Este miércoles se hizo público que el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, padece linfoma, un tipo de cáncer difícil de diagnosticar porque sus síntomas no son habituales. El pronóstico es positivo.
En su blog personal, Gaviria relata, a través de un escrito corto pero muy profundo en cuanto a sus reflexiones, cómo recibió la noticia del diagnóstico.
Este es el texto completo:
El jueves de la semana pasada me desperté con una sensación de llenura. Estuve muy temprano en una charla con los secretarios de salud municipales. Cuando llegué a la oficina, a eso de las 11am, me seguía sintiendo mal, abotagado a pesar de no haber comido nada desde temprano. Hacia el mediodía me comenzó un fuerte dolor en la parte superior del abdomen. No le puse atención. Traté de pensar en otra cosa. Almorcé malamente. Asistí a varias reuniones. Intenté distraerme con los problemas del día, el mes y el año.
Hacia las cuatro de la tarde, el dolor era insoportable. No pude mamarle más gallo. Las evasivas eran ya una forma de estoicismo imprudente. Salí hacia la clínica del Country, torcido por el dolor (literalmente). No voy a contar los detalles (no vienen al caso), pero varias horas después, un Tac sugirió el diagnóstico que habría de confirmarse una semana después: tengo un linfoma, en particular, un linfoma no Hodgkin difuso, de célula grande tipo B. De muy buen pronóstico afortunadamente.
Nunca había sido hospitalizado. Nunca había recibido anestesia general. Nunca había sido un paciente. Todo eso cambió. Súbitamente. En unos cuantos días. Hacia ejercicio regularmente. Comía bien. No me he fumado un cigarrillo en toda mi vida. No soy un asceta, pero mis amigos decían con razón que era un poco aburrido, contenido, cansón…“Toda la vida responsable”. Siempre he sido un esclavo del súper yo. O como decía alguien, me dejo mandar muy fácil de la fuerza de voluntad. “The way we miss our lives are life”, dice el poeta.
Ahora recuerdo la pregunta de Christopher Hitchens, “¿por qué yo?”. También recuerdo su respuesta, “¿por qué no?”. Esto no es un llamado, ni una prueba, ni un castigo, es una enfermedad con causas conocidas, pero, como siempre en el mundo de la complejidad biológica, con un halo de misterio. Tengo plena confianza en los médicos colombianos y en nuestro sistema. Mi tratamiento será estándar, sustentado en la evidencia, sin apuestas experimentales, ni medidas heroicas. Creo en la ciencia como toca: con vacilación y escepticismo moderado.
Cinco años en el ministerio me han preparado para los insultos, los agravios y lo peor del corazón humano. Pero también me han dejado cientos de amigos. Al final es lo único que cuenta, el amor y el aprecio de la gente que uno quiere y aprecia: la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los estudiantes y tanta gente con la que he compartido en tantos lugares. A todos, un abrazo fuerte. Los quiero mucho. Ya nos encontraremos, para seguir viviendo los días, las semanas, los meses y los años. Prometo, eso sí, cambiar un poco, ser menos contenido, un asceta con licencias frecuentes.