los grandes capitales no puede sobrevivir, porque a eso está pegado el apoyo de EE. UU. Los que iban a cabildear a Washington por Ortega para que no aprobaran la Nica Act era el más grande capitalista de Nicaragua, Carlos Pellas. Ortega creía que era el único capaz de darle estabilidad a este país y que los negocios siguieran prosperando, las inversiones, el desarrollo económico, no había huelgas, los sindicatos le eran fieles, las puertas fiscales estaban abiertas, si a alguien le transaban una mercancía en la aduana, se lo resolvían de inmediato. En ninguna parte funcionaba el sistema capitalista como aquí.
Los empresarios le dan la espalda a Ortega y creo que no es que se peleen con él del todo. Cuando comienzas a ver el mundo en blanco y negro, te jodiste. Como novelista sé que no se puede ver el mundo en blanco y negro. Es cierto que se molestan con Ortega por haber aprobado una reforma del seguro social sin consultarlos, pero realmente lo que los separa son las muertes. Ellos se sienten incompatibles con alguien que está ensangrentando al país. Ahora todo el que esté en el barco de tumbar a Ortega, bienvenido. Me parece un radicalismo infantil escoger quién se sube al barco mirando al pasado, si tiene culpas. Todos tenemos culpas, yo soy de los que fabricó el muñeco de Daniel Ortega, pero lo importante es que sé dónde estoy parado.
La represión contra estas manifestaciones en las calles no ha sido del todo oficial, sino que hay grupos de civiles armados que operan ya no solo en la noche, sino a plena luz del día. ¿Había visto esto alguna vez en Nicaragua?
Hay un sentimiento muy agobiante. Aquí ya van más de 300 muertos y somos 6 millones de habitantes. Muertos por la policía, en las calles. Los paramilitares no hacen sus operaciones clandestinas, sino que salen a la luz pública a matar gente. Aquí andan en caravana, asolando a los barrios, capturando gente en las casas. Hay gente encapuchada, de civil, unos aparecen en las estaciones de policía y otros no. Es una mezcolanza entre fuerza pública y fuera irregular.
Eso se habrá visto en Haití, en tiempos de los Tonton Macoute, o en las guerras civiles de África. Pero en Nicaragua ni siquiera desde tiempos de Somoza. Como heredó un modelo de orden público y defensa de las tropas de ocupación, donde la guardia nacional y la policía eran el mismo cuerpo, entonces reprimía con las tropas de combate. Hacía la represión urbana y el combate antiguerrillero. Salía a la calle a cazar jóvenes, pero eran soldados de casco, vestidos de verde olivo. No veías paramilitares así, abiertamente.
Mientras tanto el ejército guarda silencio. ¿En qué medida este sigue siendo un ejército sandinista como lo fue en sus orígenes?
Hay distintas lecturas alrededor del ejército. Mucha gente se pregunta por qué no interviene a desarmar a los paramilitares, ese es su deber. Los paramilitares se mueven junto con la policía, entonces una intervención del ejército que no sea golpe de estado, no veo cómo.
En 1990, el ejército, la policía, las fuerzas de seguridad y defensa dependen del partido sandinista. Así como en el comité central chino y en el partido cubano, aquí había militares sentados en los congresos del partido. La Constitución no dice que el ejército y la policía son parte del FSLN, pero eso fue de hecho, al punto que se llamaron Ejército Popular Sandinista y Policía Sandinista. La Constitución sandinista lo que dice es que el ejército es una entidad de carácter nacional, apolítica y no deliberante, no que es parte de la fuerza revolucionaria. En los noventa, cuando ejército y policía se quedan sin el amparo del partido que ya no está en el poder, saben que están expuestos a que los saquen del panorama. Lo que queda es salvarse por la vía institucional, entonces comienzan a tomar distancia del Frente Sandinista.
Cuando Ortega vuelve al poder en 2007, les dice que recuerden de dónde vienen. Aún hay mucha gente susceptible a ese discurso y sabe que el ejército tiene un origen sandinista. Ortega los va cooptando y en determinado momento se adueña del ejército y de la policía. Pero ahora, en la generación que dirige al ejército, no quedan casi ni guerrilleros ni combatientes de la contra, sino la mayoría graduados de la Academia Militar. Esto hay que tomarlo en cuenta.
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¿Cuál es la diferencia entre el orteguismo y el sandinismo?
Esta señora a la cual Ortega le cedió poderes en todo (su esposa, Rosario Murillo) descuadernó la organización del Frente Sandinista. Este partido que tenía un congreso como órgano máximo, la asamblea sandinista que tenía órganos departamentales, municipales, todo eso desapareció. Lo sustituyó por unas estructuras de comités ciudadanos, al estilo Venezuela. Hoy, en esta crisis, ese partido no existe.
La segunda cosa que ella hizo fue rodearse de la juventud sandinista, poner en los puestos claves a la gente más joven, entonces todos los cuadros históricos del sandinismo que lucharon en la guerrilla y contra la contra, fueron sacados del Frente. Ahora en esta crisis los han vuelto a llamar, no a todos sino a algunos. ¿Para qué sirve esto? Para acuerpar a Daniel, pero son personas mayores de 60 años, que están alejadas de las nuevas generaciones del Frente Sandinista, que fueron banalizadas.
A Ortega también se le critica por tener un gobierno neoliberal bajo un discurso antiimperialista. ¿Usted ve esa contradicción?
La instrucción marxista leninista digamos que es obsoleta, pero este es un gobierno neoliberal en sus políticas económicas. De hecho, la crisis comienza por políticas neoliberales en el seguro social, dictadas por el FMI, que le dio un menú a escoger a Daniel Ortega sobre lo que había que hacer para salvar el seguro social y él escogió lo que le pareció menos dañino, que era gravar las pensiones de los ancianos, subirle a los patronos y subirle a los trabajadores la cuota. Esa fue la chispa de la crisis.
Este no es un gobierno socialista, sino que más bien favorece las inversiones de capital y de libre mercado. Y llega en determinado momento a ser un capitalismo salvaje. Cuando en Costa Rica por presión de los movimientos ambientalistas se prohibió una mina a cielo abierto, el proyecto minero Crucitas que llevó a la cárcel a varios y tiene bajo acusación a Óscar Arias, entonces se vino para Nicaragua. Establecen en Chontales la mina a cielo abierto, que implica contaminación de los ríos, derrame de mercurio, el desastre ecológico se lo traen los mismos inversionistas canadienses.
Ortega no es ni católico ni capitalista. Al aplicar esta política con los capitalistas está pensando en su propia mente leninista. Su mente está formada en ideas obsoletas del viejo leninismo, del cual ni en China creen, y que él aprendió porque no se educó en ninguna universidad donde le enseñaran ciencias sociales o económicas, sino con los manuales que venían de Unión Soviética, su marxismo es muy esquemático. Hoy que se ve acorralado está tomando venganza con los empresarios y volviendo a ser el Ortega de los noventa. Les está mandando a invadir las fincas.
Rosario Murillo, la primera dama, parecía ser un genio de la propaganda, de manejar la imagen de Daniel Ortega y asuntos gruesos del país. Hoy, sin embargo, vemos un odio creciente hacia ella….
El odio es más grande que el que hay contra Daniel Ortega. Hay que leer la carta que le escribió Gioconda Belli a Rosario Murillo: después de eso no hay mucho que decir. Nosotros mismos tendimos a exagerar sus habilidades y sus talentos. Daniel Ortega no ganó por la campaña que le hizo Rosario Murillo, sino porque Arnoldo Alemán se lo facilitó en materia de votos, y luego de dividir a la oposición. No fue por los cantos de amor y paz y los colores de ella, eso no convenció a la gente.
La prueba es que lo primero que hace la gente cuando se siente liberada del peso de esta mujer, es tumbar muchos de los árboles metálicos que ella mandó a poner en las calles de Managua. Todo el mundo piensa en términos ridículos de ella. Ahora es una protagonista y sus discursos están hasta en los memes. Claro, si me dan 800 millones de dólares anuales, pues me vuelvo el hombre más poderoso del país. Necesito dos cosas: dinero y falta de escrúpulos para empezar a comprar a la gente, a dividir a los partidos, a meterles cizaña, a repartir dinero y todavía le dan a Rosario Murillo para que haga parques, locuras, réplicas de todas las iglesias de Nicaragua en escala. Extravagancias que cuestan un montón de dinero. No se les ocurrió construir una sala de música, un teatro popular, una galería, un museo nacional, simplemente desperdiciaron el dinero en cosas no trascendentes. Estamos hablando de 5 o 6 mil millones de dólares que les regaló Hugo Chávez, que es la mitad del PIB anual de este país.
¿Qué riesgos ve en esta mesa de diálogo?
Ya el pueblo nicaragüense terminó con Ortega. Lo que pasa es que es una relación un poco surrealista, porque no es remediable. Si decide no irse, entonces preparémonos para un gran desastre. Hasta ahora la lucha ha sido pacífica, pero le tengo mucho temor a una guerra civil. Eso primero hay que evitarlo de la manera más tajante. En segundo lugar, la otra gran herencia nefasta que Ortega le deja al país son los grupos paramilitares. Esos no los van a desarmar, se van a volver delincuentes comunes y nos vamos a volver como Guatemala, El Salvador y Honduras. Toda esa gente a la que le han permitido andar cometiendo delitos y asesinando gente, incendiando, agrediendo, enmascarados y armados, ¿quién la va a someter después? La guerra civil es evitable, pero esto creo que ya no se puede evitar.
* Agencia Anadolu / MANAGUA