Este año, Felipe Botero, amigo de la casa y encargado de nuestra sección ARCADIA Traduce, publicó ‘A Greek Verse for Ophelia & Other Poems’, una antología bilingüe de poemas de Giovanni Quessep. Reproducimos el prólogo al libro y compartimos algunos poemas de Quessep en su versión original y en la traducción al inglés de Botero. El libro que tienen en sus manos es una cosa única: la poesía en él es el resultado del improbable encuentro entre distantes culturas, literaturas, mundos fantásticos, fábulas y personajes de la poesía previo a la globalización virtual traída por el internet. Es una mezcla de diversas tradiciones poéticas y diferentes mundos de ensueño. El mismo título del libro ya lo sugiere: un verso griego (que en efecto lo es, con sus referencias a Penélope y su constante evocación de las “claras aguas del Mediterráneo”) para Ofelia, una legendaria aristócrata danesa famosa por su aparición en una tragedia escrita por cierto dramaturgo inglés. No obstante, esta mezcla de fuentes literarias europeas es sólo una parte de la historia. En el otro extremo está una familia libanesa obligada a emigrar de su patria al final del siglo diecinueve a causa de dificultades económicas, intolerancia religiosa y la interferencia militar colonialista del imperio otomano, francés y británico. En su camino a un lugar mejor (que pudo haber sido Brasil o Estados Unidos, o simplemente cualquier lugar en ese hemisferio que recibió olas de inmigración a comienzos del siglo veinte) desembarcan en un puerto colombiano (Cartagena) y le es robado el poco dinero que traían con ellos. Este “pequeño servicio”, como lo refirió el poeta muchos años después, los obliga a establecerse cerca a la costa, donde distantes miembros de familia ya están probando su suerte y han descubierto un próspero mercado para el comercio. Dos generaciones después, un niño crece en un pequeño pueblo colombiano, casi nuevo e invisible en el mapa, al que sólo se puede llegar por bogas o en mula, en donde su padre está abriendo la primera sala de cine (el Cine Sevilla) mientras intenta enseñarle a su hijo la lengua de sus ancestros. Aunque falló en este cometido, tanto él como su madre (la abuela de Quessep, Venut Chadid) logran imprimir en el alma de su hijo una fuerte imagen del mundo del que vienen, que él posteriormente complementará acudiendo a fuentes literarias: los jardines del Corán y los de Omar Khayyam, las criaturas fantásticas que habitan la poesía épica persa, las interminables historias de Scheherezade y los discursos filosóficos sobre el amor de poetas árabe-andaluces como Ibn Hazm, entre otras. Para nuestra gran fortuna, hay muchas expresiones artísticas y culturales que han ayudado a preservar ese ambiente mágico y provincial de los pequeños pueblos de la Costa Atlántica a comienzos del siglo veinte, cuando nació Giovanni Quessep. Por ejemplo, están los viejos vallenatos, esa típica música colombiana del Caribe que nos han transmitidos los viejos mitos folclóricos a la vez que la actitud romántico y despreocupado de sus habitantes, a la vez que su religiosidad casi medieval y lo políticamente cerradas que podía ser su sociedad. Pero obviamente nadie ha evocado mejor esta extraordinaria atmósfera que Gabriel García Márquez y su obra magna, Cien años de soledad. Por consiguiente, no es de extrañar que Quessep lo admire tanto y que le haya dedicado uno de sus poemas más famosos a su novela, La alondra y los alacranes, incluido en esta edición. El gran logro del Nobel colombiano fue capturar con precisión poética el espíritu general de realismo mágico que acompañó la evolución política, social y económica de estas pequeñas comunidades de la costa norte colombiana, casi aisladas del resto del mundo. La poesía de Quessep está tan poseída por este singular contexto histórico como la narrativa de García Márquez, ya que la obra de ambos está transversalmente determinada por su experiencia de haber crecido en uno de esos pueblos cuyo arquetipo será para siempre el mágico y trágico Macondo de la novela de García Márquez. No obstante, hay una diferencia clave en la manera que estos escritores se aproximan a la temática de Macondo: mientras que la novela de García Márquez está escrita desde el punto de vista de sus fundadores, los habitantes originarios que perciben a los “extranjeros” con una mezcla de curiosidad y desconfianza y con quienes sólo se relacionarán progresivamente a medida que éstos se vuelven parte de su comunidad, gran parte de la poesía de Quessep nace de la experiencia del viajero, del forastero que por obligación o por voluntad propia vaga de un lado a otro maravillándose con lo que sale al encuentro y fascinado por conocer los parajes que antes desconocía. Como dice Nicanor Vélez en su introducción a Metamorfosis del jardín: … el extranjero es alguien que viene de fuera y lo ve todo por primera vez; es decir, ve lo que los habitantes del lugar no ven porque la cotidianidad tiene la costumbre de nublar lo recurrente – que coincide no pocas veces con lo esencial – del paso de los días. Es así como el asombro el asombro manifiesta su capacidad de revelación y sus posibilidades de hacer visible lo invisible. Quessep era un “extranjero” en San Onofre, el pueblo donde nació, en dos sentidos: por un lado, por el origen oriental de su padre pero también por el lado de su madre, Paulina Esguerra, proveniente de Bogotá. En efecto, en aquel entonces, como Fernanda del Carpio, el personaje de García Márquez, lo demuestra tan cómicamente, una persona que llegara de Bogotá a la Costa Atlántica debía ser percibido como alguien tan extraño en esa tierra como una persona venida de Líbano, quizás incluso más. La diferencia climática, la distancia geográfica hecha casi infranqueable por la escasez y la precariedad de las carreteras, la rigidez de las estructuras sociales heredadas de la época de la Colonia y el contraste entre la bulliciosa urbe moderna, hecha en cemento a imagen de las capitales europeas, con los pueblos cercanos a la naturaleza, donde todo el mundo era originariamente igual de pobre, debió hacer que esas dos comunidades, aunque pertenecieran a un mismo país, parecieran de dos universos aparte. Y aún así no debemos pensar en la madre de Quessep en los términos del personaje frívolo y snob en el cual García Márquez descarga su mala opinión de los cachacos: pues según Quessep ella le brindó su amor a la poesía y su familiaridad con la obra de los románticos y modernistas hispanoamericanos como Rubén Darío y Antonio Machado, añadiendo así más elementos a la mezcolanza de la que después surgiría su propia poesía. No mucho después de que la familia Quessep se hubiera establecido en San Onofre, les tocó volver a desplazarse, esta vez por la violencia política de nuestra historia. Pues al igual que Macondo es rápida y vorazmente succionado al incesante conflicto fratricida que caracterizó nuestra evolución política desde nuestra independencia de España, la familia de Quessep también fue velozmente absorbida también: en 1949, cuando el poeta tenía diez años, su familia fue la primera expulsada de San Onofre por las autoridades conservadoras, a causa de las convicciones liberales de Luis Enrique Quessep, su padre. Ellos fueron una de las muchas familias desplazadas, pues según historiadores contemporáneos, La Violencia dejó alrededor de trescientos mil muertos y dos millones de desplazados, una quinta parte de la población, en poco más de una década. De hecho, este bien podría ser el “tiempo desposeído de fábulas” del que habla Quessep en Entre árboles, un poema que muchos de sus comentaristas han interpretado como su obra más política por sus posibles referencias simbólicas al conflicto interno colombiano. Otro “extranjero” criado en la costa atlántica colombiana, Alejandro Obregón, el pintor mitad catalán mitad barranquillero, dejó un conmovedor testimonio de esta abominable erupción de violencia política: su obra, titulada simple y sencillamente Violencia, “es para los colombianos lo que Guernica o El grito son para el mundo: imágenes que resumen el horror, la desesperanza, la barbarie de la que es capaz el ser humano”, como la describió Daniel Samper Pizano para la edición número 100 de Arcadia. Le puede interesar: A ti, solo palabras podría darte De ahí que el “extranjero” tan frecuentemente presente en los poemas de Quessep sea también un “exiliado”, una condición que a la fascinación del encuentro con lo nuevo le añade una amarga nostalgia por el mundo que uno ha sido obligado a dejar atrás. Esta amargura se hace más profunda tras el encuentro con el otro aspecto crudo y familiar de la migración: la discriminación. Cuando la familia Quessep llegó a la costa colombiano descubrió con desmayo que de ahí en adelante se les daría el epíteto de “los turcos”, un nombre particularmente molesto para los libaneses dado que había sido precisamente una invasión del imperio otomano y sus persecuciones religiosas lo que los había obligado a abandonar su tierra. Y tanto en Sincelejo como en Cartagena, ciudades donde Quessep terminaría su educación primaria y secundaria después de partir de San Onofre, se toparía con la infamia de que “no podía ir a ciertos lugares […], donde iban mis amigos, porque decían: ‘no se aceptan turcos’” y de que era considerado incorrecto que una mujer “colombiana” se casara con un descendiente árabe. Tal encuentro con la discriminación engendrará después la otra gran protagonista de la obra de Quessep: la soledad, la soledad del viajero en tierra extranjera una vez ha descubierto sus aspectos más oscuros y decepcionantes, razón por la cual esa soledad coincidirá, al menos parcialmente, con el desenamoramiento, como parece sentirlo Ulises en su Carta imaginaria a Nausícaa, poema también presente en esta edición. Y en efecto, ¿no es el encuentro con la discriminación suficiente para hacer a una persona añorar su hogar, sin importar cuán hermosos y encantadores son los nuevos paisajes a los que ha errado? ¿No es suficiente para desenamorarse? En la poesía de Quessep el desencanto ocupa un lugar primordial. Viene casi siempre acompañado de una mirada anhelante dirigida hacia el pasado, frecuentemente un pasado idealizado que nunca verdaderamente existió, así como el país del exiliado ha dejado de existir tras su partida. El Jardín del Edén nunca existió, parece sugerir Quessep en algunos de sus poemas. Pero ya tampoco existe Ítaca, pues ha cambiado más allá de lo reconocible o “no tiene ya nada que darte”, como dice Cavafis, otro de los importantes referentes poéticos de Quessep. Creo que esta combinación de exilio, discriminación, desencanto y el anhelo de orígenes idealizados o mitológicos es el verdadero significado de la definición de nostalgia que Quessep ofrece en el primer poema que encontrarán en esta colección: “vivir sin recordar/ de qué palabra fuimos inventados”. Es también de semejante desencanto que surge la necesidad de fábulas, de mitos y leyendas pero también de la música, que en la obra de Quessep es casi siempre sinónimo de arte y poesía en general. El título del que Quessep considera hoy en día su primer libro es muy diciente a este respecto: El ser no es una fábula, de 1968. Pues en la poesía de Quessep parece haber una dicotomía perpetua, no entre el bien y el mal, sino más bien entre la realidad (el ser) y la poesía (la fábula), el desierto y el jardín. El arte en general se erige como un remedio contra los duros hechos de la existencia: la muerte, la tristeza, el dolor, el exilio, el desamor, pero también el olvido como destino final de todo lo que es. Muchos de los poemas de Quessep están invadidos por una consciencia casi dolorosa del tiempo, de lo efímero de las cosas y de cómo, eventualmente, todos compartiremos el mismo vacío, que es “Los días y las cosas sin nosotros”, como Quessep lo dice en Lo que ignoramos, también incluido en esta colección. De nuevo, debemos retornar a la imagen del viajero, tomándola esta vez en su sentido más abstracto: el de la existencia como un corto viaje entre el nacimiento y la tumba. Pero de cara a la brevedad y la dureza del viaje, que puede provocar desencanto en el viajero, las comunidades humanas han respondido históricamente con la creación, con la invención. No sólo para mejorar las condiciones de nuestra existencia sino para contarnos los unos a los otros de nuestro particular viaje en la vida, embelleciendo el relato con metáforas y símbolos, e incluso construyendo sobre él mitos o cuentos moralizantes: fábulas de las cuales esperamos que quienes nos sigan en este sendero extraerán algún conocimiento o, por lo menos, un roce con la belleza. De hecho, esto puede iniciar un hermoso diálogo entre el pasado y el presente, como lo muestra Aventurarse en el pasado, otro de los poemas de Quessep incluidos en este libro. En todo caso, al crear, al inventar, no buscamos condenar o rechazar la vida, ni tampoco triunfar sobre la muerte, pues en último término, nuestras creaciones, nuestras fábulas, nuestros mitos y nuestra música está destinada al olvido también, como lo sugiere frecuentemente Quessep en su poesía. Más bien, lo que buscamos es complementar al ser, enriquecer la realidad con lo que nosotros mismo creamos y traemos a este mundo, del mismo modo que las naciones y las culturas se complementan, se enriquecen con los “extranjeros” que reciben y las visiones de vida que éstos traen consigo. Este libro de poesía es una celebración de la diversidad cultural, de las confrontaciones con lo nuevo y diferente que el viajero encuentra en su camino y luego contrasta y funde con elementos suyos, elementos sacados del país (imaginario o real) de donde él o ella vienen. Siendo el primer volumen de la poesía de Quessep en ser publicado en lengua inglesa, no puede sino aspirar a producir el mismo tipo de encuentros entre figuras y trasfondos culturales insospechados, como aquél del que la poesía del propio Quessep ha nacido. Es una voz en el coro polifónico en el que el mundo se ha convertido gracias a la migración contemporánea. Una voz de migración contemporánea en busca de despertar otra voz, despertar otra fábula, despertar otro viaje… Haga clic aquí para leer cinco poemas de Giovanni Quessep incluidos en la antología bilingüe