Martín O’Connor nació en Buenos Aires en 1966 y creció admirando a Les Luthiers. Gran parte de su carrera la dedicó a la comedia músical. Conoció a la hermana de Carlos Núñez Cortés, uno de los fundadores del grupo, a finales de la década de los noventa y presentó una audición en la que no pasó. Ocho o nueve años después, según recuerda, lo llaman para hacer parte del grupo y por compromisos laborales tuvo que decir que no. En el 2012, sin impedimento alguno, entró como reemplazante oficial, cuando Marcelo Trepat decidió abandonar el grupo. Desde la desaparición de Daniel Rabinovich en 2015, es parte del sexteto titular.Usted dice que era un gran fanático de Les Luthiers, ¿cómo fue su primer acercamiento al grupo?Creo que fue a partir de los diez años. Mi padre era un gran fanático, un ferviente seguidor y le gustaba mucho. Como la mayoría de mi generación, los conocimos a través de nuestros padres que nos mostraban sus discos, sus espectáculos. En aquella época no había internet ni mucho menos, entonces comencé a ser una especie de fan en todo el sentido, me sabía las cosas de memoria. Hacer parte de ellos es como un sueño medio extraño, ¿no?¿Cómo fue ese primer espectáculo al que asistió?Para mí era estar en un lugar increíble, no podía creer que estaba viendo a mis ídolos y la primera vez que los vi en vivo fue realmente fuerte. Ya de grande he ido seguido a verlos pero nunca pensé estar en este lugar del escenario. Y más por una cuestión generacional, pensaba que estaban muy alejados de mí. ¿Esta distancia generacional ha sido un impedimento ahora que es parte del sexteto principal?Realmente fue mucho más simple de lo que uno podría imaginar. Ellos son gente realmente muy abierta, muy cariñosa. Se han abierto en lo afectivo y en lo artístico a recibirnos a nosotros y realmente es un núcleo de convivencia laboral que pocas veces me ha tocado vivir en mis muchos años de carrera. ¿Qué ha significado reemplazar a Rabinovich, que era una de las caras más reconocidas del grupo?Realmente es un hueso duro de roer, una tarea difícil. Todos los que conocemos y somos fanáticos de Les Luthiers sabemos quién era Daniel Rabinovich y lo que significaba para el público. Era la cara más emblemática, más graciosa. Ocupar su espacio no es reemplazarlo, pues él es irreemplazable. Es una tarea difícil que la llevo con orgullo. Antes de fallecer me dijo personalmente que se sentía orgulloso y que su lugar estaba honrado y bien ocupado. Fue como recibir su bendición. Y la ayuda de mis compañeros hace que todo sea más fácil y que todo fluya. Son una gente muy generosa y muy solidaria, poco egoísta que me permiten ocupar un espacio. Incluso en algunos momentos quedo por delante de ellos por el rol que me toca desarrollar, el rol del payaso. Es como jugar en el Barcelona o en la selección de fútbol de tu país, es a lo máximo que puedes aspirar en lo artístico. Creo que ha sido en mi carrera, como decimos en Argentina, la frutilla del postre.El primer día de Martín con Les Luthiers, ¿cómo fue?Fue muy emocionante, casi inconsciente. Salí al escenario a los muy pocos días de haber entrado al grupo. No tenía consciencia de lo que estaba haciendo, muy extraño todo. Me tocó en un estadio de 5.000 personas, era todo muy raro para mí. Fue muy divertido mirar hacia los costados y ver que estaba rodeado de cinco monstruos del espectáculo mundial. Era como estar en el roller coaster. Lo disfruté y después fui tomando consciencia del lugar que estaba ocupando y me llena de placer todos los días, en el escenario y por fuera también.¿Cómo prepararse en tan poco tiempo?Jorge Maronna (uno de los fundadores del grupo), me preguntó cómo me sentía para hacer determinado número tal día, que fue dos o tres días después de haber ingresado oficialmente a Les Luthiers. Le dije que me sentía bien y que dependía de ellos. Me dijo, ‘el lunes a las cinco vamos a hacer un ensayo y si está todo bien a la noche lo probas‘. Y así fue, hice un ensayo solo y a la noche estaba sobre el escenario. Fue bastante precipitado. Creo que fue mejor, tanto que no llegué a sentir lo que pasaba. ¿En las presentaciones hay lugar para la improvisación?Hay un código y es más que todo sobre respetar al compañero, al público y lo que está escrito. Si bien cuando uno observa a Les Luthiers hay cosas que pueden parecer improvisadas, la improvisación es casi nula, te diría. Está todo muy guionado, escrito tanto sea verbal como musicalmente. Cada nota está en su lugar, cada palabra está en su lugar. Este código es de respeto fundamentalmente hacia el público, pues son estos los que hicieron que esto funcionara por 50 años. Al respetar ese código las cosas se ven absurdamente naturales, no hay que forzar nada. Uno entra en ese código y las cosas andan por sí solas. ¿Qué hace el humor de Les Luthiers para que aún sea actual?Lo es porque jamás se trabajó sobre nada puntual que tenga que ver con la actualidad. Todo es abstracto, todo queda a la imaginación del público y cada uno lo puede acomodar a quien parezca que debe ser. Eso hace que a través del tiempo el humor no varíe y se adapte al tiempo que estábamos viviendo. Una misma obra puede tener diferentes efectos y diferentes aplausos en diferentes épocas, eso hace que sean universales.Háblenos un poco de Chist!, el show que van a presentar en Colombia, ¿de dónde viene el nombre y qué se verá en el escenario?¡Chist! es una mezcla de silencio y chiste. Un juego de palabras que tiene que ver con el famoso ‘¡Shist! Cállese la boca‘ y chiste. En el espectáculo hay un hilo conductor que son dos políticos corruptos que contratan un músico barato para modificar el himno a conveniencia del presente. Si bien se trata de dos políticos corrupto, en ningún momento se apela o se menciona o se trata de simular a alguien en particular. Es una de las antologías en la que tratamos de juntar, no te digo que las mejores porque sería mentirte. Les Luthiers tiene para hacer 50 antologías, si uno se pone a revisar. ¿Habrá algo nuevo?No hay intenciones de escribir nada nuevo, pues hay tanto material maravilloso y aprobado por la gente que estamos en una etapa en la que no hay necesidad de escribir demasiado. Lo último fue Lutherapia, de ahí en adelante son antologías que han sido muy bien recibidas por el público. Es como el cantante que presenta un nuevo disco pero que la gente le sigue pidiendo esa música que hizo hace treinta años. La gente recibe con agrado una obra que hace mucho no escucha o ve. Recibimos muestras de cariño que llegan hasta la emoción.¿Qué parte del show que le es más especial?En lo personal yo tengo un momento muy destacado en lo que tiene que ver con la música. Se llama La Hija de Escipión, que es una ópera barroca absurda en la que un tenor casi no me deja cantar porque suceden varios absurdos que me permiten desarrollarme en otros aspectos del espectáculo. Es un momento muy lindo en el que tengo cierta complicidad con el público.