Una mujer sin escrúpulos, intrigante, sanguinaria, absolutamente malvada y maquiavélica, corrupta, experta en venenos, autora e inductora de numerosos crímenes a cuál más espantoso, pervertida sexual y devoradora de hombres, que cometió incesto con su padre el Papa y con su hermano, hasta el punto de afirmarse que de este último llegó incluso a quedar embarazada… Le puede interesar: El Da Vinci de la posverdad Esa es la terrible y escalofriante imagen que desde hace cinco siglos arrastra sobre su memoria Lucrecia Borgia, hija del Papa de origen español Alejandro VI. Pero, ¿y si la realidad fuera otra muy distinta? Lucrecia de cuya muerte se cumplirán justo 500 años este 24 de junio, tal vez no fue la pérfida, depravada e infame mujer que durante siglos muchos se han empeñado en describir. Es muy posible que más bien fuera lo contrario: una mujer culta y delicada, refinada y erudita (hablaba griego, latín, italiano, francés y español), que jamás utilizó un arma ni ordenó a nadie emplearla, que nunca uso la cantarella (un veneno inodoro, incoloro e insípido al que, a pesar de todo lo que se ha dicho, tampoco recurrieron nunca su padre y sus hermanos) y que en vez de agresora fuese víctima. Víctima de su padre, de sus hermanos y de los prejuicios de una época. Al menos, eso es lo que han dictaminado en los últimos años varios historiadores. Revisión Autores como Joan Francesc Mira en su libro "Borja Papa", Ivan Cloulas en el volumen "Los Borgia"; José Catalán Deus en sus obras "El Papa Borgia: un inédito Alejandro VI liberado al fin de la leyenda negra" y "El Príncipe del Renacimiento: vida y leyenda de César Borgia"; o el ya fallecido historiador Miquel Batllori -quien en vida estaba considerado la mayor autoridad mundial en los Borgia- se han esforzado por excavar la verdad histórica y despojar a los miembros de esa familia de los bulos y mentiras que siempre les han rodeado.

Lucrecia Borgia con su padre, el Papa Alejandro VI (Lucrezia Borgia col padre), por el pintor italiano Giuseppe Boschetto, siglo IX | Getty Images No es que los absuelvan. Los Borgia tenían defectos, gravísimos defectos. Pero muchas de las cosas que se aseguran de ellos son patrañas, alegan. Y en especial, en lo que se refiere a la hija de Alejandro VI. Las habladurías, las calumnias y sobre todo las mentiras asolaron a Lucrecia durante sus sólo 39 años de vida, alimentadas por las cruentas luchas de poder que durante el Renacimiento enfrentaban a varias familias. Pero fue después de su muerte cuando la "leyenda negra" que aún la acompaña empezó a fraguarse con más ímpetu. "La mayor puta que haya habido en Roma", sentenció de ella el Dux de Venecia Girolamo Priuli, arrojando posiblemente la primera piedra contra Lucrecia Borgia. Le siguió Francesco Guicciardini, un filósofo e historiador florentino que en su Historia de Italia, escrita alrededor de 1540, dice de ella que no puede considerarse sino como "la hija incestuosa de Alejandro VI, amante al mismo tiempo de su padre y de sus hermanos". Por su parte Jacopo Sannazaro, escritor del Renacimiento italiano, la definió como "hija, mujer y nuera" de Alejandro VI, consolidando así los rumores que decían que había mantenido relaciones sexuales tanto con su padre como con su hermano. Y así, como una bola de nieve, las acusaciones contra Lucrecia Borgia fueron acumulándose con el correr de los años, pasando de generación en generación y alimentando fantasías de todo tipo. Cuando, por ejemplo, la reina de Francia María Antonieta fue guillotinada en 1793 tras ser declarada culpable de "alta traición al pueblo y a la nación francesa" y, sobre todo, de "obscenidad", en su sentencia de muerte se argumentaba que se había comportado "como Lucrecia Borgia".

Lucrecia Borgia ha causado fascinación durante siglos. | Imagen de una película alemana de 1927 sobre ella. | Getty Images Pero quizás la puñada final a la imagen de la hija de Alejandro VI se la asestó el escritor francés Víctor Hugo (1802-1885), quien en 1833 escribió "Lucrecia Borgia", un libro basado más en el mito que en la realidad y en el que se recrea morbosamente en la supuesta perversidad y depravación de ese personaje histórico. Todo lo contrario Sin embargo, las más recientes investigaciones revelan que Lucrecia Borgia no fue un monstruo, todo lo contrario. "Según la historia y documentos, en su época fue una de las mujeres más virtuosas y dignas de alabanza", en palabras del reputado historiador e hispanista estadounidense William Thomas Walsh, fallecido en 1949. "Lucrecia Borgia fue una mujer espléndida, gentil, delicada e incluso tímida. El empeño en presentarla como una gigantesca puta se debe simplemente a que esa historia se vende mejor", aseguraba el italiano Dario Fo, premio Nobel de Literatura, quien en 2014 trató de rehabilitar la memoria de la hija de Alejandro VI a través de un libro titulado "La hija del Papa". ¿Cómo surgió entonces la leyenda que pintaba a Lucrecia Borgia como una infame depravada sexual? Rodrigo Borgia, el padre de Lucrecia, nació en la ciudad española de Valencia en el seno de una poderosa familia de la nobleza. Su tío, el Papa Calixto III, lo animó a trasladarse a Italia y a hacer carrera eclesiástica, y Rodrigo siguió sus consejos. Cuando el 18 de abril de 1480 nació en Subiaco, una localidad a unos 70 kilómetros de Roma, su hija Lucrecia, Rodrigo ya era cardenal. La madre era Vannozza Cattanei, una italiana que le dio otros tres hijos al futuro Alejandro VI. Porque en 1492 Rodrigo Borgia se convirtió en Papa. Lucrecia tenía apenas 13 años cuando su padre decidió casarla con el conde de Pesaro, Giovanni Sforza, sobrino del poderoso duque de Milán. A Rodrigo Borgia le interesaba establecer una alianza política con esa poderosa familia, y el matrimonio se presentaba como una buena opción.

La familia Borgia (El Papa Alejandro VI, su hijo César y su hija Lucrecia Borgia) | Getty images Dañando reputaciones Alejandro VI estaba obsesionado con la idea de unificar Italia. Para ese fin, se embarcó en un complejo sistema de alianzas con los varios estados italianos. Esperaba que el marido de Lucrecia lo secundase (al fin y al cabo, para ello se la había entregado en matrimonio) en su objetivo, pero la conducta de Giovanni Sforza fue ambigua y con frecuencia contradictoria, dejando en varias ocasiones a su suegro sin el apoyo militar que éste le pedía. El Papa, enfadado por su comportamiento, se vengó de su yerno reteniendo a su hija en Roma e impidiéndole regresar a Pesaro. Y, más adelante, dio la orden de que Giovanni Sforza fuera asesinado. Pero Lucrecia se enteró del plan a través de su hermano y alertó a su marido. Alejandro VI decidió entonces declarar nulo el matrimonio de Lucrecia. El argumento que empleó para invalidarlo fue decir que la unión carnal entre los dos esposos no se había consumado ya que Sforza era "impotente". El proceso de anulación, orquestado siempre por Alejandro VI, concluyó como Rodrigo Borgia deseaba: se sentenció que Lucrecia era virgen, que Giovanni Sforza era impotente y se declaró nulo su casamiento. Sforza, herido en su amor proprio, acusó entonces a Alejandro VI de mantener relaciones incestuosas con su hija, aunque no presentó oficialmente ninguna denuncia al respecto. Pero dio igual. La acusación corrió como la pólvora por todas las cortes europeas. Y aunque la imputación de Giovanni Sforza buscaba más a dañar al Papa que a Lucrecia, fue la reputación de ella la que más se resintió. Le puede interesar: Quiz: El ‘boom’ del Renacimiento ¿Hay pruebas? En los documentos de la época no se ha encontrado ninguna referencia que pueda hacer pensar que, efectivamente, Lucrecia y su padre mantuvieron una relación incestuosa. En algunos legajos, se habla de "comportamiento público afectuoso" pero en referencia a toda la familia Borgia, lo que sin duda llamaba la atención porque ese tipo de efusiones no eran habituales en la familias poderosas de la época.

Lucrecia bailando para su padre Alejandro VI y sus cardenales. siglo XVI. | Getty Images A los rumores sobre su posible incesto, se sumaron enseguida las voces de quienes proclamaban la supuesta promiscuidad sexual de Lucrecia. "Es la que lleva la bandera de las putas", sentenció por ejemplo sobre ella su contemporáneo Materazzo, un cronista de Perugia (localidad a 170 kilómetros al norte de Roma). La lista de supuestos amantes que empezó a atribuirse a Lucrecia era interminable. Pero, de nuevo, no hay evidencias al respecto. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que tanto Girolamo Priuli como Materrazzo, dos de los más duros detractores de Lucrecia, hablaban simplemente de oídas cuando la tachaban de "puta", pues ninguno de ellos puso jamás el pie en Roma durante el periodo en que la joven vivió allí. La única relación probada y documentada que mantuvo Lucrecia en ese periodo fue con un joven sirviente español de la corte papal, Pedro Calderón, y según se deduce de la correspondencia que ambos mantuvieron ella estaba sinceramente enamorada. De esa relación nació un niño. Pero enseguida los rumores se cebaron de nuevo contra Lucrecia, asegurando que el recién nacido era fruto de las supuestas relaciones sexuales que mantenía con su padre y con su hermano César. Porque aunque el cuerpo sin vida de Pedro Calderón apareció misteriosamente un día flotando en Tíber (el río que atraviesa Roma), aunque el embarazo de Lucrecia intentó mantenerse oculto para evitar el escándalo, aunque ella fue llevada a convento para que diera a luz allí en secreto y el recién nacido le fue arrebatado nada más darlo a luz, no se pudo evitar que trascendiera la noticia. Pero si se intentó fue por un motivo fundamental: Lucrecia seguía siendo una pieza central en las intrigas políticas de su padre. Alejandro VI necesitaba establecer una alianza con el Reino de Nápoles, así que decidió casar a Lucrecia, sin su consentimiento, con Alfonso de Aragón, duque de Bisceglie e hijo ilegítimo de Alfonso II, rey de Nápoles. La boda se celebró en julio de 1498.

César Borgia, hermano de Lucrecia. | Getty Images Dos años más tarde, el 15 de julio de 1500, Alfonso de Aragón fue víctima de un ataque en plena plaza de San Pedro en el que fue apuñalado por un grupo de cinco hombres. Sobrevivió y enseguida corrieron rumores apuntando a que los hombres que habían intentado liquidarlo era los mismos que un año antes habían acabado con la vida de Juan Borgia, hermano de Lucrecia, un asesinato que se daba por sentado que había sido ordenado por César, primogénito de Alejandro VI. Alfonso de Aragón convencido de que efectivamente César, su cuñado, había orquestado el plan para matarlo en represalia porque el Reino de Nápoles se había vuelto contra los Borgia, intentó asesinarlo con una flecha, pero falló. César entonces sacó a su hermana mediante un engaño del palacio ducal en el que vivía con su marido y mandó a su guardia. Alfonso de Aragón murió estrangulado, Lucrecia se quedó viuda y de nuevo se desataron los murmuraciones que tratan de implicarla, sin que haya ninguna evidencia al respecto, en la muerte de su marido.

Retrato de Lucrecia Borgia por el pintor italiano Bartolomeo Veneto en 1515. | Getty Images Pero las ambiciones políticas de la familia Borgia no tenían fin y Alejandro VI empezó a concertar un tercer matrimonio para su hija. Esta vez Lucrecia hizo oír su voz y aceptó casarse con Alfonso d‘Este, príncipe y heredero del reino de Ferrara. Finalmente dejó Roma y, lejos de la influencia y del dominio de su familia y convertida en duquesa de Ferrara, logró por fin acallar los infames cotilleos que siempre la habían acompañado. Sus coetáneos hablan durante ese periodo de ella como una buena madre y una esposa virtuosa. Además, como duquesa de Ferrara fue una activa mecenas, acogiendo en esa corte a artistas como Ariosto, Bembo o Trissino. También disfrutó del cariño del pueblo, sobre todo porque cuando Ferrara cayó en desgracia Lucrecia, a modo de penitencia, comenzó a llevar un cilicio y fundó un Monte de Piedad para ayudar a los pobres. Esa buena reputación la acompañó hasta su muerte, producida a causa de un parto complicado cuando tenía 39 años. Poco después de su fallecimiento, resurgió la leyenda negra sobre Lucrecia Borgia. Una leyenda que dura hasta hoy. Le puede interesar: El Cristo de espaldas: ‘Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano‘, de Frédéric Martel