El 14 de julio de 2015 el padre Francisco José de Roux Rengifo (Cali, 5 de julio de 1943) recorrió norte, sur, oriente y occidente de Colombia de un mapa dibujado con tiza blanca en las baldosas de la Plaza de Bolívar, justo en frente del Palacio Liévano, sede de la Alcaldía Mayor de Bogotá.
Se trataba de un recorrido que podía hacer de memoria luego de pasar buena parte de su vida transitando por caminos recónditos de un país rehén de sí mismo, inmerso en medio de un agotador conflicto armado que parecía no tener fin.
"Nos esperamos todas y todos hoy a las 5:00 p.m. en la Plaza de Bolívar para el acto de fe por la paz. Porque creemos en nosotros y en Dios, indígenas y afros, judíos y musulmanes, cristianos, creyentes en el ser humano. Hoy a las 5:00 p.m. por el Espíritu y La Paz, Plaza de Bolívar. Por la paz esperamos también a los Budistas y a quienes sin creer en Dios creen en el ser humano y aman la vida", tuiteó ese día desde su cuenta @FranciscoDeRoux.
Vida de un jesuita
De Roux es el tercero de siete hijos. Varios de sus hermanos han ocupado cargos destacados, como Gustavo, quien se desempeñó como Ministro de Salud en el gobierno de César Gaviria Trujillo, o Carlos Vicente, Concejal de Bogotá quien ayudó a destapar el escándalo del Carrusel de contratación.
Los de Roux son sobrinos del exministro de Guerra Ignacio Rengifo Borrero, quien el 6 de diciembre de 1928 dio la orden para dar inicio a lo que más tarde se conoció como La masacre de las bananeras, así como herederos de una de las familias principales del Valle del Cauca, cuya gran influencia política y económica trasciende hasta nuestros días.
Por su parte, su madre, Enriqueta Rengifo, era muy cercana a Pedro Arrupe, Prepósito General de los Jesuitas quien dirigió la organización eclesiástica entre 1965 y 1983 en Roma. El trabajo social de su madre se sumó a tener un tío que se desempeñaba como miembro de la Compañía de Jesús para motivar la decisión de De Roux de ingresar al Seminario de la Ceja, Antioquia, a los 15 años, para luego regresar y graduarse como bachiller. Tras eso, se estableció en Bogotá en 1968 con la intención de cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana.
A principios de los años setenta Arrupe, entonces General de los Jesuitas, decidió realizar un diagnóstico sobre la realidad que atravesaba la Comunidad de los Jesuitas en toda América Latina. La investigación del caso colombiano se le encomendó a de Roux como parte de la labor desarrollada por los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS). Esta generó una gran prevención porque terminó asociándose a la Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), lo cual llevó a un cambio de nombre al Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep).
Entonces de Roux decidió hacer una Maestría en Economía en la Universidad de los Andes, antes de terminar la carrera de Teología; motivo por el cual su ordenación se aplazó hasta 1975, momento cuando recibió su baño de fuego sacerdotal. Luego de ser declarado presbítero se vinculó al Cinep, institución en la que desarrolló diversos proyectos de Empresas Comunitarias, antes de hacer un Doctorado en Economía en la Universidad de la Sorbona en París.
Posteriormente, entre 1980 y 1981, concluyó su Maestría en el prestigioso London School of Economics and Political Science (LSE). Al volver a Colombia, regresó a Cinep y se desempeñó como Subdirector e Investigador desde 1982 hasta 1986. Carlos Vicente, el concejal hermano de De Roux, recuerda que por aquellos días el sacerdote sufrió un accidente de motocicleta muy grave. Olvidó el casco, en su afán de llevar una encomienda a una amiga y se estrelló cerca del centro comercial Los Héroes. En medio del delirio, Francisco De Roux se limitaba a identificarse como sacerdote de la Compañía de Jesús. Permaneció un mes en delicado de salud. El padre Manuel Ramiro Muñoz, conocedor de la Comunidad Jesuita, reconoce que el accidente terminó siendo catalogado como un atentado, por lo que le recomendaron no volver a movilizarse en moto. “Tuvo una conmoción cerebral y casi pierde la vida”, precisa Muñoz. “Se fue a vivir a un barrio pobre, cerca de la Javeriana, con Carlos Vasco y Manuel Uribe, quien fue el director del Cinep en aquella época, y terminó convertido en una especie de atracción mística para los integrantes de la Comunidad de Jesuitas que habían escuchado hablar de él”.
En 1986 De Roux logró ascender a director del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús y se desempeñó como director del Cinep desde 1987 hasta 1993. Durante el gobierno de César Gaviria colaboró en diversas iniciativas y actividades por la paz en el país.
De acuerdo con un reconocido sociólogo colombiano, quien prefirió reserva de su nombre, cuando era director del Cinep, las señoras adineradas de Bogotá lo llamaban el Pájaro Espino, en alusión a la célebre novela homónima de Colleen McCullough, protagonizada por el Padre Ralph de Bricassart. Al igual que Bricassart se trataba de una persona inteligente, físicamente atractiva e intelectualmente preparada, además de provenir de una familia pudiente. Solía celebrar misa en los barrios pobres para luego terminar almorzando en el Palacio de Nariño con Gaviria.
En esa época creció su interés e inquietud por los temas sociales, lo cual lo motivó a producir una serie de artículos encaminados a generar acciones sociales. El sacerdote Javier Giraldo lo resumió como un hombre que siempre ha tenido como prioridad en su vida la búsqueda de la paz en las regiones en las que el Estado solo ha hecho presencia con fuerzas militares.
La vida por la paz
Luis Sandoval, columnista del diario El Espectador, quien ha colaborado en diversas iniciativas civiles por la paz como Viva la Ciudadanía y RedePaz, recuerda que en noviembre de 1993, después de lanzar la red de iniciativas nacionales de paz, Rafael Pardo, en su calidad de Ministro de Defensa, anunció que en 18 meses se acaba la guerra integral. Ante esa propuesta, de Roux creó la iniciativa de la construcción de la Paz Integral.
El acontecimiento dio pie a la apertura de una convocatoria para hacer una marcha que saliera desde el Parque de Las Nieves –centro de Bogotá- en medio de un aguacero monumental. De Roux tenía los pies descalzos, y en el transcurso de la movilización contagió al resto de las personas convocadas. “Ni un hombre, ni una mujer y ni un peso más para la guerra”, gritaban. La iniciativa logró movilizar millones de personas y conformar la bandera de la paz integral.
En los primeros años de la década del noventa, la vida del sacerdote siempre estaba en riesgo. El día que mataron a Carlos Pizarro, excandidato a la presidencia de Colombia por el M-19, se supo que el siguiente objetivo era De Roux, quien también debía ser asesinado en aquel 26 de abril de 1990. A los pocos días tuvo que salir del país y poco después, pese a la violencia imperante, decidió volver. “Antes de la muerte de Pizarro existía una gran sensación de esperanza y alegría, luego mucha frustración”, recuerda Yolanda Zuluaga, amiga muy cercana al sacerdote.
Carlos Pizarro.
Además sufrió el asesinato de Silvia Duzán, junto con el sacrificio de otros tres líderes sociales el 26 de febrero de 1990. Silvia era Economista de profesión y desarrollaba un documental para el Canal 4 de Inglaterra sobre el primer laboratorio de paz en Colombia sobre la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC).
Sus amigos más cercanos reconocen que De Roux sufrió en carne propia cada asesinato de líderes campesinos e integrantes de la comunidad; como el del sacerdote Sergio Restrepo, en Tierra Alta, Córdoba, en 1989 o el del exsacerdote Mario Calderón, esposo de la investigadora del Cinep, Elsa Alvarado.
Pese a que Enrique Buendía y a Ricardo González resultaran asesinados en septiembre de 1993, una línea del grupo guerrillero del ELN conocida como Corriente de Renovación Socialista (CRS) prefirió la desmovilización y el Programa por la Paz, el cual ayudó a crear De Roux.
“Lo que la comisión buscaba era darle recomendaciones al gobierno para que protegieran a los que se desmovilizaron. Salvaron ese proceso y por eso nosotros tenemos una gratitud enorme con Francisco De Roux”, afirma León Valencia, columnista de revista Semana y director de la Fundación Paz y Reconciliación.
Magdalena Medio, región de la furia
Con una extensión de 50 mil kilómetros cuadrados, el Magdalena Medio tiene más de dos veces el tamaño de la república de El Salvador. La proporción de asesinatos es también comparable, pues el Magdalena Medio tiene una población que no pasa de los 800 mil, mientras que El Salvador -uno de los países más densamente habitados del mundo- tiene un poco más de 4 millones de habitantes, según lo definió Gabriel García Márquez en el prólogo a un libro escrito por Germán Santamaría en 1987.
En 1994 Colombia y el Magdalena Medio se encontraban en medio de una diáspora sangrienta que duró hasta 2005. De Roux ya conocía Barrancabermeja, zona petrolera y escenario de un sin fin de eucaristías en memoria de los cientos de personas asesinadas año tras año, como por ejemplo Ricardo Lara Parada, un exguerrillero del ELN y aspirante al Concejo de la ciudad.
De Roux viajó a la zona acompañado por los sacerdotes Ignacio Rosero y Eduardo Díaz, quienes durante la eucaristía no dudaron en cuestionar el hecho, atribuido al propio grupo insurgente fundado por el propio Lara, Fabio Vásquez Castaño y Víctor Medina Morón Reina. Los jesuitas staban allí porque ese año la entonces Empresa Colombiana de Petróleos (ECOPETROL) y la Unión Sindical Obrera (USO), llegaron a un acuerdo dentro de la Convención Colectiva y le solicitaron a De Roux que realizara un diagnóstico sobre la zona. La petrolera asumió el pagó en su totalidad.
A partir de una labor realizada en 30 poblaciones que identificaron al río y al petróleo como referencias vitales, se hizo un mapeo de la realidad de los municipios. Empezaban en el sur de Bolívar, pasando por Santander, así como Antioquia y el sur del Cesar, unidos por el centro gravitacional de Barrancabermeja.
Francisco de Roux visita Barrancabermeja en 2008. Crédito: Daniel Reina Romero / Revista Semana.
Durante los más de 20 años con los que cuenta el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, PDPMM, Francisco de Roux perdió la cuenta de cuántos colaboradores ha sepultado. Se ha manifestado con la ciudad en diversas formas: con marchas, reflexiones en periódicos como Vanguardia Liberal o La Noticia, editoriales en La voz del petróleo y columnas en El Tiempo.
El trabajo por parte del sacerdote ha sido tan importante, que en Colombia el concepto de Responsabilidad Social Empresarial se le debe a él, porque desde hace 25 años ayudaba a direccionar recursos millonarios de empresas como ISAGEN, Ecopetrol y el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), sentencia Amparo Cadavid.
Entre la espada y la pared
Como para los diversos grupos de guerra en este país la palabra neutralidad no tiene validez, el ELN instauró el desarrollo de un juicio a De Roux por las diversas actividades que su programa ejercía en el Magdalena Medio, en donde ese grupo armado cuenta hasta hoy con una gran influencia.
Para Víctor de Currea Lugo, el ELN es muy crítico de De Roux y tienen cierta prevención hacia él, porque les resulta incómodo. No lo ven con buenos ojos porque los cuestiona sobre la razón de su accionar.
Para Jorge Tovar, director de la RedProdePaz “aunque el expresidente Uribe Vélez lo detestaba, también lo consultaba. Todo por la manera como lograba resultados de paz en las comunidades por medio de programas de trabajo asociativo de microempresas”.
“No señor, no nos traiga a sus amigos ricos a invertir acá que acá en el Magdalena Medio la gente vive de manera productiva y feliz”, le dijó se Roux en alguna oportunidad a Uribe, quien por aquel entonces ejercía la primera magistratura con mano firme y corazón grande.
Años después, siendo presidente, Uribe Vélez permitió que de Roux se desempeñará como un interlocutor válido para continuar con su proyecto, incluso cuando no estaba permitido que los civiles pudieran dialogar con actores armados con tal de buscar salidas al conflicto que desangraba al país.
En este terreno movedizo y de paradojas, Uribe Vélez llamó en diversas oportunidades al padre Francisco para criticarlo, pero también para pedir su consejo sobre los líos de indígenas del Cauca y el Catatumbo.
Foto: Daniel Reina Romero / Revista Semana.
Ningún miedo y muchas esperanzas
A Francisco De Roux no lo obnubila nada. Sus allegados lo describen como una persona que no es extremista: austero sin llegar a ser radical. Se exige así mismo, pero no a los demás.
Cuando alguien entraba a su oficina de manera enfadada, él se paraba de su silla, daba una vuelta por el recinto, buscaba en su pequeña nevera una botella de whiskey y compartía un trago para calmarlo.
De Roux ha sido merecedor de diversos galardones y lugares distantes el uno del otro. En 2001 obtuvo el Premio Nacional de Paz en Colombia, junto con la medalla “Caballero de Honor de la Legión Francesa”, entregada por el presidente Francois Miterrand, así como la máxima distinción otorgada por el gobierno de Japón en 2009 a través de la “Orden del Sol Naciente, Rayos de Oro con Roseta”.
Se trata de una persona de muy bajo perfil a quien no le gusta aparecer, pero que sin embargo ha tenido un papel fundamental en la difícil negociación de paz con las FARC. Tanto así que el pasado martes 27 de junio fue uno de los testigos de excepción de la entrega de armas realizada en zona veredal de La Guajira, departamento del Meta, con la que se puso punto final a uno de los conflictos armados más prolongados del continente.
Ahora vive en Medellín y dirige el Centro Fe y Cultura, una ONG muy cercana a la élite empresarial de Antioquia que estaba al cargo del padre Horacio Arango. Trota a diario y seguirá haciéndolo con el mismo ímpetu, madrugando y trasnochándose, y poniendo en riesgo su vida para contribuir en la construcción de un mejor país.