En Colombia es raro encontrar salas de cine permanentes en municipios de menos de 200.000 habitantes. Sin embargo, en los últimos años, han empezado a surgir varios proyectos para llevar largometrajes a rincones del país, y la asistencia siempre supera las expectativas. Los pueblos se paralizan y sus habitantes se reúnen alrededor de la proyección. Así sucedió cuando se estrenó en el parque Santander de Mitú, Vaupés, el documental La selva inflada, de Alejandro Naranjo, que retrata una problemática casi invisible: las olas de suicidios de jóvenes indígenas entre los 14 y 25 años que azotan a la región desde hace más de una década. Ese día, como lo contó un artículo del año pasado de la revista Semana, alrededor de 1.000 personas llenaron la plaza en la que se proyectó el documental. La Alcaldía dispuso unas 200 sillas –“todas las de Mitú”, dijo Naranjo– traídas de la Policía y de los restaurantes, frente a un telón prestado. Como en Mitú no hay cines, Naranjo cuenta haberse sentido muy nervioso: “Ponerles una película, donde además están ellos, enmarcados en una situación muy dura, podía salir mal. Pero no”, dijo en ese entonces. Al contrario: los espectadores se emocionaron, lo abrazaron, le agradecieron.Algo similar pasó el 28 de abril de este año, en el cumpleaños número 102 de Aracataca. La Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) estaba visitando el pueblo en el marco de una de sus becas culturales. Y entonces dispuso, en la noche, en la plaza central, un telón al aire libre donde se proyectó Milagro en Roma, dirigida por Lisandro Duque con guion de Gabriel García Márquez. La gente empezó a salir de sus casas a eso de las 6:00 de la tarde para ver qué era lo que estaba ocurriendo. De repente todas las sillas que se dispusieron en la plaza estaban ocupadas.¿Será esta la razón que nos lleve a pensar que Colombia está lista para llevar el cine a los pueblos más pequeños del país?Proyectos que "mueven" el cineEntre los que existen, este año se destacan cuatro. El primero es de Cine Colombia y se llama Ruta 90, a propósito del aniversario número 90 de la distribuidora. Según Munir Falah, presidente de Cine Colombia, se compraron dos camiones que se adaptaron como salas de cine ambulantes con tapetes, sonido y todo lo requerido para simular la exprencia de ver una película en un teatro. Cada camión toma una ruta diferente. En lo que va del año, los camiones han recorrido, dice él, casi todos los pueblos más pobres del país, y en diciembre se estima que estos hayan pasado por más de los 90 municipios estipulados en un comienzo.El segundo proyecto es el FICCI Móvil. Esta iniciativa surgió hace varios años, pero en 2017 se intensificó. Lina Rodríguez, directora del festival, aseguró que esta vez llegaron a los 46 municipios del departamento de Bolívar. La gobernación y el FICCI invirtieron aproximadamente 1.700 millones de pesos en este proyecto, que resultó siendo exitoso. Rodríguez cuenta que, en pueblos de 100.000 habitantes, el 90% iba, independiente de si la proyección era un lunes o un sábado.  El tercer proyecto es el de Ambulante, una organización sin ánimo de lucro que nació en México en 2005 y llegó a Colombia en 2014, y que se encarga de crear espacios para la distribución de documentales. Esta edición del festival, que siempre es itinerante, no se concentrará en las grandes ciudades, sino que recorrerá varios pueblos patrimonio de Colombia como El Socorro, Villa de Leyva, Playa de Belén, Honda y Santa Cruz de Mompox. El último proyecto es Colombia de Película: Nuestro Cine para Todos, de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura. Esa iniciativa nació en 2011 y a la fecha se han realizado tres ediciones que han reunido 146 películas, entre cortometrajes, largometrajes de ficción y documentales. Según Adelfa Castillo, su directora, más de 30.000 espectadores han asistido a las proyecciones en lugares en los que no hay acceso al cine en el país. Con esto, se han beneficiado entidades educativas y culturales sin ánimo de lucro, bibliotecas, fundaciones, casas de la cultura y el público en general.   Estadísticas de asistencia Siete de cada diez habitantes de los municipios en cuestión asistieron a las proyecciones de los proyectos mencionados arriba. Sin embargo, esa cifra no se mantiene en las ciudades que tienen de manera permanente un teatro de cine. Según el estudio que hace Cine Colombia semestralmente, que abarca la totalidad de la industria cinematográfica en el país, un colombiano ve en promedio una película al año. ¿Por qué?Según Jerónimo Rivera, director de la Red Iberoamericana de Investigación en Narrativas Audiovisuales, este fenómeno ocurre porque no ha habido formación de público en Colombia, que según él, se logra enseñándoles a los niños a ver cine desde el colegio. "Es una labor que se debe hacer desde los cineclubes, las cinematecas distritales y, por supuesto, el Estado. El Ministerio de Cultura, las alcaldías y las gobernaciones deben aportar para que el público asimile que el cine va más allá de ser solo entretenimiento. Enseñar al público implica que los espectadores entiendan el proceso audiovisual como un arte, como parte de la cultura y como un aprendizaje para la vida. Toca esforzarse en dar herramientas para que los colombianos se vuelvan espectadores críticos. De esta forma, aumentaría la asistencia en todas las ciudades que cuentan con un teatro y las empresas privadas le apostarían a llevar salas a sitios más remotos”, afirma. ¿Cuánto vale la infraestructura del cine?En las grandes ciudades hay mayor (aunque no suficiente) formación de público. Y aunque la rentabilidad en cuanto al cine puede medirse de acuerdo a la cantidad de personas que viven en las ciudades, los citadinos no asisten lo que se esperaría a las salas.En Palmira, por ejemplo, hay 308.671 habitantes. El distribuidor cinematográfico allá es Cinemark y cobra en promedio 8200 pesos por boleta. Si se asume que cada habitante va dos veces al año y paga este precio por entrada, el teatro recibe un aproximado de 5000 millones de pesos en ese lapso.Munir Falah, director de Cine Colombia, explica que instalar solo una sala de cine cuesta aproximadamente un millón de dólares, es decir, un poco más de 2900 millones de pesos. Siendo así, una distribuidora en Palmira recuperaría la inversión de una sola sala en ese tiempo. El problema es que un teatro, por lo general, tiene más de cinco salas y en muchas ciudades existen más distribuidores, como Cine Colombia o Procinal, lo que hace aún más difícil su rentabilidad. Eso, sin mencionar lo que cuesta proyectar cada película.Al hacer ese ejercicio matemático con municipios de 20.000 habitantes, partiendo de una cifra hipotética de 6000 pesos por entrada (porque, según Falah, mientras más pequeño el territorio más barata debe ser la boleta), el teatro obtendría 240 millones de pesos al año. Eso llevaría a recuperar la inversión en más de cuatro años, solo si hubiese una sala y asumiendo que existiera solo un distribuidor en el municipio.Esa es la razón económica por la que las distribuidoras no tienen presencia en los municipios más pequeños del país. De hecho, Falah asegura que por eso le apuesta a ciudades de por lo menos 300.000 habitantes. Según Jaime Manrique, director de Laboratorios Black Velvet, el único motivo por el que prosperan los proyectos que llevan cine a pequeños pueblos es porque son gratis y esporádicos. Esto se confirma con una encuesta del Dane sobre la asistencia a cine en 2016, que revela que 22% de las personas encuestadas no van a cine porque aseguran encontrar las mismas películas en televisión dentro de unos años. Es un círculo vicioso: en las grandes ciudades, que tienen teatros, la gente no va a cine, lo que causa que en pequeños municipios las distribuidoras no se arriesguen a montar salas. El problema seguirá siendo el que dice Rivera: la formación de públicos. A lo mejor, así se podría reforzar la cultura y la identidad, las ciudades grandes aprovecharían sus salas y la asistencia aumentaría. Todo eso podría llevar a que, en un futuro, el cine llegue a más partes de Colombia.